Morr@s del CBTIS 24, os saludo desde aquí...




En el CBTIS No. 24 de Ciudad Victoria, Tamaulipas, y como parte de mi función en el festival La palabra infinita, tuve oportunidad de poner en práctica lo aprendido a través de todo este tiempo de enfrentar auditorios estudiantiles. Captar su atención es terriblemente difícil, y no es para menos: la mayoría de nosotros, incluyendo quienes ejercemos el loco oficio de escribir, no teníamos a esa misma edad el menor deseo de atender a un perfecto desconocido que se presentaba con ínfulas de sabelotodo o evangelizador. ¡Bastantes problemas teníamos con nuestras broncas académicas… la transformación no siempre benigna de nuestras fisonomías…! Por eso, desde que empecé mi charla con ellos, les aclaré que no iba a darles una clase, mucho menos una conferencia…. Que solo platicaríamos un rato…
Les hablé de lo que casi siempre me piden que hable: literatura escrita por mujeres (de entrada hice hincapié en que decir literatura femenina poco tiene que ver con mi tema… porque una “literatura femenina”, en el supuesto de que exista, no por fuerza tiene que ser escrita por mujeres), más exactamente, de la aportación de las mujeres a la literatura. La charla se titulaba “Retrospectiva de la historia de la literatura escrita por mujeres”. Empecé por Eukhadiana de Siria, autora probable (no existe un 100% de seguridad… pero casi) de los versos más antiguos de la historia, tallados sobre una piedra sumeria; versos que, por cierto, aludían a Inana, diosa de la Sabiduría… continué con Safo…. Con Murasaki Shikibu… en este punto me detuve para preguntarles si tenían idea de quien había escrito la primera novela de la historia. Esperaba escuchar la respuesta más usual en estos casos: Cervantes. Pero una jovencita, que se hizo escuchar desde una de las filas más retiradas al estrado, exclamó en forma audible: ¡una china!
Me admiré por lo próxima que su respuesta estaba a la verdad, pues aunque la autora de Genji monogatari era japonesa, escribía, en efecto, con caracteres chinos. La respuesta de esta chica me animó a seguir preguntando… no importaba, claro, que las respuestas no fueran las que yo pretendía dar… con que se aproximaran bastaba para considerar que los chicos poseían conocimientos básicos en literatura universal, y varias de ellas fueron contestadas. Un joven tímido, de pelo rizado y rojizo, me dio tres de las respuestas: quién era el precursor “oficial” de la literatura negra (Edgar Allan Poe), qué era el género gótico (una historia en la que intervienen criaturas sobrenaturales) y quién había ganado el Premio Nóbel de Literatura del 2007 (Doris Lessing). Algunos se esforzaron por responder y dieron casi en el blanco… los muchachos resultaron mucho mejor público de lo que hubiera esperado. Por supuesto, juguetearon mucho con ellos y yo con ellos… de eso se trata, de retirarle a la Literatura el sacrosanto celofán que la mantiene intacta y, por decirlo de alguna manera, “a salvo”.
No debiera sorprenderme tanto puesto que su maestra de Lengua y Literatura, Rosa María Castillo, resultó ser un cofre de sorpresas. Lo primero que me sorprendió, fue su amor por le lenguaje… un amor genuino, quiero decir, no de quienes pretenden adorar el Castellano (sin imaginar que precisamente en esa idolatría, en ese respeto excesivo, se localiza la imposibilidad de penetrarlo) y emplean un lenguaje rebuscado y ultracorrectista, no: me refiero a la forma en que saboreaba las palabras. Es esto, y no la rigidez en el habla, lo que denota el amor del que hablo. Cuando más tarde supe que Rosa María había sido alcaldesa, no debí sorprenderme (quizá me pareció demasiado sensible y dulce para intervenir en un terreno tan cruel e ingrato, sobre todo con las mujeres, como es la política) pues una manera de hablar como la suya es capaz de suavizar una piedra. La maestra Castillo me habló con inmenso afecto de sus alumnos, pero también manifestó su preocupación de que nunca lograran hacer de la literatura un hábito. Me atrevo a afirmar que a raíz de la plática que mantuve con ellos, que me sorprendieron muy gratamente, habrá advertido que sería más fácil de lo que imaginaba.
La literatura, insisto, no tiene que ser una materia obligatoria, al menos no en la primaria ni en la secundaria. La literatura debiera ser un recreo, un solaz para la rutina estudiantil. Según me platicó el maestro Felipe Garrido, uno de los más amenos difusores de la lectura de este país, Juan José Arreola se volvió aficionado a la literatura gracias a una maestra que, tras una provechosa jornada de estudios, premiaba a sus alumnos leyéndole fragmentos de La Iliada. Aquellas lecturas eran, leyeron bien, un premio y la mayor motivación del entonces pequeño Juan José quien, al salir de clases, jugaba con sus compañeritos a ser alguno de esos héroes míticos. La literatura debe ser transmitida por un lector de verdad, no un mero aficionado, sino alguien a quien la literatura subyugue y apasione. Por lo general, a los maestros no les apasiona la lectura. Recién tuve una experiencia en ese tenor con Victoria, mi hija mayor, a quien su maestra de quinto los obligó, porque el programa lo exigía, a leer una novela titulada La sirenita sin voz, de Kalman Barsy. Victoria salía de la escuela quejándose amargamente de lo aburridas que eran las lecturas de la maestra, que prácticamente dejaba cabeceando a sus alumnos cuya edad fluctuaba entre los diez y los doce años. Supe entonces que ella no les estaba transmitiendo nada. Le ofrecí a Victoria leerle yo aquella novela… el resultado fue justo el que esperaba, siendo que a mí misma la novela me estaba encantando: conseguí atrapar a Victoria, transmitirle la alegría, el goce y la ternura que aquella historia incitaba en mí.
No todas las escuelas mexicanas, por desgracia, tienen la suerte de tener una maestra de literatura como Rosa María Castillo. La inmensa mayoría nos arrebatan más lectores de los que nos aportan… en primer lugar, como ya dije, por la ausencia de verdadera pasión; en segundo, porque les hacen creer a los muchachos y muchachas; niños y niñas, que la misión de la literatura es transmitir valores y aluden a ella con una pompa y solemnidad tales que hasta yo me desanimo… ¡qué diferente sería si les hicieran ver que la literatura es, ante todo, una provechosa diversión!, ¡el más maravilloso vicio y lícito que puede existir!, ¡una fuente de experiencias y emociones!, que eliminen de su vocabulario los términos valores (¡tan difuso, por Dios!), aprendizaje, obligatorio y cultura. Sustituirlos por libertad, diversión, experiencia y pasión. Qué diferente sería todo si, como en los sistemas escolares de algunos países de Europa, incluido Estados Unidos, las visitas a la biblioteca fueran un paseo y una diversión y no parte obligatoria del Programa.
Estuve muy contenta con estos chicos inteligentes, sagaces y participativos. Ha sido, sin duda, una de las experiencias más memorables de mi vida… por eso les pedí que posaran para estas fotos…