A propósito de "Cenotafio de Beatriz", por Eduardo de Benito

Yo que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyos brazos desfallecía Eve Gil
Borges apócrifo
De las pocas imágenes hermosas que quedan en mi memoria, y que desearía conservar para cuando ya no haya nada, está el rostro, la mirada desde una foto, de una mujer que se llama Eve. Su contemplación me hizo saber que al fin había comprendido todo. Era el “conocimiento hermoso” de Cernuda. ¿Conocemos la hermosura o todo conocer es hermosura? Cierta tarde leía “Cenotafio de Beatriz”, un drama de pasiones carnales en Sonora, donde no había otra verdad que la de unos cuerpos deseándose, el dolor del sexo, el “dorado” del amor como promesa de un paraíso inalcanzable, pero del que tenemos la certeza de que nos traerá la salvación. Cerré las páginas del libro, estaba angustiado. Había visto que en la filmoteca proyectaban “The saga of Ana-ta-han”, el testamento de Josef von Sternberg, y procurando aliviar la angustia que el libro me provocaba acudí a la sala de proyección. En los últimos años de la Segunda Guerra Mundial un grupo de soldados japoneses se refugia en una isla deshabitada, Ana-ta-han, pero en ella viven una mujer fascinante y bellísima, de nombre Keiko. Un fatal deseo erótico se apodera de los hombres. Luchan por conseguirla. Matan y mueren por satisfacer su apetito. Asistimos al ritual de la muerte y los deseos insatisfechos, pero ella sigue inalcanzable, intocada. Durante siete años los soldados se niegan a aceptar las noticias del fin de la guerra. El emperador ha firmado la capitulación. Cuando fueron recogidos, en 1951, el Japón les tributó un homenaje como a héroes que no rindieron su lealtad. En la escena final de la película von Stenberg hace aparecer sobre estos soldados, el rostro de Keiko. Entonces sabemos que durante estos siete años no alimentaron un sueño de victoria. Fue el suyo un combate vano y cruel por la posesión de una mujer que ninguno alcanzó. Los héroes son solo machos encelados, consumidos por un deseo insatisfecho. Entonces entendí la novela de Eve Gil, su obsesión por el erotismo. Heredera de un orden antiguo y rebelde, hermana de sangre de Juana Inés de la Cruz , la aventura de escribir es en esta mujer la coherencia de una voluntad total por la libertad, su erotismo es el basalto ardiente del insomnio. Como macho me gustaría sentir en el cuello tus labios vampirizándome en una caricia hasta la muerte, como lector se que sólo en la transformación alcanza el Arte su medida. Yo también te doy la bienvenida, Eve. Besos.