"Hay que modificar el lenguaje para que el engaño se convierta en otra verdad": la última entrevista con Rafael Ramírez Heredia

Rafael Ramírez Heredia (1942-2006) era mi maestro. He tenido muchos, pero ninguno dejó una huella tan profunda en mí. Nunca me había topado con alguien tan profundamente interesado en el trabajo de los jóvenes escritores (“jóvenes” en relación a su inexperiencia, no a su edad, hay que aclarar); tan apasionado para comentar los textos. No faltó quien se sintiera ofendido con su crítica tan directa, tan descarnada, pero fue justamente él quien me enseñó a tolerar y a aprender de los comentarios no demasiado favorables a mi trabajo. Su muerte que nadie esperaba (ignoraba por completo que sufriera cáncer, no lo hubiera ni imaginado, parecía tan lleno de vida y de pasión por vivir) me ha dolido más de lo que el lector pueda imaginar, y por ahora mi única manera de rendirle tributo es reproducir, sin mayores comentarios y casi a la letra, la última entrevista que le hice con motivo de su más reciente (que resultó ser la última) novela La esquina de los ojos rojos, el pasado mes de abril, en su casa de Coyoacán. Esta charla es especialmente conmovedora porque Rafael se dirige a mí como el maestro que siempre fue:

EVE GIL ¿Por qué, después de La Mara, decide escribir una novela sobre las mafias de Tepito?
RAFAEL RAMIREZ HEREDIA: Se trata de un proyecto a largo plazo que he establecido para escribir tres novelas, a lo mejor cuatro o cinco, en las que toque aspectos de este México oscuro, profundo, duro, que no es el México folclórico de los coches grandotes de los narcos, que si bien refleja una realidad no es el que me interesa: a mí me interesa el otro, el oscuro, el que no está a la vista, el que no se festina con los Tucanes de Tijuana o los Tigres del Norte. La Mara Salvatrucha adquiere notoriedad pero después de que escribo La Mara, es decir, no decido escribir a raíz de su auge en la nota roja y estos barrios de la Ciudad de México ofrecen la opción de lo que creo estamos viviendo, pero viviendo como una exaltación del miedo a la violencia. Aquí la violencia está soterrada, es una violencia interna que refleja sin duda alguna lo que es México… entonces viene siendo el segundo libro de esta trilogía y por supuesto que la tercera vendrá dentro de poco, que no tengo muy definido sobre qué escribirlo porque se me han atravesado otros proyectos, de hecho, entre La Mara y este hay otros dos (un libro de cuentos y la novela El mestizo de Salgari) y posiblemente haya uno más y el siguiente ya sería el tercero de la trilogía. Los personajes, creo yo, están bien armados y ha estado empezando a gustar mucho. Hay comentaristas que han señalado que les parece mejor que La Mara, yo no creo que sea mejor, sólo que son diferentes.

E.G.- ¿El hecho de mirar esta realidad cotidiana con ojos de hombre del norte, es la causa de que nos parezcan más próximos a la ficción?
RRH.- Pudiera ser, no lo he puesto en una tela de comentario. Soy un hombre desde el norte pero un hombre muy extrañamente del norte porque soy tampiqueño, es decir, un sureño del norte, porque en realidad el norte es Tijuana, es Sonora, eso sí es el norte. Los de Tampico no somos del norte, aunque lo seamos desde un punto de vista geográfico, pero además yo he vivido en muchas partes del mundo, en el D.F y en Madrid, de tal manera que mi norteñez no es muy clara pero sí me siento norteño y tamaulipeco y yo miro quizá las cosas con la visión de un hombre que ha nacido absolutamente en el norte. No creo que la visión de la geografía incida en la mirada, yo creo que incide en la mirada más abierta, más universal. No pretendo que mi literatura se sitúe en ninguna parte del país. No miro la geografía como el sitio propicio para caminar: yo miro el tema y el sitio donde se origine, y con esos ojos es como debo ver la literatura.

