Bundys del cyberespacio


No dudo de las buenas, excelentes intenciones de quienes crearon facebook -y twitter y anexas- pero no puedo evitar sentirme cada vez más tentada a retirarme de este medio de comunicación, que en muchos casos es "de incomunicación"
Cierto: el facebook ha demostrado su enorme utilidad, por ejemplo, al suscitarse las tragedias de Haití y Chile. A este medio le debemos gran parte de nuestros actuales amigos, incluso la obtención de empleos y la posibilidad de oportunidades grandiosas que van desde becas para estudiar en el extranjero hasta la adquisición de una mascota o la recuperación de un amigo de la infancia, de un tío extraviado desde hace varios años o -como en mi caso, aunque sin ningún resultado sobre el que valga la pena escribir una novela- un medio hermano.
Es por todo esto que no puedo renegar absolutamente de facebook. Pero....ahhh, qué fuerte es a veces el impulso de bajar la cortina y dejar el changarro. Por ejemplo: cuando te topas con la sorpresa de que un vándalo se ha servido de su muro para calmuniar a una tercera persona.
Esto es mucho más común que encontrar insultos dirigidos a tu persona, porque se supone que uno es lo suficientemente cuidadoso para seleccionar a sus amigos virtuales (se supone) y existe una serie de recursos para prevenirte contra eso. Pero no puedes cerciorarte de que las personas a quienes cedes el paso a esa casita virtual que es el facebook no sean enfermos mentales obsesionados con alguno de tus amigos o conocidos.
Yo misma lo viví en carne propia. No quiero volver a narrar el vía crucis que me hizo pasar una psicópata que regó crípticos mensajitos racistas en los perfiles de nuestros amigos en común, dirigidos particularmente contra los japoneses y los chinos (sin contar todo lo demás que ya narré en su momento, más como exposición de caso clínico que como chisme), pero lo que vi esta noche en mi muro me ha hecho considerar, por lo pronto, la posibilidad de no dar de alta a nadie, o a casi nadie.
Todo empieza con la recomendación de un libro. Mis amigos respondieron entusiastas que lo buscarían para leerlo. Nada que anunciara una tormenta. Y de pronto, en ese mismo apartado, un usuario que no recuerdo haber dado de alta -y ese es otro problema: ¿cuántos amigos inactivos tenemos en nuestras respectivas cuentas? ¿Qué nos llevó en su momento a darles cabida en nuestra intimidad?-se expresaba del autor del libro -a su vez amigo mío, bien conocido, de facebook- de una forma tan brutal y tan soez que me revolvió el estómago. El único argumento que aportaba a su rencor, a todas luces enfermizo, era que este escritor no lo había ayudado como había prometido a revisar una novela de la autoría del que dejó su basura en mi patio (por emplear una bonita metáfora), y eso me dio más rabia que los insultos anteriores: ¿por qué la gente supone que los escritores, particularmente aquellos que son muy productivos y casi no duermen ni comen por entregarse a su escritura, tienen la obligación de hacer el trabajo de un corrector de estilo, y sin cobrar?
Lo digo porque a mí me llegan por carretadas las novelas, los relatos y los poemas que exigen ser considerados y corregidos...y naturalmente solo accedo cuando se trata de un amigo o alumno con quien existe un compromiso de amistad. He de reconocer que al principio no sabía decir que no, y perdía horas muy valiosas revisando textos de gente que requería urgentemente re aprender a leer y a escribir, pero ya no. Amable pero contundentemente digo que apenas puedo con mi alma. Y me pregunto cuántos de estos desairados no me habrán fabricado una muñequita vudú o algo como lo que le sucede al escritor ofendido.
Porque lo peor no fueron los insultos que ese personaje dejó en mi muro: cuando entré al perfil del mismo, me encontré con un panorama similar al de los más comunes lugares de los thrillers hollywoodenses: una exhibición del odio más feroz que pueda uno imaginar, como si este escritor, en vez de negarse a "echarle la mano" al otro sujeto, le hubiera bajado a la novia (bueno, ni esto ameritaría tantísimo odio) o, mejor, se la hubiera matado. Este sujeto no abrió un perfil en facebook para presentarse a sí mismo y publicar sus fotos e intercambiar comentarios con sus amigos, sino única y exclusivamente para acuchillar (virtualmente) al escritor famoso que, espero, no se haya percatado de la maldición gitana que le dejaron en mi perfil.
Esta clase de gente se inventa motivos bastante absurdos para justificar sus odios enfermizos. Siempre he pensado que no es otra cosa que la envidia del escritor frustrado contra el exitoso...y para joder al prójimo cualquier pretexto, por infantil que parezca, es bueno.
En lo personal, estoy un poco cansada tratando de recurrir a mil triquiñuelas para no ser molestada por indeseables. 24 horas del día no son suficientes para revisar al derecho y al revés a mis aspirantes a amigos (no quiero sonar pedante, pero me llegan muchas peticiones...a veces diría que demasiadas) que ni siquiera tienen la decencia de darme una minúscula pista de decirme quiénes son y por qué les interesa mi amistad. Esto no solo me ahorraría horas inútiles, sino me permitiría aceptar a aquellos que vale la pena tener como amigos, aunque no nos conozcamos personalmente.
Me duele pensar en los valiosos seres humanos que voy a perderme en esta necesidad de evadir psicópatas....me duele alimentar cada día más la desconfianza hacia el género humano y tener que irme haciendo más y más chiquita; comprimirme hasta casi desaparecer.
Me consta que las denuncias surten efecto...el problema es que la necesidad de denunciar usuarios nefastos va tornándose práctica más y más cotidiana, y a veces presiento que llegará el momento de regresar a la época de las cavernas (porque con eso de que pretenden intervenir los teléfonos, ya ni siquiera esta será una vía segura para ponerte en contacto con tus seres queridos)
Así pues, desde aquí pido disculpas a los que no admita como amigos a pesar de sus rostros carismáticos y sus sonrisas que serían la envidia de Ted Bundy (en la foto). Mis razones son más que poderosas....más aún: legítimas.