"Sueños de Lot", entre lo mejor del 2007

Recuento de narrativa en 2007
Siempre ! Número: 2847
Autor: Trejo Fuentes Ignacio
Fecha Publicacion:
09/01/2008

Todo recuento literario que se haga en estas fechas resultará incompleto por dos razones: primera, es imposible leer toda la producción de libros que se hace en México, sobre todo en provincia, y segunda porque gran parte de ésta aparece en los últimos meses del año. Por lo mismo, libros que se publican en este lapso caen en una especie de limbo: los reseñistas no los recibimos a tiempo y cuando llega el otro año nos parecen viejísimos y nos olvidamos de ellos. De todos modos, ofrezco un repaso de mis lecturas en los doce meses anteriores.
Sin ser la mejor de sus novelas, David Martín del Campo dio a conocer Mátalo (Alfaguara), que tiene mucho de thriller y acusa las ya muy bien dominadas armas narrativas del autor. Entrelaza varias historias truculentas de manera correcta y por eso mantienen el interés del lector.
Rosa Beltrán se consolida entre las mejores narradoras con Alta infidelidad (Alfaguara), donde los celos juegan un papel determinante. Las pasiones se concatenan en un entramado bien urdido y mejor conducido con las armas narrativas adecuadas.
Armando Ramírez había anunciado que La tepiteada (Océano) sería su obra maestra, pero aunque es sin duda uno de sus mayores trabajos le falta mucho para considerarlo como el mejor. Lo que no cabe duda es que Armando maneja como pocas veces la técnica, sobre todo los diálogos. La novela es una suerte de Iliada, pero en Tepito.
Agustín Ramos publicó La noche (Tusquets), cuya trama es de lo más inquietante: presupone la devastación de las ciudades y sus habitantes. Agustín es hoy por hoy uno de los novelistas mejor calificados de cuantos hay en Latinoamérica, y debe leérsele con sobrada atención.
Eraclio Zepeda entregó el libro Tocar el fuego (FCE), la segunda parte de su anunciada tetralogía. Creo que no es mejor que la primera (Las grandes aguas), y confío en que el resto recuperará la extraordinaria fuerza narrativa de este cuentista que incursiona en la novela.
Con Las Violetas son flores del deseo (Alfaguara), Ana Clavel estuvo a punto de conseguir una de las mejores novelas mexicanas en mucho tiempo, porque además de la bella prosa utilizada para escribirla, toca una serie de asuntos que rayan en la locura, como El túnel, de Ernesto Sabato; sin embargo, todo se le fue de las manos en la última parte y la resolución fue desastrosa. Sin embargo, Ana se mantiene como una de las figuras notables de nuestras letras.
Cristina Rivera Garza, con todo y ser una prosista de grandes alturas, sigue sin encontrar los temas apropiados, y por eso se queda en las florituras verbales. Eso ocurre en La muerte me da (Tusquets), que se anuncia como thriller y no cumple las reglas del género: le falta acción, todo se queda en detalles, en ideas que si bien son atractivas merecen estar en otro lado. Ojalá Cristina encuentre algo que nos apasione, porque escribe magníficamente.
Otro que se regodea con el lenguaje sin que sus historias quiten el sueño es Alberto Ruy Sánchez. Su nuevo libro sobre Mogador, La mano del fuego (Alfaguara) confirma que cada vez escribe mejor pero de cosas que no interesan: son mero regodeo verbal, y para eso mejor ir directo a la poesía.
Guillermo Fadanelli ha encontrado la fórmula para complacer a sus lectores: la violencia y el erotismo. Y lo hace muy bien, sólo que en Malacara (Anagrama) se excede con circunloquios que quieren ser filosóficos, se ve que se ha indigestado con las lecturas de esa especie. No obstante, su novela es de las mejores para quienes gusten de lo no light, de lo auténticamente novelesco.
Luego de un gran silencio, Ethel Krauze publicó La hora de la decisión (Jus), que como su subtítulo indica, es una novela sobre el aborto. La autora sabe narrar, y aborda un tópico que suele quebrar la cabeza a las buenas conciencias. Me parece que le hace falta vigor, se queda sin confesar una postura sobre el asunto y deja que los lectores tomen la suya.
Álvaro Uribe publicó El atentado (Tusquets), donde recrea los crímenes que sucedieron al atentado inocuo del presidente Porfirio Díaz. Pese a que se ubica en un momento histórico preciso, lo trascendente son las miradas a las pasiones humanas, conducidas con una prosa de alto quilataje. La novela no debe dejar de atenderse.
En cuento, José de la Colina dio a conocer Portarrelatos (Ficticia), que lo confirma como uno de los mayores prosistas de habla hispana, con la ventaja de que él sí sabe contar historias interesantes, deslumbrantes. Es de lo mejor en muchos años.
Ángeles Mastretta, quizá la narradora mejor dotada de México y de otras partes, entregó Maridos (Seix Barral), conjunto de cuentos sobre la vida doméstica, conyugal, íntima. Es la contraparte de Mujeres de ojos grandes, sí, pero me parece que es mucho menos intensa. Vale la pena leerla.
Eve Gil, otra escritora más que notable, publicó Sueños de Lot (Miguel Ángel Porrúa), conjunto de relatos de enorme violencia, que recuerdan la literatura de Rubem Fonseca. Apuesto a que muy pronto Eve dejará sin habla a muchas de sus contemporáneas: este libro lo anuncia.
René Avilés Fabila ofreció El bosque de los prodigios (Nueva Imagen), un delicioso libro de literatura fantástica, un bestiario totalmente mexicano e hispanoamericano sobre todo de tiempos precortesianos. Es una de las mejores obras de este prolífico autor.
En Verano en la ciudad (Aldus), el poeta y ensayista José Homero debuta en el cuento y lo hace de la mejor manera. Además de que controla con suma eficacia sus textos, los nutre de atractivas historias intimistas, ocurridas en Xalapa, ciudad que se convierte en protagonista principal. Hay que esperar más de la narrativa de este autor.
No estamos para nadie (Cal y Arena), de Rafael Pérez Gay, contiene textos que son crónicas, pero también cuentos, y viñetas, y postales, y que mantienen una unidad más que atractiva, al grado de que puede incluso leerse como una novela por entregas. La Ciudad de México es sin lugar a dudas uno de los personajes principales, porque le da vida a los demás.
El ya muy experimentado Gonzalo Martré volvió a la carga con Los líquidos rubíes (Universidad Autónoma de Chapingo), donde reúne piezas con su indudable sello: el erotismo que se convierte con toda facilidad en pornografía, la violencia en todos sus aspectos y sobre todo el humor magnífico. Gonzalo debe ser atendido por la crítica.
Ignacio Solares, quien es esencialmente novelista, se da tiempo para escribir cuentos. En La instrucción (Alfaguara) retoma algunos de los asuntos que siempre lo han inquietado, esos que tienen que ver con lo sobrenatural, con lo fantástico, y ya he dicho que en esta última especie es uno de los mejores.
Por razones evidentes de espacio, y por falta de tiempo para hacer las lecturas, he dejado fuera de este sucinto repaso novelas de Héctor Aguilar Camín, Luis Arturo Ramos, Paco Ignacio Taibo II, Homero Aridjis, Jordi Soler, J.M. Servín, Eulalio Ferrer, Esthela Bennetts, y muchos más. Y libros de cuentos como los de Will Rodríguez, Vicente Alfonso, Édgar Omar Avilés y Rogelio Guedea. Espero reseñarlos en entregas subsiguientes.

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