Las desterradas

Por: Marisa D´Santos
Quien ya no tiene ninguna patria,
halla en el escribir un lugar de residencia
Theodor W. Adorno

En Réquiem por una muñeca rota (Cuento para asustar al lobo), Eve Gil narra la historia de dos adolescentes que, por diferentes causas, se sienten desterradas, expulsadas emocionalmente del entorno familiar y, quizás por esta razón, a partir de su primer encuentro, Vanessa y Moramay crean a su alrededor un férreo núcleo de amor-amistad, posesión y celos, sobre todo por parte de Moramay, “… no quería compartir a mi madre ni a mi abuela, mucho menos a Vanesa, no resistía que fuera feliz sin mí…”
De la extensa obra de Eve Gil, escritora sonorense radicada en México D.F., quise hablar sobre esta novela que leí al tiempo que, domingo a domingo, me enredaba en esa trenza de mujeres escritoras que Eve reseñaba con acierto en la columna de su autoría, La Trenza de Sor Juana.
Es difícil escapar a la mirada oscura de Eve; sus ojos son grandes y quietos, como lagunas. Cuando dice que también ella alguna vez se sintió desterrada, se refiere al auto-exilio, ese destierro voluntario que le hizo cambiar de tierra, de ciudad; afirma que… es una circunstancia que puede llegar a ser, a un tiempo, inmensamente dolorosa y sumamente enriquecedora. Te alejas de tus afectos, de tus amigos,, de tu casa, de tu familia, pero se abre la posibilidad de la aventura, del porvenir de un futuro incierto pero, por fuerza, emocionante. El dolor se va diluyendo en el esfuerzo diario por labrarte una vida y un futuro mejor al que te esperaba en esa tierra que tanto amabas pero que, por alguna razón, no te ofrecía lo que tú necesitabas. Además, considero que todo escritor es un exiliado, un extranjero, porque no es una sola persona sino muchas, que son sus creaciones, sus personajes. Uno no resuelve sólo la propia vida sino también la de nuestros personajes.
A partir de los primeros renglones en que la escritora nombra Torre de Babel al edificio donde pasó su infancia, Eve Gil va sembrando frases, descripciones e imágenes de personas que, por diferentes circunstancias, no viven en el lugar donde nacieron: gente nómada, errante, como la mamá de Vanessa, “…que había llegado a México en 1939, en un histórico buque, prófuga del régimen fascista y conservaba intacto su acento madrileño de bailaora… y, que a pesar de sus extravagancias y su fobia al baño era hermosa como un hada…”
Esta peregrinación obligada de los personajes de Réquiem… nos habla de la angustia que sintió la propia escritora cuando tuvo que dejar su ciudad natal para trasladarse al D.F., ese lugar donde uno no acaba de asentarse pues vive trasladándose de un lado a otro constantemente. Habla del rechazo de los capitalinos hacia los fuereños… siento que los “provincianos”, como despectivamente nos llaman, padecemos el menosprecio de algunos de los autonombrados capitalinos, quienes ya por escuchar un acento distinto asumen que uno es tonto o ingenuo, pero como no se puede cambiar de mentalidad a millones de personas, entonces el que cambia es uno y ese cambio es asumir los defectos y virtudes de quienes te rodean y lidiarlas lo mejor que se pueda, tratando de no ser intolerante.
Eve nos recuerda su extranjerismo, emocional más que físico, cuando, por boca de los personajes nos cuenta que, “… el padre de mi madre era hijo de una libanesa musulmana y un judío sefardí y que, para completar la herejía, se amancebó con mi abuela, fruto de la unión entre un español-alemán y una india mayo… mi madre, pelo negrísimo y ojos verdes, nació en Sinaloa pero emigró a Sonora cuando la abuela se casó con un adusto militar guaymense… y mi padre, oriundo de Zacatecas, es primogénito de un general revolucionario de antecedentes gascones y una dama asturiana, obtusa y arrogante…”
En algunos pasajes late una competencia solapada, una guerra entre madres e hijas, “… tomó las flores, las olisqueó como si fuera una de esas pastillas desodorantes para el baño y se le llenaron de lágrimas los ojos. Siempre ha sido una cursilona patética…” juzga una de las niñas a su propia madre.
Al principio puede parecer que Vanesa y Moramay son transgresoras por la manera de hablar o de resolver las situaciones que se les presentan, pero creo que la verdadera transgresora es Eve Gil, al atreverse a contarnos de una manera, a veces cruda, otras irónica, los momentos oscuros, las heridas de esa etapa en que todo está prohibido y que pretendemos olvidar, encerrando los recuerdos bajo la llave de nuestra madurez. De vez en cuando, sentimos una punzada, no sabemos en qué lugar exacto de nuestro cuerpo, que nos alerta, como si las heridas se abrieran de nuevo recordándonos que aún no cicatrizan; entonces procuramos pensar en cualquier otra cosa que nos haga dejar a un lado lo que todavía nos produce escozor.
