Ecos de la FIL: La infinita Cuba de Daína Chaviano


Texto de mi autoría leído durante la presentación del libro La isla de los amores infinitos (Grijalbo, 2006), el pasado 5 de diciembre en el marco de la Feria del Libro de Guadalajara. Sobre su autora, la cubana Daína Chaviano, podrás conocer vida y obra el próximo domingo 24 de diciembre en La trenza de Sor Juana.

Foto de Eve Gil

La isla de los amores infinitos, me dije, no puede ser otra que Cuba. Y novela de semejante título no pudo haber sido escrita sino por Daína Chaviano, autora única en su género que es el de la ciencia ficción y fantasía latinoamericanas. Lo que resulta impredecible, como todo lo que provenga de la pluma de esta magnífica escritora cubana, es su contenido y tratamiento. Las únicas constantes que advierto en Daína son la maldición de la nostalgia que cae sobre los exiliados cubanos y la justa tirria hacia quien forzó el exilio de su familia, mismo que funge como personaje honorario, aunque tácito, de su novelística. La isla de los amores infinitos no es la excepción: “¿Sabes para que el Papa va a Cuba?: Para conocer de cerca el infierno, ver al diablo en persona y averiguar cómo se vive de milagro.”
Como Cecilia, su melancólica heroína, Daína entiende, escrito por ella misma, que un país es como una pintura. De lejos se distingue mejor. La idealización de Cuba es el punto de partida para la obra de esta escritora maravillosa en más de un sentido, y la Cuba de Daína es, a un tiempo, la Cuba pobre y lujuriosa y su personalísimo Macondo. Daína Chaviano es, probablemente, la única autora que ha preferido recrear la Cuba del José Maltí al que el abuelo del chinito Pablo denomina “Buda Iluminado”, a la Cuba del José Martí de los versos politizados; la Cuba de Antonio María Claret, el arzobispo cuyas rodillas se quebraron ante la visión de tantísima belleza condenada a la devastación y que forma parte de los distinguidos fantasmas de esta novela. La Cuba Avalon, la Cuba Shambhala, la Cuba Lemuria...
Como su título pudiera sugerir, La isla de los amores infinitos aborda el proceso de mestizaje en Cuba, pero Daína nos hace ver el grado de maravilla que alcanzan estas mezclas raciales y culturales que todo latinoamericano acarrea en su memoria genética; mezcla, hay que decirlo, generadora de seres mágicos, míticos e infinitos; habilitados lo mismo para percibir duendes que para escribir novelas como esta. Españoles, africanos y chinos convergen en este loco anclaje de barcos repletos de ambiciones y ojos desmesurados. La extranjería será condición de los descendientes de los primeros habitantes de la preciosa isla que parecen condenados a no hallar sosiego ni asiento entre tanta belleza, lo que pudiera explicar la sensación perpetua de extranjería en Cecilia, la protagonista, cubana radicada en Miami, mujer actual en quien confluyen las historias entrelazadas por el elemento de la pasión: “Siempre se había sentido una extranjera de su tiempo y de su mundo, y aquella percepción había aumentado en los últimos años (…) Toda su vida le interesaron los personajes lejanos en la geografía, contrario a su madre que amaba cuanto tenía que ver con su isla.” (p. 97).
La historia de estas tres grandes familias que terminan siendo una, se verá marcada por la traición que golpea particularmente a Pablo, vejado y encarcelado por los mismos con quienes colaboró durante la revolución y que, como la propia Cecilia, como Daína misma, termina deseando vivir en una tierra donde no exista Cuba. En medio de tanta fantasía que involucra dioses y duendes, Daína Chaviano pasa por encima de la última utopía cubana: la suposición de que sus revolucionarios deseaban de corazón el bienestar de su pueblo por encima del propio. Y eso es lo verdaderamente falso, no las criaturitas que surcan estas historias de pasión, no el Martinico enfundado en su sotana: “La Habana parecía una Pompeya caribeña, destrozada por un Vesubio de proporciones cósmicas. Las calles se hallaban cubiertas de baches que los escasos vehículos –viejos y destartalados- debían ir vadeando si no querían caer en ellos y terminar allí sus días. El sol chamuscaba árboles y jardines. No había césped por ningún sitio. La ciudad estaba inundada de vallas y carteles que llamaban a la guerra, a la destrucción del enemigo y del odio sin cuartel.”
Cecilia no es consciente del coro de voces que le revuelven la sangre y la mantienen hipertensa, hasta la noche en que conoce en un bar a una anciana de nombre Amalia que acude en pos de un corazón lo bastante grande para albergar su historia, sus historias. Un bar pareciera poco conveniente para localizar un interlocutor digno de tan privilegiada información, pero de algún modo Amalia sabe que encontrará a una chica capaz de aburrirse en medio de un jolgorio de perfectos cuerpos sudorosos y ansiosa de algo que difícilmente encontrará al fondo de un vaso de whisky o en las largas pestañas de un turista europeo: Cecilia, de oficio periodista, es la persona idónea para que Amalia deposite su legado oral… del mismo modo que Aldo Martínez-Malo, albacea por cierto de la obra de Dulce María Loynaz, como también de las pertenencias de la actriz-cantante Rita Montaner que figura como personaje junto con el pianista Joaquín Nin y Benny Moré, depositó en los hombros de Daína un manto de plata que perteneciera a la legendaria diva. Rita Montaner abrazó los pensamientos y fantasías de Daína del mismo modo que abraza Amalia los de Cecilia. El encuentro de la joven con la viejita coincide con una serie de hechos sobrenaturales registrados por algunos habitantes de Miami y cuya investigación ha sido encomendada a la propia Cecilia.
El caso va mucho más allá de una casa embrujada pues los fantasmas que la habitan se aparecen con todo y casa, es decir, la casa es asimismo figurativa y se desplaza de lugar, apareciendo aquí y allá. Al principio Cecilia no relacionará estos hechos con su nueva amiga, pero tras involucrarse con el asunto descubre, no sin sorpresa, que las apariciones coinciden con fechas clave para armar una historia de la tragedia cubana; fechas que Cecilia conoce al dedillo aunque no sean oficiales, salvo la del 26 de julio, pues las lleva incrustadas en el alma: 1 de enero, 8 de enero, 16 de abril, 19 de abril, 22 de abril, 13 de julio, 13 de agosto, etcétera. ¿Qué relación guardan con las historias de Amalia? Lo cierto es que Amalia guarda una información genética tan rica como la que encierra aquella casa de ensueño: nieta de una española que se entiende con duendes y de una mulata que se deja prostituir por la mismísima Cecilia Valdés que no era tan inocente como nos la hizo creer Cirilo Villaverde, e hija de otra mulata que albergó en su cuerpo el espíritu de la lujuria, exorcizado por el amor y esparcido en cenizas por la isla, narradas por Amalia con Bola de Nieve como fondo.
La isla de los amores infinitos va resolviendo de manera, digamos, natural, las interrogantes que van surgiendo incesantes, por ejemplo: ¿quién es el tal Miguel que abre cada capítulo con una nota sobre el origen de los cientos de dichos populares cubanos relacionados con los chinos? Por supuesto, no voy a decírselos, los invito a tener la paciencia para descubrirlo por ustedes mismos y deslumbrarse. ¿Qué tienen que ver los españoles, con los mulatos y los chinos? Se plantea aquí tres sagas familiares que convergen en una sola persona, Amalia, por cuyas venas corren tres sangres y tres temperamentos… como por las venas de muchos de nosotros mismos que somos, parece decirnos Daína, maravillosamente híbridos y, por ende, mágicos.