Décalogo del buen crítico

1.- Dice Carlos Fuentes, y dice bien, que el crítico debe estar a la altura de la obra que critica. ¿Qué trata de decir con eso? Que un crítico tiene que armarse muy bien antes de atreverse a abordar la obra de un autor importante, conocer su obra previa y no solo la más reciente o la última novedad (error recurrentísimo en los reseñistas) y, además, gozar de un prestigio que legitime sus argumentos, esto es: nadie que no posea obra propia, libros publicados, puede darse el lujo de mirar de frente (metafóricamente hablando) a un gran autor, mucho menos, darse el lujo de cuestionarlo y (¡peor!) atacarlo.
2.- En México, los críticos tienen la reputación -ganada a pulso por los "críticos oficiales" - de ser escritores frustrados, cuando el verdadero crítico literario es, ni más ni menos, un escritor, y la mayoría de las veces poseerá obra propia, ya sea narrativa o poética. Y es que en México, la familiar práctica del abuso del poder se hace extensiva a los críticos literarios de la oficialidad, en la que abundan los escritores frustrados que se entretienen haciendo trizas a escritores consagrados y/o con una obra respetable. Un "crítico" que aborde una obra o autor, sintiéndose muy por encima de él; peor aún, que lo ataja precisamente para demostrar públicamente que "él lo hubiera hecho mejor", nunca ejercerá una crítica digna de ser tomada en serio.
3.- Los "críticos oficiales" emplean muy a menudo el argumento de que destrozan "libros malos" (o que ellos consideran malos, sería más correcto) "por respeto al lector", a lo que yo preguntaria: ¿qué lector? ¿A quién se refieren cuando hablan del "lector"? ¿Por qué están tan convencidos de que sus argumentos actuarán en el acto como vacunas contra la mala literatura y contribuirán a ahuyentar al hipotético lector de la contaminación que produce el último pésimo libro de Carlos Fuentes, Jorge Volpi o Élmer Mendoza, por citar a algunas de las víctimas predilectas de los críticos oficiales? Lo peor del asunto es que sus palabras no encuentran repercusión en los lectores que continúan consumiendo felizmente la literatura de estos magníficos autores contra los que se les quiere "abrir los ojos"...y es que estos críticones ignoran que la crítica es, como toda la buena literatura, un acto de amor y generosidad y no de autoritarismo. Que su misión no es advertir a ese lector metafórico (¿inexistente?) contra los efectos de un "mal libro", sino precisamente lo contrario: establecer un diálogo con ese lector en torno a tal o cual libro.
4.- No es posible defender el ejercicio crítico mientras este sea, invariablemente, emprendido con una de dos razones 1) Destruir o 2) Ensalzar. En la crítica literaria seria no existen los extremos. Predominan la mesura y el equilibrio. El argumento de la objetividad sale sobrando por completo en este caso, porque si bien el crítico intenta acercarse al ideal de la objetividad, está consciente de que es imposible de alcanzar.
5.- El crítico tiene que ser independiente, pues aquel que se escuda en el prestigio de terceros, peor aún, que convierte ese prestigio en una bandera personal, no es digno de confianza. Ese crítico trabajará en función a la institución, club literario o publicación que lo acoge, y no -por mucho que lo cacaree- del lector. El crítico abanderado está convencido de tener una misión casi sagrada: desprestigiar a cualquiera que no pertenezca a su gremio. El verdadero crítico, como el escritor -y el verdadero crítico es un escritor- no consideran tener misión alguna. No se consideran apóstoles de ninguna causa, ni los gobierna el afán de abrirle los ojos a un lector que los críticos impostores consideran, invariablemente, tonto.
6.- El verdadero crítico se distingue por su amplitud de miras, por su curiosidad, por su afán de descubrimiento y -¿por qué no? -deslumbramiento. No vive anclado a las novedades literarias, antes bien, se nutre de los clásicos y no se atreve a hablar de lo nuevo hasta nutrirse de lo viejo, es decir, de los antecesores de los autores actuales. Alguien demasiado apegado al presente y -peor aún- a lo que sus amigos y enemigos publican para actuar en consecuencia, es todo menos un crítico literario.
