Odio

Dicen que uno odia lo que no conoce... pero creo que también se odia lo que se conoce bien.
Los mecanismos psicológicos que propician el odio en un ser humano, son tan complejas y variadas como los que conducen al amor. De hecho, bien dicen, amor y odio son dos caras de una misma moneda (aunque ignoro qué nombre darle a la moneda de las dos caras).

A veces (las menos) sabemos la razón por la que odiamos, pero casi siempre se trata de algo tan abstracto y tan sin sentido como puede llegarlo a ser el amor. Freud consideraba que, la mayoría de las veces, nos enamoramos de aquel o de aquella que nos recuerda a nuestra madre o a nuestro padre, dependiendo nuestro sexo u orientación sexual. A mí me ocurre justo lo contrario: rechazo contundentemente a quienes me recuerdan a mi padre y jamás he experimentado sentimiento amoroso ninguno por alguien que se le parezca.

En el odio, presiento, los mecanismos se invierten ligeramente: se odia a quien uno quisiera ser (siempre y cuando, claro, no exista una razón concreta para ese sentimiento); se odia a quien nos brinda el reflejo de lo que nos hubiera gustado parecer.

Este tipo de odio, claro, se aproxima mucho a la envidia. La envidia es el mayor generador de odios en el mundo. Me atrevería a asegurar, incluso, que ha sido el motor de muchas guerras, que casi siempre estallan por una de dos razones: codicia o envidia.

A veces uno se despierta con la novedad de que alguien lo odia. Es una sensación extraña, una mezcla de impotencia, desconcierto y enojo... porque, en primera instancia, ninguno de nosotros creemos haber hecho un daño tal que origine tanto odio.

Solo una persona que odia puede consagrar su existencia a dañar al objeto de su odio. Para golpearlo mediante todos los recursos a la mano. El odio es obsesión, particularmente cuando ha sido generado por la envidia.

El amor, como esta clase de odio, es igualmente obsesivo. Se parecen demasiado el odio súbito y el enamoramiento.

Prácticamente cualquiera puede ser blanco de odio, lo mismo que del amor. Basta que alguien vea en ti lo que él o ella nunca tuvo para, una de dos, amarte u odiarte, dependiendo su naturaleza y su ubicación en la vida.

No pocas veces descubrimos que nuestro peor enemigo es aquel a quien le dimos el empujoncito, a quien acompañamos en su dolor por una pérdida, a quien pretendimos comprender y que, incluso, creímos una persona digna de confianza.

De hecho, la mayoría de las veces quien más te odia es, asimismo, quien más te admira.

Quien vive pendiente de cada paso que das, de cada palabra que dices... ése o ésa que quisieran ser tú...

o siquiera parecérsete un poquito...¨

Por eso me pregunto: ¿hasta qué punto el odio puede ser considerado un homenaje para el despistado objeto del mismo?

El odio, además, es una lamentable pérdida de tiempo para quien se deja llevar por él y se convierte en la sombra de aquel que odia. Lo es también para el sujeto de ese odio que se pregunta una y otra vez: ¿qué carajos le hice para que me odie tanto?

Pero insisto... qué misterio tan hondo el odio, lo mismo que el amor... y casi siempre (¿o siempre?) vienen juntos...

De pronto me viene a la mente aquella melosa cancioncilla de los 70: Prefiero tu odio a tu indiferencia, porque solo se odia lo querido...
Yo prefiero la indiferencia, causa menos stress...