Por: Ignacio Trejo Fuentes
Publicado en Siempre!
La editorial Cal y Arena tiene la sana costumbre de publicar selecciones de cuentos sobre pedido de autores mexicanos, que encarga a un escritor especialista. Entre los títulos se cuenta La lujuria perpetua, Almohada para diez, Camas separadas, Madres e hijas, Un hombre a la medida, El gringo a través del espejo y Cuentos violentos. Me parece una labor magnífica, porque es un buen termómetro para conocer la salud de la narrativa nacional. El volumen más reciente se titula La dulce hiel de la seducción, encargado a la novelista Ana Clavel.Detesto que quienes se encargan de hacer la selección y/o el prólogo, se incluyan en la primera, me parece una falta absoluta de pudor, y sin embargo en este caso hago la vista gorda porque el cuento/prólogo de Ana es sin duda de los mejores. Luego, a petición expresa, trece escritores colaboran con materiales que tienen que ver con el título del libro, la seducción, aunque muchos de ellos se van por las ramas del erotismo sin detenerse demasiado en aquel arte maravilloso. La reunión incluye hombres y mujeres, algunos más conocidos que otros y asimismo con distintos niveles de calidad. Por ejemplo, sé poco de Brenda Lozano, Luis Felipe Lomelí y Rowena Bali, y aunque las muestras de su trabajo no me entusiasman demasiado, e incluso me parecen los más flojos y hasta prescindibles, me remitirán al grueso de su obra para no juzgarlos precipitadamente.“Hay cosas que las manos nuca olvidan”, de Cristina Rivera-Garza me reconcilia con esta narradora, quien se había olvidado de que no basta escribir “muy bonito” sino que es necesario contar cosas interesantes, y ella había caído en la escritura de textos soporíferos. El que aquí ofrece es atractivo por todos lados, aunque parece parte de una novela.Guillermo Samperio, en “Joven dragón verde”, demuestra por qué se le considera uno de los mejores cuentistas hispanoamericanos; esta pieza no tiene pierde, sobre todo en su arquitectura. “Something Stupid”, de Iván Ríos Gascón es de los cuentos más notables de la selección, y anuncia sus enormes posibilidades en el género, porque es mejor conocido por sus muy buenas novelas.“Arsénico y caramelos”, de Eve Gil, es asimismo una pieza poderosa, porque hurga en un asunto tan candente como el lesbianismo entre una maestra madura y su pupila adolescente. La transgresión distingue a esta escritora en sus novelas, y quien la conozca a través de este relato irá sin duda en busca de aquéllas, con absoluta ganancia.“Cartas para la alfombra”, de Brenda Lozano, es pura divagación, resulta plano y no tiene factura de cuento: es de los materiales prescindibles.Luis Felipe Lomelí tiene cualidades, pero también cae en la dispersión, le falta punch, y por eso el lector se exaspera: se le promete más de lo que se le entrega. “La perfecta”, de Mónica Lavín, es en cambio un alarde de lo que este género es y debe ser: un mundo de locura concentrado en pocas páginas y resuelto con la intensidad y la sorpresa necesarios, además de la prosa correcta, justa. Debe considerarse entre lo mejor del volumen.Guillermo Fadanelli se desenvuelve con la misma soltura y eficacia tanto en la novela como en el cuento, y “La siesta” es prueba fehaciente de ello. Ya conocemos los asuntos truculentos que el autor suele frecuentar, y para quien aún no lo haya leído, este cuento será un motivador preciso.
