Antología mínima del orgasmo/ 52 autoras compiladas

Antología mínima del orgasmo, publicada por Ediciones Intempestivas, es una reunión de mini cuentos que, como su título indica, tienen por eje temático el orgasmo femenino. Cincuenta y tantas autoras de diversas edades, procedencias y tendencias pusieron su granito de arena para la realización de este libro pequeño pero sin duda histórico, ideado por los escritores y editores oriundos de Monterrey, N.L Héctor Álvarado y Livier Fernández. Las autoras incluidas son: Amanda Durán, Amaranta Caballero, Amélie Olaiz, Ana Clavel, Ángela Hernández, Ángela Montero, Brenda Ríos Hernández, Carla Zurián de la Fuente, Claudia Guillén, Coral Aguirre, Cristina Rascón Castro Elena Méndez, Elia Martínez Rodarte, Elizabeth Neira, Estrella del Valle, Eve Gil, Francesca Gargallo, Gabriela Aguirre, Gladys González, Glafira Rocha, Guadalupe Ángeles, Ía Navarro, Isabel Gómez, Jane Adcock, Judith Castañeda Suari, Karen Hermosilla, Leticia Herrera, Liliana V. Blum, Lina Zerón, Livier Fernández Topete, Lucía Yépez, Magali Velasco Vargas, María Belmonte, Maricela Guerrero, Martha Baranda Torres, Matilde Pons, Mayra Luna, Minerva Reynosa, Montserrat Hawayek, Nadir Chacín, Odette Alonso, Orfa Alarcón, Patricia Laurent Kullick Reina Marína Rodríguez, Rosina Conde, Sayak Valencia Triana, Tanya Sandler, Teresa Dovalpage, Vizania Amezcua, Ximena Sánchez Echenique y Zaira Espinosa.
Quien esté interesado en obtener un ejemplar, favor de ponerse en contacto con los editores por correo electrónico: half.projects@gmail
Me permito reporucir aquí mi contribución a este volúmen.


LA POLTRONA
Empezó como supongo empiezan todas las niñas: jugando.
La culpable: la poltrona nueva de mi abuela. Eran dos: la suya, donde se instalaba a ver las “novelas” en televisión. La otra: la de los invitados, que yo acaparaba a esa hora de la tarde.
A los nueve años no es fácil acceder a los muebles antiguos. Desde la primera vez que lo intenté, al deslizarme hasta el respaldo, experimenté algo nuevo… inquietante. Algo que, intuía, debía llevar a alguna parte. Así que, mientras mi abuela estaba inmersa en sus “novelas”, se me hizo hábito resbalarme de a poquito para volverme a trepar entre aquellos toscos brazos. Otra vez la sensación proveniente de algún lugar oscuro y recóndito de mi cuerpo. Algo que no entendía, porque la palabra placer no forma parte del vocabulario básico de una niñita.
Mi abuela nunca malició sobre mi maña de treparme en la poltrona nueva, con su asiento duro y rasposo, y proceder a balancearme de manera casi sensual, frotando la innombrada zona de mi cuerpo con la superficie rugosita.
Un día sucedió lo que tenía que suceder: quedé batida tras una especie de explosión interna que por poco me hace gritar. Tuve que morderme el labio a sabiendas de que no era algo usual, mientras experimentaba aquella inundación entre mis muslos. Algo se me ha roto, pensé, y la agüita se había filtrado por entre las rendijitas del asiento, que ya chorreaba por debajo. Disimuladamente me cercioré de limpiar el estropicio utilizando mi propia falda –y sin meter las manos- y mi abuela, absorta en sufrimientos ajenos, no volteó ni una vez. A continuación me fui a cambiar y me apresuré a arrojar la prenda culposa en la cesta de la ropa sucia. Antes me cercioré de olerla: nada.
Nunca más me senté en aquella poltrona y opté por sentarme en la orilla de la cama, aunque experimentaba una especie de envidia cuando alguien más la ocupaba para hacerle compañía a mi abuela.
EVE GIL