Lo mejor del Bicentenario

Supuse que este año el Nóbel recaería en un autor latinoamericano por razones obvias: el 90% de nuestro continente se encuentra inmerso en festejos -meritorios o no -de Bicentenario de sus respectivos procesos de independencia. La competencia estaba entre Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. En lo personal, siempre he contado al autor peruano entre mis más entrañables afectos literarios, y esperaba con verdadero fervor el anuncio que finalmente se dio a conocer esta madrugada del jueves 7 de octubre (dormí con el radio prendido a la espera de la que, intuía, sería una feliz noticia).
No puedo presumir de haber leído la obra completa de Vargas Llosa, pero sí gran parte de la misma, y siempre lo he considerado la pluma más prodigiosa de nuestro continente, susperior incluso a García Márquez. Independientemente de los inolvidables momentos que me hicieron pasar "La tía Julia y el escribidor", "La fiesta del chivo", "La verdad de las mentiras", "La orgía perpetua", "Travesuras de la niña mala", por solo contar algunos de sus títulos, he tenido el privilegio de entrevistarlo un par de ocasiones y puedo decir que se trata de un auténtico caballero que no desdeña ninguna pregunta y por lo mismo inspira confianza a sus entrevistadores a explayarse y abordar todo tipo de temas (aunque él prefiere hablar de su escritura que de política).
Políticamente no coincido con él, lo cual no significa que no disfrute intensamente esos ensayos con los que me peleo pero a duras penas consigo rebatir, pues Vargas Llosa es, además, un maestro de la retórica. Y si bien es un ensayista abierto al diálogo con su lector, difícilmente permitirá que alguno le gane la jugada.
Celebro, pues, este Nóbel concedido a don Mario Vargas Llosa, a quien siento tan cercano como ningún otro autor reconocido con el premio literario más importante a nivel mundial. Y de todo corazón espero que la concesión de este sea el detonante para quienes no han tenido la fortuna de leerlo, lo conozcan.