La "neurociencia ficción" de Jaime Romero Robledo

Por: Eve Gil
Ignoro si Jaime Romero Robledo (Chihuahua, 1974), autor de El mundo de ocho espacios, me daría la razón respecto a que ha escrito una novela de ciencia ficción. Me lo pregunto, pues quienes incursionan en este género, que se confunde a menudo con otros –el género fantástico, muy en particular- optan, casi siempre, por no asumirlo. Una de las razones para temerle a la etiqueta, es que existe un enorme prejuicio -¿despecho?- contra la literatura de ciencia ficción, no digamos ya en México, sino en lengua castellana en general. Para semejante cerrazón, exhibida tanto por críticos como de escritores “realistas”, solo encuentro dos explicaciones: la más superficial, que la ciencia ficción es un género sajón donde los haya, que encuentra sus máximos cultores en autores nada despreciables como H.G Wells, Phillip K. Dick, Stanislaw Lem, Isaac Asimov, Ursula K. Le Guin y George Orwell, por citar unos cuantos. La segunda explicación es todavía más sencilla: envidian el potencial imaginativo de estos autores, creadores al cubo, los llamo yo, pues no solo crean personajes e historias, también mundos y hasta máquinas que a la sazón inspiran a inventores y científicos. No obstante lo anterior, y como bien lo ha aclarado el propio autor, lo suyo es un más bien un género propio: la neurociencia ficción.
Como la mayoría de los autores de este perfil, Jaime Romero Robledo posee estudios alternativos a los de literatura: es ingeniero civil pero también diseñador de video juegos. El mundo de ocho espacios, pues, reúne las tres pasiones de su autor: la literatura, la ingeniería y los juegos de video. Bien visto, no tendría nada de raro que un escritor sintiera pasión, concretamente, por los juegos de video, que proporcionan la posibilidad de diseñar –o de escribir- una historia propia, con elementos predeterminados pero dúctiles, y viceversa. Esta novela nos hace ver no solo hasta qué punto ambas actividades son compatibles, propone, además, un futuro no tan lejano en que los juegos de video dejarán de ser una actividad exclusiva de niños y adolescentes para apoderarse de la vida cotidiana, como es el caso de los personajes de esta desconcertante narración donde la realidad pasa a un tercer plano y los seres humanos adquieren el poder de ser simultáneamente muchos personajes, ya no personas, algo que ya es medianamente posible gracias a los mundos alternativos como el cada vez más popular Second life, que, en lo personal, no encuentro tan excitante como el de Romero Robledo. Mientras que en Second life la realidad contamina, inevitablemente, los mundos oníricos a través de las intervenciones sosas y carentes de ingenio de los participantes, en El mundo en ocho espacios siempre ocurrirá algo que trastorne –y socave- la aparente cotidianidad. Hablamos aquí de un recurso mucho más sofisticado que trastoca la experiencia sensorial en vivencia personal y modifica algo más que la apariencia física, la profesión y la biografía del sujeto: manipula asimismo las psiques y modifica memorias, a placer del consumidor.
Suena complejo… y el autor procura que así sea, desde la estructura narrativa misma. Si los personajes ignoran quienes son en realidad, el lector sabe casi tan poco como ellos. Lo destacable de este recurso, arriesgado por donde se vea, es que se logra un orden dentro del perfecto caos –que por perfecto puede ser letal- y el lector que se entrega dócilmente al juego propuesto por Romero Robledo, no termina extraviado en la maraña de identidades surgidas de un mismo personaje. ¿Hasta dónde, parece preguntarse el autor, el ansia de estatus, el afán de aparentar lo que no se es, llevará a los seres humanos a deslindarse de su “yo” original y experimentar con otros, hasta no reconocerse a sí mismo? El mundo de ocho espacios lleva hasta sus últimas consecuencias la metaficción de Borges, o la más reciente de Goran Petrovich, cuyos personajes se ven atrapados en una novela que estaban leyendo y en la que coincidirán con otros lectores de la misma novela. Aquí la vida de cada personaje es un manual, un “instructivo de uso” al que los demás participantes del juego tienen fácil acceso. Cada actor es, literalmente, un libro abierto. Porque todo aquí es literal, hasta eso que llamamos, casi indiscriminadamente, “lugar común”: “(…) Tuvimos un tipo –se lee en la página 121- que quiso venir aquí y escribir la historia en una línea que se fue enredando tanto en la madeja, que hasta el mismo operario se nos perdió. Tras varios días de búsqueda fue encontrado cubierto de unas ideas extrañas para contar lo que había visto.”
Jaime Romero Robledo tiende la carnada al lector curioso, haciéndole ver desde el arranque hasta qué grado la llegada será confusa, ardua… ¡pero fascinante! Estamos, créanmelo, ante una novela revolucionaria… la clase de novela que solo puede escribirse desde la esquizoide frontera que ya no solo se debate entre dos economías y dos lenguas, sino entre el derecho elemental a la vida y la latente posibilidad de caer víctima –o número- de una guerra que ni siquiera le compete; una novela asombrosa que nos hace ver que un novelista, más que arquitecto de destinos ajenos, puede ser también ingeniero de mundos pavorosamente cercanos.

El mundo de ocho espacios
Jaime Romero Robledo
Averinto Editorial
Chihuahua, México, 2009
141 pps