E.G.- Siempre he admirado su excelente oído, la forma en que recrea literariamente los lenguajes subterráneos…
R.R.H.- Te voy a dar secretos que no debo de dar, pero lo hago con mucho gusto. Tengo como maestro principal a Rulfo, y él me enseñó una cosa (no directamente, la infinidad de ocasiones que tuve oportunidad de hablar con él no hablamos de literatura, él era hermético en ese sentido) pero a través de sus libros me enseñó algo fundamental, que no me explico por qué otros escritores se niegan a hacerlo: mentir. Si nosotros brincáramos tiempo y espacio y tuviéramos una grabadora y se la pusiéramos a las personas en que se inspiró Rulfo, nunca hablarían así. Es decir, la verbalidad de los personajes de Rulfo es inventada, para que al final el resultado es que los lectores creemos que un oriundo de esos lugares en efecto habla así, y entonces como yo supongo que el primer beneficiado o atacado por un libro es el lector, lo que tengo que hacer es inventar un lenguaje que “parezca que” pero al mismo tiempo no lo sea. Cualquier habitante de los barrios que aparece en la novela, si la leyera, diría “yo no hablo así” y una persona como tú diría “así hablan”, pero la verdad es que no hablan así: yo invento el lenguaje. Hay que modificar el lenguaje para que el engaño se convierta en la otra verdad. La investigación del lenguaje es modificada por la mirada del escritor para convertir lo que aparentemente es un caos en una línea conductiva narrativa.

E.G.- A pesar de que su novela se desenvuelve en un ambiente de hombres, nos topamos con que la heroína es la señora Leila
R.R.H.- En efecto, estos barrios duros de la ciudad de México son barrios machos; es mayor el número de hombres que funcionan en estratos de poder que las mujeres, las mujeres son elementos no decorativos, y están muy lejos de serlo; son elementos de batalla de primera línea: las vendedoras, los vendedores, los comerciantes, las comerciantes, son mujeres que van al frente de la batalla y los organizadores son los hombres y alguna que otra mujer, sin duda alguna que también hay mujeres, ahí están las lideresas de los comerciantes. En este caso la figura central del texto es una mujer, una mujer con las consideraciones necesarias para no ser condescendiente ni aplaudidor pero tampoco atacante con ella, como tampoco soy condescendiente ni atacante con ninguno de los personajes de la novela, yo no los juzgo. A estas novelas Gonzalo Velorio las definió como novelas que no pretenden demostrar, sino mostrar.

E.G.- ¿En qué momento esta mujer, que es vengadora de la muerte de su hija, tomó cuerpo en su imaginación?
R.R.H.- Un escritor profesional no tiene muy clara la historia… aunque sí la tenga. Me apoyo mucho en esa idea de que el periodista escribe sobre lo que sabe y el escritor sobre lo que cree que no sabe, pero sabe. Lo que sucede es que tiene que ir escribiendo la historia para volver a recordar lo que sabe pero no sabe. Quienes saben de esto pueden detectar que así como está la novela, como le llega al lector, no es así en realidad: la novela pasó infinidad de procesos, lo que llaman edición, es decir, editar la novela para que se lea conforme el escritor quiere. En realidad no tenía muy claro lo que iba a suceder. El primer capítulo que escribo es el de la violación de la muchacha. Lo escribí primero porque fue el que más me impactó de mis investigaciones. Estoy yendo a estos barrios y de pronto mis informadores, la gente que me lleva y me cuida, me dice: “Aquí está esta acta policíaca”, y se daba santo y seña de la muerte de la muchacha. Pedí que me llegaran al edificio desde donde la habían lanzado por una ventana. Pregunté cómo era la muchacha, donde vivía… no hay mayor ramificación de la historia, pero si la quiero contar debe tener más ramificaciones. Al escribir este texto me doy cuenta de que la muerte de esta muchachita tiene que ser agarrada y aprehendida y manejada para que funcione dentro de un cuerpo novelístico, porque si no, es un cuento. Le comienzo a inventar una vida a partir de la muerte y esa vida implica la posibilidad de que se vaya uniendo con otras cosas, y en ese momento sale la mamá, y el buzo que se ha metido en las cloacas de la ciudad, y comienzo a unir las cosas. Los personajes tienen que ir cambiando de acuerdo a la trama, no al autor, el autor no tiene que decidir nada, solo debe plegarse a los caprichos de la historia. La novela tiene que ser, ante todo, una urdimbre bien amarrada para que resulte lo que yo quiero que sea, y quizá en el momento de empezar a escribir no sabía el desarrollo de la mujer, pero sabía que tenía que avanzar de determinadas maneras y las condiciones de la novela misma me dieron las condiciones para colocarla donde está.