Repentino jardín en el desierto (fragmento)

Este ensayo forma parte del libro Jardines repentinos en el desierto, ganador del Certamen Libro Sonorense 2006, de próxima publicación (ISC, 2007)

…o te quedas afuera permitiendo que te suceda algo muy especial: algo por lo que han pasado todos los que viven en el desierto y que los franceses llaman “el bautizo de la soledad”.
Paul Bowles

...el espectáculo diario del sol desapareciendo en medio del fuego, llevándose al inframundo todos sus tesoros, exhibiéndolos por última vez, entre las montañas calvas y las llanuras pedregosas, dejando solo los nopales como coronas de la noche…
Carlos Fuentes

En una probable secuela de Las mil y una noches se plantearía la posibilidad de una revancha por parte de Sherezada o Shajrazad hacia el Sultán, quien se vería sujeto a narrar cuentos interrumpidamente para mantener contenta a su mujer encinta, su reina. “Aunque sea rey, por deseo de su mujer tendrá que venir humildemente cada noche a contarle una historia o ella no se dignará a recibirlo en su lecho. Y además le advierte que no puede usar trucos baratos de suspenso: que ella los conoce todos. Que ella no se conformará como él antes con cuentos fáciles (...) En estas Nuevas noches, el rey Shariyar se convierte en una nueva Shajrazad. Su íntima soberana cada noche es seducida por sus palabras. No solamente se invierten los papeles sino que además el rey es iniciado por Shajrazad en el arte de ver al mundo de una manera más sensible para poder convertir en historias que lo salven de su infortunio, todo lo que ve y escucha. Que lo salven una noche por lo menos. Cada vez una noche más.”[1]
Nacido el 7 de diciembre de 1951, en la Ciudad de México, Alberto Ruy Sánchez cultiva su ars poética a partir del legado de la maratónica narradora, esmerándose en mantener en vilo a su escucha, lector-lectora con la perfumada telaraña de un lenguaje ancestralmente femenino donde se esfuma la sutil diferencia semántica entre sensibilidad y sensitividad (sensitividad alude a lo carnal y sensibilidad a lo emocional), al grado de que la crítica Fátima Zohra Larbi, presidenta del jurado del Prix des Trois Continents con que fue distinguida En los labios del agua, segunda de la llamada tetralogía mogadoriana, ha calificado a las novelas de ARS como literatura para mujeres, en un sentido profundamente halagador: “Varias lectoras declararon sentirse identificadas con sus libros, “las palabras que les hacían falta para nombrar sus deseos”. Y no son pocas las parejas (heterosexuales y homosexuales) que se manifestaron mutuamente su pasión con los libros de Ruy Sánchez.”[2]
Las novelas de Alberto Ruy Sánchez, que él se niega a denominar como tales, carecen, asegura Graciela Mongues Nicolau, de los elementos distintivos de la novela tradicional, es decir, conflicto, nudo y tensión dramática. Dichos elementos, considero, no están ausentes sino invisibles. El lector es convidado, como en la novela tradicional, a perseguir hasta alcanzar la otra punta del hilo de Ariadna, es decir, el destino final de sus personajes: hay tensión dramática en la desesperada búsqueda que de Kadiya emprende la jovencita Fatma en Los nombres del aire, así como en la labor de conquista del joven Mohamed sobre el corazón de Fatma, enamorada a su vez de otra niña; la hay, por supuesto, en la persecución del Juan Amado de En los labios del agua, tras la mujer amada, de quien solo conoce sus ojos negros y a la que inventa un nombre… y la hay asimismo en la recolección de jardines que Juan Isidro desea poner a los pies de Jassiba en Los jardines secretos de Mogador. Predominan, eso sí, las imágenes y el sentimiento poético sobre la acción y el conflicto. A partir de esto, ARS ha inventado un género personal: “A mis breves poemas les faltaba la densidad del relato, de una historia, por más fugaz que esta fuera, para dar cuenta de la dimensión de lo vivido. Así fue creciendo en mis cuadernos de viaje una prosa medida, una narración más cercana al poema extenso que a la novela: una forma intermedia que llamé (por pura necesidad de bautizar las cosas ya existentes pero que en mí eran nuevas): prosa de intensidades. Mi escritura del desierto, mi lengua del oasis, el vocabulario de mi “ración de eternidad”.[3] Género anfibio, lo define Mongues, que consiste en escribir una novela “templando cada frase, dando el ritmo justo a la respiración de las palabras, invocando y encontrando imágenes, cientos de imágenes implacables que le cobran al autor el precio de su existencia, el precio de haberlas llamado (...)”[4] Y menciona como aproximaciones a una “prosa de intensidades” a La rueca de aire de Martínez Sotomayor, Novela como nube de Gilberto Owen y Dama de corazones de Xavier Villaurrutia.
Los desiertos ideados por Ruy Sánchez en su trilogía inicial de Mogador (Los nombres del aire, En los labios del agua y Los jardines secretos de Mogador), son desiertos emocionales, es decir, espacios del deseo, construidos a partir de las pasiones de los diversos narradores que en la tercera novela se revelarán juego de espejos de un solo narrador, es decir, los supuestos narradores de Los nombres del aire (el árabe Aziz al Gazali) y de En los labios del agua (el sonorense Juan Amado) resultarán ser creaturas de la abuela de Jassiba, amante de Juan Isidro Labra, narrador a su vez de Los jardines secretos de Mogador. Dice Jassiba: “(...) Al morir mi abuelo ella (mi abuela) escribió su historia simulando que era él quien la había escrito. Ella la publicó con un seudónimo masculino y muchos le creyeron. Era el relato de un hombre poseído por sus deseos. Pero visto por una mujer que lo había amado y tal vez lo entendía y lo criticaba más que nadie (...)” (p. 51). La vida de las pasiones, dice Juan Amado, es como un calidoscopio, “Alguien mueve los espejos y somos otros en los afectos de todos los que nos rodean. Entonces ya nada puede ser contado de la misma manera.”[5]
La ambigüedad de género sexual en los aparentemente múltiples narradores de la tetralogía de Mogador, crea el efecto de una muñeca rusa que sería factible visualizar como un muñeco (con bigote, corbata y todo) que al ser desmontado deja una muñequita casi microscópica que sería la representación de la abuela de Jassiba, origen de todo. Podría ser también perfecta metáfora tanto de la literatura árabe, asimismo ambigua, pues si bien pareciera coto vedado para las féminas, si juzgamos a partir del predominio autoral y narrativo de los varones, hay en dicho corpus algo profundamente femenino (empezando por Scherezada, génesis y símbolo), no solo la dulzura de incienso que la impregna, también una circunstancia de vulnerabilidad que ha incitado en Juan Goytisolo (autor asimismo obsesionado con Marruecos) un paralelismo entre el racismo y la misoginia de los hombres blancos y europeos con respecto a su interpretación de la cultura musulmana:

