Lo femenino, literatura y creación: entrevistas con escritoras


Por: EVE GIL

La creación es un enamoramiento del mundo
Elena Garro

Cuando Marguerite Yourcenar ingresó a la Real Academia de la Lengua Francesa y alguien le hizo ver que era la primera mujer que alcanzaba tamaño honor, su respuesta no pudo ser más tajante: “Yo no soy mujer, soy escritor”.
Aunque a estas alturas pareciera que lo uno no tendría por qué estar reñido con lo otro, la polémica caldea aun ciertos ánimos, lo que vuelve imprescindible la lectura del nuevo libro del periodista, crítico y psicoanalista mexicano Miguel Ángel Quemain, quien se ha caracterizado por un trabajo tan discreto como deslumbrante que fusiona sus tres campos de acción: el periodismo, la crítica literaria y el psicoanálisis. Es en su más reciente libro, Lo femenino, Literatura y creación, donde reúne entrevistas con catorce autoras de diversas nacionalidades e idiosincrasias, despliega, además, algo que pocos críticos literarios varones ostentan: ausencia de prejuicios y un vasto conocimiento de la literatura mal llamada femenina –él evita nombrarla así, lo hace solo a nombre de otros-, sin necesariamente avocarse a los estudios de género, elaborando preguntas que enlazan la experiencia literaria con la experiencia como mujer de cada una de las autoras.
Desde México hasta Francia, excepto por ciertas divergencias relacionadas sobre todo con su filiación feminista y/o su visión del feminismo, estas autoras coinciden mucho en cuanto a su concepción sobre la escritura y la injerencia de una visión femenina en su literatura. Llama la atención, por ejemplo, que si bien ninguna niega enfáticamente ser feminista, coinciden en una visión crítica al respecto; algunas, como Doris Lessing, a propósito de los estudios literarios, otras, como Luisa Josefina Hernández, en el aspecto social. Mientras que Doris culpa a las teóricas feministas de haber inventado una división entre “escritura femenina” y “escritura masculina”, Luisa Josefina achaca al feminismo –supongo que mexicano- una insistencia por victimizar a las mujeres, cuando debieran contribuir a hacer un frente común con los sectores desprotegidos de la sociedad (Doris también coincide en no percibirse como víctima). Considera Luisa, además, que la familia y los hijos –ella es madre de cuatro hijos- son enarbolados, las más de las veces, para justificar la “esterilidad intelectual” de ciertas mujeres, si bien, como declarará llegado su turno su turno, para Elena Poniatowska el trabajo literario resulta particularmente difícil para una mujer: “un escritor hombre tiene siempre alguien que lo atienda en todos esos menesteres, tiene siempre una esposa, yo no tengo una esposa….” Por su parte, y contrario a Marguerite Yourcenar – cita en cambio a Simone de Beauvoir- Doris Lessing afirma tajante que ser mujer nunca le ha parecido una calamidad, al contrario. Julia Kristeva declara sin titubeos, “Es muy difícil ser mujer”, y va más allá: ser mujer es un á mort permanente. En este sentido se tienen dos caminos: el patetismo que te lleva a buscar hombros sobre los cuales llorar, o afirmar una identidad, que es por lo que Kristeva ha optado.
Algunas se reafirman a través del ejercicio creativo de su sexualidad, como sería el caso de Catherine Millet, autora de La vida sexual de Catherine M., quien como crítica de artes plásticas más que narradora, propone a las mujeres asumir el acto sexual como un relato, como una producción artística. Lo más subversivo en esta autora, más todavía que exhibir su sexualidad con una franqueza no exenta de poesía, es bajar de jerarquía al orgasmo, cuya importancia se ha impuesto por encima de la experiencia estética del placer. Annie Ernaux, también francesa, escandalizó al que suponemos un país liberal con sus libros donde reivindica el derecho al placer de la mujer, incluso si es madura y madre. Pudiéramos citar a tantas otras autoras francesas -desde Anäis Nin hasta Christine Angot, que “asqueó” al plasmar en su novela Le marche des amants, su relación con un joven cantante de color, Doc Gynéco-, que podrían sustentar lo dicho por Millet respecto a que, una vez rebasadas las imposiciones culturales, una mujer resultar mucho más audaz en la descripción de su sexualidad que los hombres.
