La reina baila hasta morir


Por María Antonieta Mendívil

La reina baila hasta morir es el libro que esta mañana nos convoca en el marco del Festival Alfonso Ortiz Tirado
Pero no puedo hablar del libro antes que de la autora, porque tampoco podré hablarles mucho de estos cuentos sin hablarles ampliamente del narrador que nos cuenta en este libro.
Eve Gil es un caso único en la literatura mexicana actual: escritora prolífica antes que nada, lectora voraz, reseñista crítica, activista cultural comprometida, bloguera intensa, muy atenta aficionada epistolar, periodista cultural y promotora de jóvenes escritores, sobre todo cuando se trata de paisanos sonorenses.
Eve Gil es una escritora que, como todos los que intentamos escribir en estas tierras, guardaba sus escritos en el cajón de un buró, pensando que llevarlos a las editoriales era una travesía más incierta que la vuelta al mundo en globo aerostático.
Pero Eve Gil hizo algo diferente que no recuerdo haya hecho otro autor sonorense. Después de tener el éxito regional que un escritor local puede tener, es decir, ganar premios y conseguir ser publicada por instituciones de Gobierno, se lanzó al vacío. Sí. Así: Un día agarró a su nena, sus cachivaches, sus manuscritos y se marchó al D.F.
Muchos se van al DF, cierto, pero ninguno se queda; y alguno se habrá quedado, pero no vuelven nunca más a oler el ambiente literario de su tierra.
Eve se sigue asumiendo, orgullosamente, como una escritora sonorense. Eve tan sigue en el DF como tan continúa en contacto con su tierra, promoviendo autores sonorenses, estrechando lazos con las generaciones emergentes, acudiendo a nuestras ferias del libro y escribiendo en publicaciones regionales.

Eve Gil tiene en la ciudad de México sus espacios en los principales suplementos. Y ya ha hecho tradición con su blog La trenza de Sor Juana, que promueve la literatura escrita por mujeres. Ha ganado importantes premios.
Esta trayectoria y espíritu inquieto de Eve bien vale la pena mencionarse. Pero además yo necesito hacerlo, como un reconocimiento, en primer lugar, y en segundo lugar, como una manera de abordar este libro.
Después de leer algunas otras obras de esta autora, con La reina baila hasta morir queda claro ante mí un estilo ya maduro y característico de Eve Gil: un narrador dicharachero, irónico, que hace guiños sarcásticos al lector, y que siempre está ahí: fabulando, cuenteando.
Es que el secreto de un autor y de una obra está en el tipo de narrador que elige. Con “narrador” me refiero a la perspectiva desde la cual está escrita una obra, o la perspectiva desde la cual está contada una historia. Claro, cada obra requiere de su propio narrador. Pero resulta que descubrí en Eve Gil un narrador peculiar. Es como cuando somos niños y nuestra abuela nos cuenta historias fascinantes, y tenemos ese deleite morboso de saber que no es cierto lo que nos cuentan, aunque deseemos fervientemente creer que sí.
El narrador de Eve Gil es un narrador que nos cuentea, que fabula manteniendo siempre una complicidad con el lector; es decir se distancia un poco de los personajes y las anécdotas que cuenta, y cuchichea ironías con el lector, sí, como si fuera posible reírse con el lector sobre aquello que está aconteciendo en el mundo de los personajes.
Este narrador es ambivalente en ese sentido: narra historias con lujo de detalles para construir personajes y sus anécdotas, historias que conmueven, repugnan, enternecen; por otro lado como lectores somos en manos de este narrador un guiñapo como sus personajes, movidos al vaivén de sus vueltas de tuerca; y a la vez este narrador nos mantiene en ese otro margen, un punto de fuga desde el cual podemos observar a los personajes como vouyeristas, en un palco de honor donde nos acompaña el narrador con su sarcasmo y notas al margen.
El oficio, la maestría y la elasticidad que consigue Eve Gil en sus cuentos es una muestra de la madurez alcanzada. Y es la que hace su estilo tan lúdico, disfrutable, irreverente.
En la reina baila hasta morir tenemos un puñado de historias.
En “Alicia o el diablo”, una niña campeona en armar el cubo de rubick recuperada después de un largo secuestro. El narrador juega con nosotros burlándose de los códigos sociales dictados por la sociedad actual: la experiencia personal vuelta mediática, el ejercicio mental del cubo de rubick que cede ante la enajenación de la televisión (los guiños que nos hace el narrador son hilarantes). En “Cenicienta Hardcore” una famosa actriz de televisión cita mediante Internet a amantes ocasionales para tener sus aventuras. El narrador se preocupa por mostrarnos la infancia y juventud del personaje lo que explica esta conducta, pero a la vez guarda esa complicidad distante con el lector. [lectura pag. 29]
En “Las abuelas”, una niña que habla para molestar a su abuela que la desconoce como nieta, pasa, ante los ojos del lector, de la broma infantil al estrujamiento por el dolor profundo de la niña, hasta el final conmovedor e inesperado.
En “Ataraxia” y “Cerridwen” el narrador juguetea con la complicidad del lector montando un cuento infantil o un mito inocente en ambientes de oficina, convirtiendo la parodia del cuento infantil o de mito en una historia torcida donde quedan al descubierto los mecanismos sicológicos que nos atrapan y que están expuestos de manera arquetípica en este tipo de cuentos o leyendas.
Lo mismo pasa en “Claveles salvajes”, una historia dulce, idílica, se convierte en una de terror: la belleza que se descorre o rompe ante la brutalidad.
En “La culpa es de los bolcheviques” encuentro el cuento perfecto para cerrar este libro. Inicia con la experiencia de una escritora que cuenta la historia de Anastasia, la hija del último zar, y de repente la escritora se nos va desdoblando en todos los personajes que ha ido construyendo, como si fueran parte de ella, y la escritora se nos va desdoblando en otro personaje, Elena Garro, autora de esas historias y personajes citados. Este juego es como el cuadro ”Las meninas” de Velázquez: tenemos a los personajes retratados, tenemos a los personajes intrusos, tenemos al pintor-narrador que se refleja en el espejo mientras pinta-nos narra a las meninas, y tenemos al autor como ese dios invisible que orquesta todo.
Leer este libro entonces entraña ese doble placer: meternos a las vidas de esos personajes y jugar con el narrador, divertirnos con él, reír por sus comentarios al margen. O caer en su trampa: empezar riendo para que luego nos tome de las solapas para darnos un golpe contra la pared: la realidad mezquina, dolorosa de los seres humanos.
Y he aquí la genialidad: ¿qué es lo que nos estruja? ¿La realidad o la ficción? No importa. Nos estruja lo que el autor decide que nos estruje. Esta es la magia de la literatura. Esta es la magia de La reina baila hasta morir de Eve Gil.
Maria Antonieta Mendívil, narradora y poeta sonorense. Más sobre ella, aquí