(...) La desigualdad natural de las razas humanas, leemos en buen número de filósofos y ensayistas hasta bien entrado el siglo XIX, se acompaña de una no menos natural desigualdad en los sexos. La inferioridad mental congénita de los africanos, observa Hegel, les expone a la influencia nefasta del fanatismo: “El poder del espíritu es tan débil en ellos” que cualquier estímulo exterior les precipita a la barbarie y el crimen. En un clásico de la misoginia universal, De la debilidad mental y fisiológica en la mujer del doctor Moebius, topamos con razonamientos muy parecidos. El siquiatra alemán, cuya obra gozó de gran difusión a fines del pasado siglo, juzga a las mujeres dependientes, inferiores e incapaces de progreso, recurriendo a cada instante, en apoyo de sus tesis, a un paralelo con los pueblos atrasados. Un determinismo biológico condena a unas y a otros a un status de inmovilismo y sometimiento. Según Moebius, no habrá mujeres pintoras, escritoras, científicas, etcétera —la única capacidad que les concede es la de producir hijos —porque, en cuanto simples apéndices del hombre, no pueden alcanzar, a diferencia de éste, la plenitud individual. Para Hegel, como para su antecesor Montesquieu, el africano “se ha detenido en el periodo de la conciencia sensible; de ahí, su imposibilidad absoluta de evolucionar (...) Su condición no admite desarrollo, ninguna educación (...) no hay nada en su carácter que concuerde con lo humano.” (...) Por extraer su arsenal teórico de las mismas premisas —biológicas, culturales, metafísicas—, misoginia y racismo se dan inevitablemente la mano.[6]
[1] Los jardines secretos de Mogador, Alberto Ruy Sánchez, Editorial Alfaguara, México, 2001, p. 74
[2] Traducción de Marie Hèlene Silva Durand. http://www.albertoruysanchez.com/
[3] De cuerpo entero, UNAM, Ediciones Cofunda S.A de C.V, México, 1992, p. 33


[4] Hacia una hermenéutica del deseo, Lectura de tres novelas de Alberto Ruy Sánchez, Universidad Iberoamericana, Departamento de Letras, AlterTexto, México, 2004, p. 57.

[5] En los labios del agua, p. 21
[6] “Sensualidad y fanatismo: la creación de una imagen”, Los ensayos, Península, Barcelona, 2005, p.p 297 y 299