No soy una superheroína, pero...

Lo que contaré a continuación no es producto de la ficción, sino la más extraña realidad.
El día de hoy, viernes 19 de julio de 2007, a eso de las 10:25 a.m, tuve a bien introducirme en la tienda Sanborns ubicada sobre la calle Aguascalientes, a un par de cuadras del metro Chilpancingo. Me disponía pasar a la sección de libros y revistas para buscar el nuevo número de la revista Metapolítica en la que colaboro con un ensayito sobre la obra de la periodista rusa, asesinada por el régimen de Vladimir Putin, Anna Polivskovskaya, en el preciso instante en que unos empleados de seguridad de INBURSA, realizaban unas maniobras en el cajero automático. Para quienes hayan entrado a esta sucursal de las tiendas de los tecolotes, saben que el cajero se encuentra justo en la entrada de la sección a la que me dirigía, por lo que simplemente encaminé mis pasos hacia ella.
De pronto, un hombrecillo (y le llamo así no por su talla, sino por su pequeñez en tanto ser humano) me salió al paso, bloqueándome el camino con el rifle en alto y con el que se permitió, incluso, darme un culetazo en el pecho. El golpe no fue gran cosa, no dejará un moretón, pudo haber sido, incluso, accidental... o eso creí en ese momento... pero el hecho de que te salga al paso un fulano armado hasta los dientes y te grite: "¡Por el otro lado!", y encima se de el lujo de ponerte su arma casi en la cara, y te golpee con ella, es algo para alebrestar a cualquiera. Mi reacción inmediata fue gritarle que era un prepotente, y el sujeto, de quien solamente recuerdo su espantosa actitud y el inolvidable susto que me metió, se permitió una sonrisa jactanciosa. Tal y como él me lo indicó, pasé por el otro lado: ¿cómo desobedecer a un hombre armado?. Antes de ponerme a hojear las revistas, pregunté a un empleado si sabía donde podía reportar la ofensa del guardia y me indicó que en INBURSA. Ya informada al respecto, y decidida a poner una denuncia, busqué, sin encontrarla, la revista que me había llevado hasta ahí.
Para cuando terminé de revisar las revistas, se me había calmado la taquicardia y me dispuse a salir. Lo último que imaginé, fue que el tipo volvería a salirme al paso, blandiendo su rifle y dándome, de nuevo, un golpecito con la culata en el pecho, gritando: "¡Pase por el otro lado!" Yo no sé qué cruzó por mi mente en ese momento. Me encabrité y me dispuse a seguir mi camino sin voltear a verlo, pero el sujeto insistió en bloquearme el camino, empleando no su cuerpo sino el rifle....
Me estaba amenazando...
Realizo aquí un pequeño paréntesis para comentar que, si bien no lo recordé en ese momento, porque se me nubló la mente, me encuentro escribiendo una novela para adolescentes donde aparece una especie de súper heroína (y no entro en más detalles porque soy muy supersticiosa) y creo que de alguna manera la escritura de esta novela debe haber influido en que, por primera vez en mi vida, me poseyera la sensación de estar harta de tantas injusticias, de tanta prepotencia, de tanta mezquindad por parte de la gente que posee algún tipo de poder, sea este político o mediático o, como en el caso de este empleado de medio pelo que, pobre, ahora que lo pienso, debe ganar el sueldo mínimo o un poco más (no lo pensé en ese momento: nadie se permite compadecer a alguien que te está amenazando con un rifle. Tampoco pensé en Atenco ni en Oaxaca, no hasta que la hube librado. De lo único que tenía conciencia era de que estaba siendo atacada sin justificación, por un hombre armado y déspota que me estaba impidiendo el paso por un camino de libre acceso al público), y sin más empujé al hombrecillo, el cual trastabilleó, con todo y rifle, rebotando contra el cajero. No sé si esto represente algún triunfo, quizá sí, porque a pesar de ser mucho más alta que él, yo no poseo ni su entrenamiento, ni sus músculos (debe pesar treinta kilos más que yo), ni tenía un arma en las manos ni una placa ni un uniforme ni permiso para matar. Mucho menos he sido programada con la idea de que un cajero automático es más valioso que una vida humana. El tipejo se reanimó pronto, hizo un ademán con el rifle (juro por Dios que creí que me dispararía. Fue un instante en verdad escalofriante. Continué mi camino) pero otro de los guardias lo detuvo por el brazo, exclamando: "¡Ya déjala!". Sentí claramente que alguien iba detrás de mí cuando alcancé la puerta, pero no volteé... excepto para gritar por encima de mi hombro, antes de salir caminando con fingida tranquilidad: ¡ENANO!
La verdad es que iba temblando por la calle. Me temblaba todo. Las corvas, la cara, la barbilla... sentí que se me doblaban las piernas: me moría del miedo. Extraje el celular de mi bolsa para marcarle a mi esposo y desahogarme con él (estoy segura que de haber sido escoltada por Ramón, que es un vikingo, nunca hubiera sucedido lo que sucedió) y al cabo de unos minutos, aunque sin dejar de temblar, ya estaba muerta de la risa, más de nervios que de otra cosa. Por un momento creí que ese fulano me dispararía por la espalda, y aún entonces, cuando esperaba que algo sucediera, que algo me estallara, experimenté la satisfacción de no haber permitido que "una autoridad" ejerciera su poder impune sobre mi persona. Por una sola vez. Bastante he tenido ya con haber participado ingenuamente de unas elecciones fraudulentas; con contemplar impotente como los poderosos se embolsan millones de dólares con lujo de cinismo, sin siquiera aportar una explicación lógica para encubrir su crimen (los priistas eran expertos en invertarse cuentos no chinos, sino mexicanos: al menos sentían pudor de ser exhibidos como unos rateros); con escuchar todas esas noticias manipuladas sobre la situación de nuestro país... para encima tolerar que un sujeto prepotente me amenace con un arma por el simple hecho de pasar rozando un cajero automático... sinceramente estoy harta, harta, harta... y no, no soy la Mujer Maravilla, ni la Mujer Araña, ni Bombón de las Powerpuff girls (aunque Vicki y Lulú afirmen lo contrario), mucho menos la Mujer Invisible (¡qué no le hubiera hecho a ese infeliz de gozar el poder de la invisibilidad!), soy simplemente una ciudadana y madre de familia que está hasta las chanclas tantas injusticias.
Una periodista que paga impuestos, que no hace ruido, que no contamina, que escribe cuentos para sus hijas...
Solo eso...