La editorial Cal y Arena tiene la sana costumbre de publicar selecciones de cuentos sobre pedido de autores mexicanos, que encarga a un escritor especialista. Entre los títulos se cuenta La lujuria perpetua, Almohada para diez, Camas separadas, Madres e hijas, Un hombre a la medida, El gringo a través del espejo y Cuentos violentos. Me parece una labor magnífica, porque es un buen termómetro para conocer la salud de la narrativa nacional. El volumen más reciente se titula La dulce hiel de la seducción, encargado a la novelista Ana Clavel.Detesto que quienes se encargan de hacer la selección y/o el prólogo, se incluyan en la primera, me parece una falta absoluta de pudor, y sin embargo en este caso hago la vista gorda porque el cuento/prólogo de Ana es sin duda de los mejores. Luego, a petición expresa, trece escritores colaboran con materiales que tienen que ver con el título del libro, la seducción, aunque muchos de ellos se van por las ramas del erotismo sin detenerse demasiado en aquel arte maravilloso. La reunión incluye hombres y mujeres, algunos más conocidos que otros y asimismo con distintos niveles de calidad. Por ejemplo, sé poco de Brenda Lozano, Luis Felipe Lomelí y Rowena Bali, y aunque las muestras de su trabajo no me entusiasman demasiado, e incluso me parecen los más flojos y hasta prescindibles, me remitirán al grueso de su obra para no juzgarlos precipitadamente.“Hay cosas que las manos nuca olvidan”, de Cristina Rivera-Garza me reconcilia con esta narradora, quien se había olvidado de que no basta escribir “muy bonito” sino que es necesario contar cosas interesantes, y ella había caído en la escritura de textos soporíferos. El que aquí ofrece es atractivo por todos lados, aunque parece parte de una novela.Guillermo Samperio, en “Joven dragón verde”, demuestra por qué se le considera uno de los mejores cuentistas hispanoamericanos; esta pieza no tiene pierde, sobre todo en su arquitectura. “Something Stupid”, de Iván Ríos Gascón es de los cuentos más notables de la selección, y anuncia sus enormes posibilidades en el género, porque es mejor conocido por sus muy buenas novelas.“Arsénico y caramelos”, de Eve Gil, es asimismo una pieza poderosa, porque hurga en un asunto tan candente como el lesbianismo entre una maestra madura y su pupila adolescente. La transgresión distingue a esta escritora en sus novelas, y quien la conozca a través de este relato irá sin duda en busca de aquéllas, con absoluta ganancia.“Cartas para la alfombra”, de Brenda Lozano, es pura divagación, resulta plano y no tiene factura de cuento: es de los materiales prescindibles.Luis Felipe Lomelí tiene cualidades, pero también cae en la dispersión, le falta punch, y por eso el lector se exaspera: se le promete más de lo que se le entrega. “La perfecta”, de Mónica Lavín, es en cambio un alarde de lo que este género es y debe ser: un mundo de locura concentrado en pocas páginas y resuelto con la intensidad y la sorpresa necesarios, además de la prosa correcta, justa. Debe considerarse entre lo mejor del volumen.Guillermo Fadanelli se desenvuelve con la misma soltura y eficacia tanto en la novela como en el cuento, y “La siesta” es prueba fehaciente de ello. Ya conocemos los asuntos truculentos que el autor suele frecuentar, y para quien aún no lo haya leído, este cuento será un motivador preciso.
“Tan bello y tan malo”, de Rowena Bali, es un buen desdoblamiento de caracteres de alguien que escribe y los personajes, se da el proceso de seducción de manera distinta al resto de los cuentos de La dulce hiel…, y tal vez por eso me queda la sensación de no haber entendido del todo en qué demonios termina todo el lío. Juan Hernández Luna, conocido por su literatura de corte policial, escribe “Irene”, una pieza en la que la seducción y la locura se dan la mano, y que resulta interesante porque a estas alturas el autor sabe arreglárselas más que bien con la intriga. Los celos juegan un papel determinante.“Las Violetas de Afranio”, colaboración de Josefina Estrada, es uno de los más inquietantes del volumen. Muestra los medios por los cuales un narcotraficante colombiano seduce mujeres y luego las involucra en el delito: las pobres terminan en la cárcel sin entender bien a bien cómo cayeron en las redes de aquél. Supongo que la autora parte de hechos reales, magníficamente literaturizados.Otro de los escritores con sobrada experiencia en este libro es Ricardo Chávez Castañeda, y su cuento “Contrafuga a sesenta kilómetros por hora” es, junto con el de Samperio, uno de los más arriesgados y bien resueltos en cuanto a técnica: ¿qué tanto de lo que se cuenta ocurre realmente y cuánto sucede en la mente de los personajes que se encuentran en un automóvil? Aquí, contenido y continente se conjugan de la mejor manera, como señalan los cánones del género y el lugar común.La selección cierra con “Isla en el lago”, de Rosa Beltrán, sin duda una de las narradoras más interesantes de cuantas hay en México. Aquí la seducción se da de manera no calculada, y por eso resulta candente y llena de intriga. Tiene como escenario las calles del centro de la Ciudad de México, lugar preciso para este tipo de historias. Y la autora cada vez escribe con mayor categoría.Como dije en la primera parte, las selecciones de cuento que periódicamente publica Cal y Arena, como este, La dulce hiel de la seducción, encomendado a Ana Clavel, son magníficos termómetros para medir la salud de la narrativa mexicana, porque en ellos conviven escritores con prestigio demostrado y otros sin tanta trayectoria. Sirven, también, para que quienes no conocemos a los convocados podamos hacerlo y caer en esa otra seducción y vayamos directamente al grueso de su obra. Es bueno, además, que la compiladora no se haya dejado atrapar por el fácil y con frecuencia estéril señuelo de los géneros y en cambio haya sabido equilibrar la presencia de hombres y mujeres: como se sabe, la literatura no tiene sexo, es buena o mala, regular o excelente, hágala quien la haga. Y aquí eso se demuestra sobradamente.
Varios autores, La dulce hiel de la seducción(compilación y prólogo de Ana Clavel). Cal y Arena,México, 2007; 211pp.
Varios autores, La dulce hiel de la seducción(compilación y prólogo de Ana Clavel). Cal y Arena,México, 2007; 211pp.