La narradora nos recuerda las soledades de la niñez, los irracionales miedos infantiles cuando “…los monstruos de cal se metían a dormir en las paredes durante el día y se filtraban en las pesadillas durante la noche…” Del despertar del sexo “…A raíz de aquella lectura no tuve pesadillas, pero sí mis primeros sueños húmedos que, al paso de la vida y con el fin de la inocencia, se transformarían en obsesiones profanas…”
Bajo las aparentes aguas mansas en las que transcurre la historia, los personajes de esta novela nadan en corrientes internas y oscuros secretos familiares, “…nunca entendí qué había ocurrido porque de eso no se hablaba… en aquel entonces mamá me prohibió volverme a acordar, colgó un enorme candado al archivo de mis cinco años, ella misma lo desterró de su memoria y jamás se mencionó el asunto. Y papá nunca se enteró…” Dice uno de los personajes ante un hecho que marcaría su vida.
Sumergirse en la lectura de Réquiem… es navegar por los mares de la niñez y adolescencia, enfrentarse a momentos amargos que yacen enterrados en lo profundo, ahí donde se guardan los secretos sin nombre, pues el sólo hecho de nombrarlos es padecerlos de nuevo. Eve Gil se atreve a desmitificar esta etapa de nuestra vida, y lo hace con tal dosis de ironía y desparpajo literario que las situaciones amargas que viven los personajes, nos hacen reír; esto nos habla de la maestría con que la autora transita por las páginas escritas. La narradora va hasta el fondo, bucea en las ciénagas de su interior con valentía, aprehende y rejuvenece los recuerdos dolorosos y los pone a nuestra disposición en forma de novela; algo que no es fácil, pues escribir desde la memoria requiere de un gran dominio y autocontrol sobre las propias emociones.
Eve Gil escribe sobre lo innombrable y, al hacerlo en primera persona, pareciera que está narrando sus propias experiencias, algo que, a mi juicio, carece de importancia, ya que el requisito indispensable para contar una historia es que sea verosímil, más allá de si es real o inventada. La mayoría de las narraciones son una amalgama de sucesos que el escritor modela a su antojo con trozos de recuerdos, lecturas y situaciones que van de la realidad a la ficción según lo requiera el suceso a contar. En este caso, la autora afirma que su novela es semi-autobiográfica. Le pregunto si, al escribirla, sintió temor por las posibles críticas de gente cercana a ella, que pudieran sentirse ofendidas por airear secretos familiares… Cuando escribo un libro sólo pienso en hacerlo lo mejor que se pueda. No sentí temor, me divertí mucho escribiéndola; de hecho es la única novela que no me ha hecho sufrir, la que más fácilmente brotó, como si ya estuviera escrita en mi corazón y simplemente la sacara de ahí; incluso en las partes más dolorosas de la novela, aunque compartí el dolor de Moramay, sentí una inmensa alegría de poder decir lo que callé por tantos años.
Las manos de Eve son largas, inquietas; las imagino sobre el teclado creando esos personajes íntimos, abrumadores.
La narradora parte de lo individual a lo universal; la infancia y adolescencia de Vanesa y Moramay nos lleva a otras infancias y adolescencias y así sucede con las diferentes familias que describe; entre ellas, esas que nos resultan conocidas, en las cuales se practica el incesto o violación bajo la ignorancia o, lo que es peor, el desentendimiento de parientes cercanos, incluso de la madre,“… pasaba la mano por mi cuerpo y yo creía que estaba bien, porque era mi padre, porque se supone que los padres son incapaces de hacer nada malo a sus hijos…”
Nos habla de hijos desarraigados por el hecho de haber sido concebidos fuera del matrimonio, que no entienden porqué su papá se comporta diferente al papá de otros niños,“… nadie sabía explicarme por qué papá sólo iba a cenar y después desaparecía como fantasma…” se cuestiona Moramay queriendo saber la razón de las ausencias de su padre. Y lo mismo le ocurre a Vanesa, hija de un productor de telenovelas venido a menos, que en sus buenos tiempos había estrujado las pieles más lozanas y besado todos esos rojos labios y pechos de utilería.
“…Así estaríamos castigando a nuestros padres, los tuyos por egoístas, los míos, por venderme al mejor postor como si fuera un trozo de carne…” afirma Vanesa cuando las dos adolescentes deciden llevar su rebelión hasta las últimas consecuencias.
Eve Gil habla despacio, en un tono bajo, de confidencia, de secreto; esta manera de expresarse contrasta con su imagen de mujer, sólida, provocadora. Dice que en algunos momentos la historia rebasó sus expectativas, que los personajes de Vanessa y Moramay crecieron… Creo que las historias nunca se escriben tal y como uno las planea. En este caso existía ya una línea prefigurada porque se trataba simplemente de verter los recuerdos de mi adolescencia, pero aún así los personajes se me salieron de control, de tal suerte que Moramay y Vanesa terminan enamorándose… Generalmente dejo que la historia fluya sola y a veces los personajes toman caminos insospechados hasta para mí, que resultan mucho más emocionantes.
