Reconstrucción de Reyes

Por: EVE GIL

El Fondo Editorial Tierra Adentro ha tenido la magnífica iniciativa de congregar a jóvenes ensayistas nacidos entre finales de los setenta y mediados de los ochenta en torno a figuras literarias con las que, supuestamente, tendrían escasa o nula afinidad. El resultado ha sido una serie de libros que cumplen a cabalidad tres funciones: redescubrirnos a estos autores a través de miradas no viciadas u oficialistas; desmentir el supuesto de que los jóvenes no se interesan en la tradición literaria y presentar en sociedad a la novísima camada de ensayistas -académicos y no-, que practican este género con tal familiaridad que se pudiera pensar en el ensayo como un género del que las nuevas generaciones han ido apropiándose como vía de expresión óptima para las inquietudes propias del tiempo que les ha tocado vivir.
El más reciente libro de esta colección es, me parece, el más sorprendente de todos: Arqueologías del centauro, dedicado a la obra de Alfonso Reyes, autor que, en teoría, no tendría por qué entusiasmar a los escritores que despuntan, pero… ¡oh sorpresa!, las evidencias confirman que Reyes se adelantó a su tiempo…. Tanto, que los jóvenes actuales se ven reflejados en su estética y en su pensamiento universalista –que hoy denominaríamos “global”-. Ninguno de los diez ensayistas aquí reunidos manifiesta extrañeza o escepticismo ante esta obra que la generación anterior de críticos se empeñó en declarar reliquia sellada, de ahí la ironía del título: estos jóvenes extraen trozos de las múltiples facetas de Reyes como escritor (el narrador, el sibarita, el parodiador, el crítico literario y el crítico de cine) y el resultado final es la reafirmación de una jerarquía monumental, sí, pero de extraordinaria vigencia. Ignacio Sánchez Prado, poeta y crítico a quien debemos ésta más que óptima reunión de voces alfonsinas, afirma contundente en su prólogo a Arqueologías del centauro: “(…) Reyes no es un autor conservador, es el primer crítico radical de la modernidad cultural en México (…) toda reinvención es el fondo una relectura (…)”
La asimilación de la lección de de Reyes se percibe desde la escritura misma de los ensayos, que fluyen como una grata conversación que no por erudita omite a un interlocutor menos versado en el tema. Estos nuevos ensayistas-críticos no se erigen autoridades omniscientes, sino que invitan al lector a releer la obra de Reyes con ojos nuevos y, sí, contemporáneos. Los detractores de Reyes se equivocaron al tacharlo de anti-nacionalista porque supo mirar más allá de sus fronteras geográficas. Estos ensayistas ven más allá de su tiempo, y con ello subrayan la esencia universal del autor abordado, “Abrazar la tradición es un modo de combatirla y viceversa”, afirma Jerzeel Salazar en un interesante ensayo minimalista donde, a partir de una obsesión personal por un elemento sencillo en apariencia, desbroza las influencias literarias de Reyes y a Reyes mismo como influencia de autores posmodernos; José Montelongo, por su parte, esboza un eficaz retrato del Reyes moralista, ese que explora el ensayo en sus múltiples posibilidades, incluyendo el discurso ético: “(Reyes) Necesitaba escribir para conocerse –escribe Montelongo-. Sondeaba la temperatura y coloración de sus emociones, las ponderaba en el laboratorio de su escritura, las contrastaba con sus lecturas, las veía reflejadas en sus poetas de elección, y al final sobre la página quedaba una mezcla en la que ya no era posible discernir qué le pertenecía a él y qué a sus libros (…)”
Daniel Oziaga Doguim, por su parte, nos presenta a un Reyes vacunado contra la legendaria angustia de los escritores ante la página en blanco y realiza un recorrido por las reacciones diversas que desencadenó su obra en su momento, “(…) la envidia es el pecado mejor distribuido entre la república de las letras”. Paola Velasco se refiere a Reyes como “nuestro Montaigne”, con lo cual no peca de desmesura, más bien nos hace ver hasta qué punto han pecado de omisión quienes no lo declararon antes que ella. Berenice Villagómez Castillo incursiona en uno de los terrenos vedados para los santificadores de Reyes, culpables en gran medida de que no se le lea como a un autor-amigo: su faceta como parodiador de los poetas de su generación, trabajos que publicaba bajo seudónimo en la revista Tilín Tilín que no precisamente se distinguía por publicar literatura. Mayra Fortes González nos presenta a Reyes como el primer crítico cinematográfico de México, cuando el cine era mudo y considerado diversión indigna de gente culta. Mientras la mayoría de los críticos denostaba la posibilidad de que la introducción de sonido, Reyes se muestra entusiasta al respecto, “(…) El nuevo elemento sonoro enriquece los asuntos- escribió Reyes-, no a manera de adorno (éste es el error de los directores), sino porque añade también otra ironía, otro toque estético posible; por ejemplo, la presencia de lo ausente…”; Ana Sabau nos entrega al Reyes gourmet, no solo por su conocimiento en alta cocina, pensada más en términos de lenguaje que de sensaciones; Gabriela Valenzuela Navarrete establece un parentesco incuestionable entre Reyes y los narradores del siglo XXI, y Oswaldo Zavala realiza una amorosa autopsia a ese formidable cuento de Reyes que sedujo al mismísimo Borges e inspiró a Fuentes esa pequeña obra maestra titulada Aura. Naturalmente me refiero a “La cena”, escrito en 1912.
Este libro es la mejor invitación posible a retomar la obra del autor regiomontano, pero también es el testimonio de que Alfonso Reyes está más vivo que nunca y se ha graduado, definitivamente y con honores, como un clásico de la literatura universal.