La bendita ironía o del día que supe que era la mamá de Norman Bates


Para Pancho Ramos

Se busca, terror del Kindergarten
Lulú, mi niña Asperger, fue cesada de la escuela por mal comportamiento. El cese no es definitivo, pero no deja de resultar insultante para la madre de una niña especial (enferma, insisten en llamarla la directora y las maestras) que los padres de los demás niños pugnen para que esa niña perversa y malvada que es mi hija, sea desterrada de ese decente recinto por sus bajos y crueles instintos que han hecho cundir la alarma. Los niños Asperger no saben moderar sus impulsos. Si tienen ganas de arrojarse sobre alguien, se arrojan sin más y mi hija ha tirado cabellos, ha agarrado de caballito a niños más pequeños que ella, ha propinado puntapiés y puñetazos durante los bailables... sí, también ha arrancado barras de chocolate de las manitas de sus compañeros y se las ha metido completitas a la boca para no dar oportunidad de que se la quiten de vuelta... ah, y le gusta fastidiar a los bebés, apretujándolos como si fueran muñecas... y una de las indignadas madres que se amotinaron quejosas contra mi nena, según me relató la joven directora con cara de circunstancias, aseguró que su indefenso niño despertaba por las noches cubierto en sudor y gritando aterrado, ¡Lulú, Lulú!... y ahí sí me ataqué de la risa, enfrente del tribunal de justicia conformado por la directora y las maestras. Imaginé de pronto lo que podría soñar el niño y hasta escuché de fondo la música de Psicosis. Me ataqué en serio. Casi me revolqué en el piso de la risa. Ellas se miraron entre sí sin entender qué me sucedía: me estaban anunciando que mi niña sería cesada temporalmente hasta que llevara un comprobante de que Lulú era especial y no malvada, es decir, psicópata ("para tener con qué defenderme ante los padres indignados", argumentó la directora) y yo me reía como si me hubieran contado el mejor chiste del mundo. Le pedí a la directora: "Maestra, por favor, vuélvame a contar eso del niño que tiene pesadillas con Lulú, ¡por favor, repítamelo!", la desconcertada directora lo repitió tal cual, con la voz un poco temblorosa, y entonces envolví a mi silenciosa hija con mis brazos y le dije: "¡No cabe duda que eres la hermana de Chucky!"
En vez de reprenderla, de sarandearla, de humillarla, abracé y cubrí de besos a la pesadilla del kindergarten. A la futura Catalina Creel, al bebé de Rosemary, al Anticristo. Lulú permaneció muy seria, estática... así estaba cuando me la entregaron, como asustada (los niños Asperger se quedan inmovilizados cuando algo los asusta... ¿por qué presiento que alguien la zarandeó? No habla, no puede defenderse, tiembla y se cubre la carita... con eso basta para comunicarse conmigo); hecha un palito, con las colitas del pelo erizadas, era la viva imagen del horror y la maldad; Hitler con colitas y una mochilita de Wippo llena de golosinas robadas y juguetes secretos. Se relajó apenas sintió que yo no lo juzgaba, que yo comprendía que no era mala, que no había sido su intención convertirse en la Freddy Kruger de su compañerito. Lo primero que se me salió decir fue que no dudaba lo de las pesadillas, pero que por favor no culparan a Lulú de algún posible abuso que estuviera sufriendo el niño dentro de su casa (¿se puede ser cruel con un niño, como esa madre había sido con mi hija, y no serlo con el propio hijo?, me pregunté). Pero la directora insistió en lo de las pesadillas y el motín. Le pregunté si acaso les había explicado a las indignadas mujeres lo que tenía mi hija. La respuesta fue: "ellos no comprenden, señora, no comprenden". A continuación dije a las anonadadas maestras (que también acusaron a Lulú de desvestirse en medio del patio y escandalizar a los demás... como si una nenita de cinco años desnuda pudiera resultar objeto de escándalo... arrancarse el pañal es su forma de "avisar", porque no habla, no habla...) que me llevaba a mi serial killer, que ahora también me resultaba encueratriz, a casa... que sí, que con mucho gusto les llevaría el comprobante de que no sabía manejar el hacha, mucho menos armas de fuego... ah, y también la carta de no antecedentes penales... las maestras no podían creer lo que escuchaban, no supieron como reaccionar. La directora me dijo: "Todas queremos mucho a Lulú, señora, en serio, pero de alguna manera tenemos que respaldarnos con los comprobantes médicos de la nena", sí, sí, claro, teacher, ta güeno... vámonos, tú, Norman Bates, antes de que se te vuelva a meter el chamuco. Las maestras, por supuesto, no supieron quien era Norman Bates pero sonreían nerviosas. Saqué a mi niña de ahí y afuera me eché a llorar. Cuando advertí que Lulú me miraba con desconcierto, la levanté en brazos y seguí diciéndole que me valía gorro lo que dijeran, que aunque en serio fuera la reencarnación de Bette Davis yo igual la amaría y la defendería. Unas niñitas pasaron del otro lado de la acera y al ver a Lulú empezaron a saltar y a agitar la mano: ¡Luli, Luli, Luli!, canturrearon, y Luli (como la llaman en la escuela) siguió de largo sin hacerles caso, no porque sea grosera sino porque no habla, solo sonríe... las niñitas aquellas me parecieron demasiado entusiastas ante una criatura tan perversa y desalmada. Seguramente pertenecían a algún club de fans de la Mataviejitas, o serían adoradoras de Satanás, por eso sentían afecto por Lulú, tan malvada ella....
Saqué mi celular y llamé a la terapeuta de Lulú para exponerle lo que acababa de pasar y le dije que estaba dispuesta a cambiar a Lulú de escuela, que si sabía de una para niños especiales, donde las aterradas madres no acudieran en tumulto a denunciar los crímenes de una niña Asperger, quejándose porque admitían criaturas anormales que resultaban un peligro para sus perfectos y saludables hijos... y mientras Mónica, la terapeuta de mi monstruo, me indicaba que era lo mejor, que Lulú no debía seguir siendo la rarita de la comarca, dirigí una mirada a mi niña que me devolvió la más angelical sonrisa... y el orgullo me abrumó.