Últimos días de Sándor Márai

Por: EVE GIL
Ninguna de las novelas del autor húngaro Sándor Márai resulta más conmovedora que sus Diarios, y muy especialmente los que comprenden los últimos tres años de su vida: 1984-1989.
Nacido en Kassa, en 1900, radicado en San Diego, California, al momento de escribir sus últimas líneas, en su natal húngaro con el que escribió su obra toda, Márai contaba cerca de noventa años cuando decidió terminar con su vida. Solo dos cosas lo habían tenido al pie del cañón: su querida esposa Lola, mucho más enferma de él y que no tiene quien la cuide, excepto el propio Márai, y los libros que le quedan por leer o releer, como El quijote. Por escribir… Márai ha decidido que el último de su producción será el que se encuentra corrigiendo, “mi novela policíaca”. A estas alturas de su existencia, la única escritura que parece entusiasmar al autor de La mujer justa (la más grande novela psicológica que sobre una mujer ha escrito autor varón, desde Madame Bovary), es su Diario que recoge hasta los instantes más trágicos de su existencia, sin traicionar a la perfección formal que le caracteriza, ni siquiera cuando ha perdido las dos últimas cosas que lo ataban a este mundo: Lola… y la visión. Cada día que pasa, a Márai se le dificulta más su ritual de leer poesía húngara por las noches. El glaucoma se agudiza no obstante haberlo combatido con la misma energía con que en sus años mozos combatió los “ismos” (nazismo/ comunismo: ¿a cual irle?) que lo orillarían a exiliarse de Hungría, en 1948. El desencanto, que lo acechaba ya desde los cuarenta años –y del que lo salvaban el amor y la literatura-, se apodera de él ante las irremediables pérdidas: incluso su hijo adoptivo, de apenas cuarenta y dos años, se le adelanta en el viaje sin retorno. Contrario a lo que suele ocurrir, la fe religiosa de Márai ha ido decreciendo al paso de los años y concluye en una negación terminante al verse literalmente despojado: “(…) esa fe llorona –denomina al catolicismo en que fue criado-, espasmódica y vocinglera podría considerarse eso que suele denominarse una “huida hacia delante”. Tamaño fervor sólo puede apuntar a una necesidad de escapar de algo (…) Toda religiosidad sectaria y fundamentalista me evoca las palabras de Gide, quien escribió: “Paul Claudel pensaba que se puede llegar al cielo en coche-cama”.
Las páginas del diario de Márai registran lo mismo los pormenores de la agonía de Lola -cuyo verdadero nombre era Ilona Matzner-, que las lecturas que los acompañaron en aquellos tortuosos días y su ideología poco ortodoxa sobre cuestiones políticas y religiosas. Denota, incluso, cierta misantropía que oscila, luminosamente, entre el odio y la identificación con los mismos que desprecia y/o compadece: los negros, los mexicanos… los propios norteamericanos, que, a decir de Márai, se imaginan a los húngaros como condes vestidos de gala, nobles empobrecidos de inefable gorrito… o en todo caso, miserables campesinos acarreando su hatillo. Las más demoledores, sin embargo, son sus juicios respecto a la nueva literatura húngara y la visión mercantilista del medio editorial: “Hoy en día, el escritor que intenta crear algo diferente de lo que la industria del consumo produce para alimentar a los lectores es como el cojo que anda con prótesis, pero de todas formas intenta presentarse en una carrera de cien metros.” La proximidad de la muerte o, mejor dicho, su desesperada invocación de la misma, particularmente tras la viudez –estado que él considera obsceno, “a mi edad”- lo vuelve obsesivo, pero también exacerba una consciencia crítica que nunca se repliega ni resigna. Tras la muerte de Lola, Márai deja fluir, sin el pudor que le caracteriza, sus sentimientos por su compañera, junto a la que corrió la aventura del exilio y con quien compartió el duelo por su único hijo biológico, muerto en la infancia: “(…) Esta mujer hermosa, con su belleza ennoblecida por la vejez, sigue en su cuerpo maravillosamente intacto (…) Eso de que la vida imita al arte a veces es verdad (…)”
Al final, erigido sobreviviente último, no solo de su familia, sino de toda una generación de escritores húngaros, Marai no se resigna a esperar que el destino lo abrace. Apenas fallecer Lola, compra un arma de fuego. No la usa en el acto, no se atreve, aunque esa arma le confiere la sensación de control sobre sí mismo. Transcurren dos años antes de la señal que aguardaba, la inminente hospitalización que le quitará lo último que le queda: la dignidad. Hasta en su mensaje de despedida, dirigido al vacío, acaso a la señora de la limpieza, Sándor Márai sigue siendo el máximo exponente de las letras húngaras contemporáneas y un clásico de la gran literatura del siglo XX.

Diarios 1984-1989
Sándor Márai
Salamandra narrativa
Traducción del húngaro: Eva Cserhati y A.M Fuentes Gaviño
Barcelona, 2008
219 pps.