Elfriede Jelinek y Angelina Muñiz Huberman, experimentan la necesidad de subvertir el lenguaje. En el caso de la austriaca, inquieta ante una aseveración de Roland Barthes que refiere que quien domina el metalenguaje del idioma es dueño del mismo, advierte que en medio de este lugar de poderío masculino, es la mujer quien domina el idioma de los objetos, “el que no miente”, por lo que intentó crear a partir de este lenguaje. Como no lo logró “me conformé con destruir el lenguaje de los hombres”. El caso de Angelina Muñiz no puede ser más conmovedor. Es a partir del empleo del lenguaje que se revela ante un padre ultracorrectista y se convierte en escritora: “Lo que me atemorizó fue mi padre. Se empeñó en dirigirme desde muy pequeña, en corregir todos mis textos. A mí no me gustaba el estilo de él porque era muy del siglo pasado, muy tradicional, muy aferrado a las formas, a géneros, nada innovador. Yo sentí esa rebeldía desde muy pequeña (…).”
Si existieran variantes entre una escritura femenina y otra masculina –que las hay, pero no en lo sustancial sino en lo temperamental y en lo sensorial- una de ellas sería la necesidad de rescatar una genealogía femenina, máxime en países sin una cultura bien definida como Canadá: Jane Urquhart y Carol Shields, por ejemplo, no solo se remontan a la fundación de su país, sino a lo casi siempre es obviado en los libros de Historia: la injerencia de las mujeres en tal proceso. En el caso de Shields, el lenguaje juega una importancia capital en la construcción de su narrativa, pues muchas veces la oración perfecta, impostada, es contraria a la verosimilitud del discurso de personajes de determinado extracto social, cosa que comparte con Elena Poniatowska, quizá en vista de la afinidad de sus respectivas obsesiones literarias.
Elena Garro y Esther Seligson niegan que la mentira como base de la literatura. No puede ser mentira, dice Garro, lo que te cuentan los sirvientes, los indígenas, lo que nosotros llamamos “superstición”, por la sencilla razón de que ellos así lo viven y perciben, y la literatura se funda en la percepción y en la experiencia del autor, que a su vez se alimenta de la de los otros. Seligson, por su parte, no cree en lo objetivo ni en lo subjetivo, “La realidad no es lo que nosotros inventamos, lo que vivimos y cómo queremos vivirlo.”
Todas, con excepción de Catherine Millet, quien es su propio personaje, coinciden en que sus personajes actúan con absoluta autonomía:
“Debí ser más profunda con Jesusa Palancares, pero me empelé en poner sus aventuras, porque eso le divertía a ella. Quise que el libro le gustara a ella”, dice Poniatowska.
“De mis personajes –señala Inés Arredondo- sé poco, lo que me van dejando ver. Me van dejando una brecha para seguirlos, yo no los obligo a nada, ellos saben sus destinos y sus historias…”
“Los personajes terminan por dictarle, por mostrarle al autor, su destino de personajes”, dice Angelina Muñiz Huberman.
“El problema fundamental es saber escuchar a los personajes. Eso me interesa más que la oración perfecta, que la sintaxis brillante y a veces impostada”, señala Carol Shields.”
“Para mí no hay personaje, hay momentos, situaciones extraordinarias. El personaje se me aparece, sí, pero no conozco su verdadera realidad, su intimidad”, agrega Annie Ernaux.

Lo femenino, Literatura y creación
Ediciones Sin Nombre, México, 2009
177 pps