Los hombres de Réquiem… son desobligados, distantes; aún los que están físicamente dan la sensación de ser invisibles; en general, se respira una ausencia de la imagen paterna, mitigada de alguna manera con la presencia de las mujeres que muestran un carácter fuerte, como la tía Lú
–¿Por qué no te has casado, tía?
–Porque… porque no me gusta cocinar –respondía ella mientras empinaba el consabido vaso de whisky con agua mineral y jugo de dos limones, o enarbolaba la pipa sabor vainilla.
Esta manera de develar secretos familiares, a través de la asombrada mirada de la niña Moramay, me parece un acierto pues de esta manera nos vuelve cómplices del personaje y, al igual que Moramay, queremos saber la razón de esa diferencia entre dos hermanas, la tía Lú que, “… mordía chiles verdes sin ni siquiera pestañear y cantaba en las fiestas canciones de pistolas y caballo…” y la madre de Moramay “… empotrada en su más primorosos mandil de florecitas, impecable manicura y cuidado maquillaje, como las modelos de T.V…..”
Para llegar a la verdad, la niña continúa con su interminable rosario de preguntas a la tía Lú, queriendo saber lo que los adultos callan.
¿–Y por qué el otro día le llevaste serenata a Yolanda? ¿Qué no se supone que eso sólo lo hacen los novios con las novias…?
En medio de este oleaje de cuestionamientos, Moramay conoce Vanessa en el transporte escolar
“…Aún recuerdo mi reacción al descubrirla en el asiento contiguo: el perfil más hermoso del mundo, la clase de nariz por la que una chica de rasgos notablemente morunos como los míos, mataría…” Se dice la niña de pelo crespo y cejas selváticas.
Con su prosa clara, contundente, Eve Gil nos acerca aún más a la etapa de la adolescencia, esa edad en la que no se permite tener deseos y menos, expresarlos.
“Estoy segura de que seremos muy buenas amigas… exclamó Vanesa gozosa, abrazándome con gran confianza, aunque mi timidez me engarrotó y me humedeció el calzón…”
Y quizás por narrar estas situaciones entre mujeres, en más de una ocasión a Eve le han cuestionado sus preferencias sexuales a lo que ella contesta:
…duermo todas las noches con un Poeta que me equipara con la arena del desierto y peina mis cabellos…
Otro concepto que maneja la narradora es el de entrelazar pequeñas historias con la principal, como si jugara con una de esas muñecas rusas que van dando a luz a otras, cada vez más pequeñas. Una de estas muñecas sería el momento en que Moramay, ahogada en sollozos, lee en un salón de clases El Ruiseñor y la rosa, de Oscar Wilde, “… a partir de ese incidente supe lo que quería ser, quería producir en la gente la misma reacción que Wilde me produjo: quería ser escritora…” Sobre este pasaje, Eve dice… pasó tal cual lo narro en el libro. A Oscar Wilde, y concretamente a ese cuento le debo haberme iniciado en la buena literatura. Antes de eso solamente había leído dos libros nada recomendables para una adolescente: A calzón amarrado, de Irma Serrano y El mundo está lleno de hombres casados, de Jackie Collins.
Tras la lectura de Réquiem por una muñeca rota puedo asegurar que Eve Gil consiguió lo que Moramay –la niña de pálido rostro, ojos inquietantes y desmesurada melena– se propuso aquel día en el salón de clases: producir en el lector reacciones diversas a través de su escritura; profesión por la que, según ella ha tenido que pagar un alto precio…descuidar a mis hijas y a mi esposo. No puedo evitar sentirme culpable por el tiempo que les robo a la hora de sentarme a escribir, pero si no escribiera sería una madre frustrada y eso, considero, sería todavía peor que ser una madre que aparece y desaparece… Afirma con franqueza esta autora que, con arduo trabajo, se ha ganado un lugar importante como escritora, por los temas que aborda y la comprometida manera de realizarlos. Tras la lectura de Réquiem, me vienen a la memoria las palabras de Miguel de Unamuno:
“El lector tiene que sentir la palpitación de las entrañas del organismo vivo de la novela, que a su vez son las entrañas mismas del autor y las del lector identificado con él por la lectura”.


Esta reseña nació en Cholula, bajo la seductora luz de un ocaso con tonalidades de oro viejo. Ante la pirámide donde antiguos españoles erigieron la Iglesia de los Remedios, una amiga entrañable me contó, con su inquebrantable acento francés, que quizás en este lugar termine su personal peregrinación; esa que, después de perder a su compañero, la llevó a pasear su dolor con la vana esperanza de que éste sería más soportable. Vaya mi recuerdo para Jacqueline y Caíto, el trovador desaparecido, que llevó hasta las últimas consecuencias la creencia de que Cholula significa el fin de la peregrinación.

Marisa D´Santos
marisadsantos@yahoo.com




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