Realidad virtual como realidad sin más

Por: Juan Antonio Rosado

...Esa puerta que separa lo real de lo ficticio, la puerta de las simulaciones, de las metamorfosis. Antes de entrar por ella, los altos funcionarios esconden los anillos, los gestos, las ideas.

José Rubén Romero:
La vida inútil de Pito Pérez (1938)

Ya el escritor ecuatoriano Jorge Icaza afirmaba que toda novela es política porque se refiere siempre al ser humano, y éste es un animal eminentemente político, de ahí lo castrante y absurdo de los planteamientos críticos meramente esteticistas, que soslayan las funciones sociales del arte en pro de una contemplación que, en el fondo, no es sino evasiva y, por tanto, peligrosa y enajenante, ausente de crítica real porque desvincula a la obra de su contexto social e histórico para apreciarla únicamente por su "belleza formal", por su estilo, por su estructura o técnica. Si bien los elementos anteriores son indispensables porque sin ellos no habría obra de arte, también lo es el hecho de que los grandes novelistas, de Petronio a Saramago, pasando por Cervantes, Swift, Defoe, Balzac, Dostoievsky, Camus, Mann, Kafka y tantos otros, jamás pretendieron ningún género de "pureza" ni esteticismo a ultranza. La forma para todos ellos no es sino un simple vehículo, y si se siguen leyendo y traduciendo es por la fuerza de lo que expresan. Mariano Azuela hablaba de los escritores que se pasan la vida "perfeccionando el idioma y acicalando el estilo para escribir solemnes boberías", cuando la forma —insisto— no es sino el vehículo del que se sirve el artista para hacer llegar al lector sus temas, sus preocupaciones u obsesiones fundamentales. Es la intensidad y el equilibrio entre lo narrativo, lo descriptivo y lo reflexivo lo que logra que una novela, más allá de la forma, mantenga su frescura y actualidad.
En este sentido, una de las más intensas narradoras mexicanas, Eve Gil (Hermosillo, 1968), ha sabido tratar sus temas con una forma no sólo audaz y original, sino, sobre todo, esa forma le ayuda a desplegar una serie de obsesiones con profundidad e intensidad. Muchos de sus personajes —grotescos, patéticos, locos, inteligentes, repulsivos o atractivos— son entrañables, seres vivos que sufren y gozan su realidad. Lo mismo puede decirse de sus escenarios y atmósferas. Autora de una de las mejores narraciones de la década, Réquiem por una muñeca rota (2000) y difusora incansable de la actual literatura mexicana, Eve Gil incursionó recientemente en un tema que nos atañe a todos los que percibimos y sufrimos la enajenación de la globalización, la ambigüedad de lo "posmoderno", el saqueo incansable de nuestro país y el entretenimiento enajenante de los medios masivos de comunicación; es decir, la paulatina y casi sutil instauración de un Brave new world a la Huxley, donde se pretende mantener a las masas idiotamente felices mientras las grandes corporaciones ejercen el control absoluto del planeta.
Virtus. El espectáculo más grande del mundo (Editorial Jus, 2008), de Eve Gil, es una novela política y, al mismo tiempo, una antiutopía que toma gran cantidad de elementos de la ciencia ficción para mostrarnos (y demostrarnos) a dónde puede llegar una humanidad enajenada por el entretenimiento hueco y la felicidad artificial. Por ello, es una obra desenajenante, crítica, no exenta de ironía y sátira cáustica de nuestro presente.
Pero además de lo anterior, Virtus también es una novela en clave. El gran escritor mexicano Martín Luis Guzmán afirmó, en una reseña, que la novela Tirano Banderas (1926), de Valle-Inclán, podía tener dos lecturas principales, entre tantas otras: la lectura mexicana y la española. Lo mismo puede afirmarse de Virtus: de una manera la leerán los mexicanos de hoy, quienes encontrarán allí a los "nietos" o "bisnietos" de nuestros actuales gobernantes y grandes empresarios, y de otra manera muy distinta la leerán los lectores de otros países, sean o no de habla hispana. Baste citar los siguientes pasajes para que se comprenda mejor lo anterior: "la programación de los dos únicos sistemas de televisión abierta era prácticamente la misma. Variaban los conductores, los actores, las escenografías y, presumiblemente, los libretistas", o este otro: "...Ah, casi me olvidaba de Charlie Boy, o Acaparator", el Hombre Más Rico del Mundo, "heredero a su vez, entre muchas otras cosas, de la hasta hacía poco mayor compañía multivideofónica de América Latina, por no mencionar cadenas de tiendas, bancos, inmobiliarias [...]".
Si las utopías —ejemplo clásico es Tomás Moro— nos muestran cómo no es el mundo en que vivimos y mediante su negación afirman una realidad ideal, las antiutopías, en cambio, se centran en el mundo que nos rodea, pero elaboran una hipérbole de los aspectos negativos o grotescos de esta realidad, para mostrarnos hacia dónde pueden encaminarse —o ser encaminadas— nuestras vidas. Virtus exhibe, a través de la hipérbole de nuestra propia actualidad, cómo podría ser el ya lamentable país en que vivimos (y el ya lamentable mundo), cuando los verdaderos gobernantes, esas ambiciosas corporaciones y empresarios sin escrúpulos, dispongan de todos los medios para convertir en "realidad" las fantasías de bienestar de los ciudadanos videotizados, que no pueden dejar de vivir en una realidad virtual y que permanecen distraídos con toda clase de tóxicos a base de imágenes y sensaciones. Mientras tanto, esos auténticos gobernantes efectuarán el Último Saqueo. Ni siquiera los políticos podrán hacer algo: desde el tiempo actual nos percatamos de que muchos de ellos no son sino máquinas o títeres al servicio de oscuros intereses.
Con toda su carga de humor, Virtus no deja de ser una novela aterradora, amarga, aunque señala también una esperanza para contener el desastre que amenaza a este nuevo Mundo feliz. En efecto, es posible que un habitante (aunque sea uno solo) haya mantenido su capacidad de pensar y su criterio activo, para dirigirse más allá de las meras realidades virtuales... La autora plantea que esa persona podría ser una niña llamada, sintomáticamente, Juana Inés (es conocida la admiración de Gil por la Décima Musa).
Virtus, en resumen, se inscribe en la tradición de las utopías (o antiutopías) futuristas, que se hallan más cerca de nuestra realidad actual que muchas obras autodenominadas "realistas". Concluyo este breve comentario con un fragmento de la nota aclaratoria que la misma autora reproduce al final de su libro: la ciencia ficción —afirma— "es sólo un pretexto, una licencia que me tomo y una etiqueta para describir en pocas palabras la inefable esencia de una novela que disfraza de ironía el dolor y la indignación en que tiene su origen. Se trata, en realidad, de una metáfora fantástica de lo que actualmente acontece en un país específico —México— y que necesitaba narrar, criticar, justificar, entender y explicar sin tener que escribir «otro-libro-más-de-Política»".
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Eve Gil: Virtus. El espectáculo más grande del mundo. México: Editorial Jus, 2008, 124 pp.