7.- La principal característica del crítico es la modestia. Está conciente de no saberlo todo, de su falibidad, y bajo esa premisa se acerca a la obra que pretende abordar. Quien se dé ínfulas de superioridad y autoridad sobre la obra analizada no puede, ni remotamente, presumir de ser un crítico serio.
8.-Es válido que el crítico sea un provocador, pues es provocando al lector como puede iniciarse un diálogo fructífero para ambas partes. Pero la provocación ramplona que lleva a prácticas casi -o sin el "casi"- terroristas, es vedettismo, nunca crítica literaria.
9.-Existen muchas formas de ser crítico literario. Los hay quienes se sirven del ensayo para desarrollarla; también quienes se imponen el rigor académico. Ambas formas son perfectamente válidas, aunque, naturalmente, encontrarán muy distintos cauces de transmisión. Lo inválido es afirmar que solo existe una vía legítima para ejercer la crítica y pretender anular todas las demás.
10.-El crítico no pretende ser simpático...de hecho, y esto sí contrario al escritor -y partiendo de la famosa máxima de Gabriel García Márquez- no escribe para que lo quieran. Pero alguien que con toda deliberación escribe para hacerse odiar (y temer), no hace sino exhibir su egolatría y su deseo de destacar a costillas de la obra y/o el autor que, en el caso de este tipo de críticos, destroza en vez de analizar.

Autopsia del mal crítico
Alguien me escribió diciéndome que estaba equivocada, que Fuentes y Volpi no se encuentran entre las víctimas predilectas de los críticos oficiales. Me permito, además de mostrar evidencia de lo contrario, dejar mi comentario junto con las respectivas ligas:
Reseña de "Todas las familias felices" de Carlos Fuentes
http://www.letraslibres.com/index.php?art=11620
Nótese: la prepotencia del crítico, su postura de total y absoluto desprecio ante la obra y el autor reseñado (no puede o no quiere entender que Carlos Fuentes, por antipático que le resulte, es Carlos Fuentes); el juicio moral que establece en torno a la obra del autor, metiéndola toda en un mismo saco; su acusación al autor de ser pretencioso (morderse la lengua, lo sabemos, puede generar un accidente doméstico). El crítico ignora que no puede cuestionarse el estilo del autor. Su deber es explicarlo, analizarlo, exponerlo, no juzgarlo. Nótese, sobre todo, el afán de ungirse autoridad omnsciente por encima del prestigio de aquel al que insiste en imponerle un juicio de valores que por momentos -muchos momentos- se aleja de lo literario para caer en la abismal grieta de la visceralidad.
Reseña de "No será la tierra", de Jorge Volpi
http://www.letraslibres.com/index.php?art=11690
Caso todavía más patológico que el anterior. El crítico insiste en hacerse presente a lo largo de la reseña con la fastidiosa muletilla "El reseñista se presenta..." "El reseñista no es Roland Bartes" (como si esto no fuera demasiado evidente) "El reseñista afirma", "El reseñista...", "El reseñista....", el caso es que El Reseñista termina enseñoréandose de la crítica contra Jorge Volpi (que no contra un libro de su autoría en particular), regodeándose de lo mucho que sabe y de lo bien que él mismo hubiera escrito la novela de Volpi. La pedantería del crítico -que pretende asumirse humilde al autodenominarse "reseñista" y sin embargo transforma esto en una jactancia intolerable-sobrepasa por mucho la que él pretende denunciar en el sujeto de su diatriba...porque esto no es una crítica, ni una reseña, es un sermón que retumba en los oídos y produce jaqueca a cualquiera que no se sienta comprometido con la pretendida autoridad del crítico-reseñista.