El traje nuevo del Gobernador

Por: Miguel Ángel Avilés
avilesdivan@hotmail.com
Hace muchos años había un Gobernador tan aficionado a los trajes nuevos que, muy fachoso él, gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia.
No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos o montar a caballo y hacer sus cabalgatas. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y para cada conferencia de prensa y de la misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía: “El Gobernador está en el vestuario”.
La ciudad del sol en que vivía el Gobernador era muy alegre y bulliciosa; eso sí: con un montón de calor y con baches por aquí y por allá. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y gente que quería cruzar para el otro lado y una vez, cuando al gobernador ya le quedaban sólo unos meses en su cargo, se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que hacian teguas y sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.
-¡ah jodido!, deben ser vestidos magníficos! -pensó el Gobernador-. Si los tuviese, podría averiguar qué elementos de mi gobierno y del PRI SONORA son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico y varias cajas de huevo repletas de…huevo para que pusieran manos a la obra cuanto antes.
Ellos montaron un telar y, al igual como lo hacen los diputados, simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.
Me gustaría saber si avanzan con la tela-, pensó el Gobernador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.
“Enviaré a mi hombre de confianza a que visite a los tejedores” pensó el Gobernador-. Aunque su cara no le ayude, es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él”.
El Chino Lam se presentó pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. “¡Dios nos ampare!” – Exclamó el dirigente de YO CON SONORA para sus adentros, abriendo sus rasgados ojos como naranjas agrias -. “¡Pero si no veo nada!”. Sin embargo, no soltó palabra.
Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos el color rojo y el dibujo con el venado y el escudo de Sonora. Le señalaban el telar vacío, y el pobre Chino seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. “¡Dios santo!” -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea tan inútil para el cargo como “El Pano”, “El Basaldúa, “El Ulises Cristópulos” “El Maloro”, “El Bebo”, “El Pato” y “la Flor? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela.
-¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.
-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el chino mirando a través de los lentes Ray Ban que se había puesto para no ser reconocido-. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Gobernador que me ha gustado extraordinariamente.
-Nos da una buena alegría -respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El ex secretario tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Gobernador; y así lo hizo.
Los estafadores, dando machetazo a caballo de espadas, pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías, allá en un rincón de unas escombrosas oficinas de la Secretaría de Hacienda que alguna vez fue usada para guardar importantes documentos que un buen día terminaron por quemarse a causa de una chispa de un cooler -dijeron los voceros del gobernador-o de una explosión-consignaba el habla popular- que a su vez incendió de inmediato el techo de una guardería subrogada por el IMSS a unos acaudalados entre los que se encontraba una pariente de Margarita Zavala, la esposa del Primer Mandatario de la Nación y que servía para embodegar a cientos de niños de los cuales 47 fallecieron y muchos mas quedaron heridos en ese inolvidable incendio que la ciudad del sol y todo el mundo no olvidará por siempre.
Fue así como poco después el Gobernador envió a otro funcionario de su confianza, -Roberto Rubial Astiazarán, el Presidente del PRI Estatal- a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.
-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.
“Yo no soy tonto -pensó el Chico Maravilla-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta”. Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.
-¡Es digno de admiración! -dijo al Gobernador.
Todos los moradores de la capital de Sonora hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Gobernador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras además del Vaquero y el resto de la fórmula priista, se encaminó hasta aquella bodega abandonada donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.
-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.
“¡Cómo! -pensó el Gobernador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para Gobernador y menos para candidato a la Presidencia de la República? Sería espantoso, con que cara podría yo ver a Elba Esther Gordillo”.
-¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar que no veía nada.
Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Gobernador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente. -¡Es preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella.
El Gobernador concedió una condecoración a cada uno de los dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales y les entregó la medalla “orgullosamente Sonorense” y les regaló de pasó un Paquete Sonora con carne clasificada, machaca, Bacanora, coyotas, Jamoncillos y chiltepines.
Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados al calor del bacanora, sin prender el cooler y con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el vestido está listo!
Llegó el Gobernador en compañía de sus caballeros principales y un manchón de reporteros, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:
-Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. -Aquí tienen el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña y chiquita como si fueran para un niño de esos que fallecieron el inolvidable 5 de Junio; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, más precisamente esto es lo bueno de la tela.
-¡Sí! -consintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había.
-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad a quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el nuevo delante del espejo?
Quitose el Gobernador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y agarrando al Gobernador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.
-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!
-El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle Rosales - anunció El Rorro, legendario maestro de Ceremonias.
-Muy bien, estoy a punto -dijo el Gobernador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volviose una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido.
Los chicos de la sub 17, es decir esos críos que componen la fórmula priista tales como “El Pano”, “El Basaldúa”, “El Ulises Cristópulos”, “El Maloro”, “El Bebo”, “El Pato” y “La Flor”, eran los encargados de sostener la cola y bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Gobernador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle Rosales y las ventanas, decía:
-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Gobernador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!, expresaban extasiados los arzobispos Carlos Quintero Arce y José Ulises Macias, quienes ahí mismo planearon publicar al día siguiente un desplegado en la prensa para felicitar al gober por tan hermosísimos atuendos.
Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño de la colonia Y GRIEGA, de esos a los que la actual candidata del PRI, Flor Ayala Robles Linares,les llamaba “mugrosos” cuando dirigió al DIF estatal y que se caracterizaba por su altivez y prepotencia hacia la gente humilde que acudía a su oficina pero nomás recibía de ella su desaire.
-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre, un ex trabajador de COMERCIAL VH; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.
-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero. ¡¡¡¡el Gobernador va desnudo!!!!.
Aquello inquietó al Gobernador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: “Hay que aguantar hasta el fin, que ya me quedan unos meses y si gana el vaquero me quedarán de perdida otros veinte años mas”. Y siguió más altivo que antes; y la ayuda de cámaras empresariales, la oligarquía, la iglesia y una parte de la prensa, continuaron sosteniendo la inexistente cola hasta que terminó el sexenio.
Después de eso, este hombre aparentemente probo, significó la nada.
FIN