Peregrinaje en la nueva ciudad

Por: Miguel Ángel Quemain

Escribo este prólogo sorprendido por la imaginación y la capacidad indagatoria de la narradora y ensayista Eve Gil para encontrarse a sí misma en la literatura y en lo que tiene de literaria la vida de los escritores(as), la existencia de un conjunto de sujetos cuya vida y obra se oscureció al paso del tiempo, quiero decir, del devenir histórico, muchos hoy reeditados y comentados como piezas excéntricas y curiosidades literarias con ánimo de rescate y actualización.

La ciudad de las damas es un libro atravesado por la particularidad de lo femenino, de las mujeres que escriben, escribieron y muy tarde, su obra fue comentada o reconocida a la luz de esa especie de saltos históricos que permiten leer una ficción cuarenta o cincuenta años después para encontrarla atractiva y actual, según los cánones de los lectores postreros o de exhumadores con vocación filológica que intentaban recomponer el mapa literario del pasado incluyendo a criaturas y composiciones cuyo significado no modifica nuestro presente.

La nueva ciudad de las damas, de Eve Gil ofrece una de las posibles respuestas sobre el modo en que una sociedad y un paisaje cultural oculta en un tapiz de silencio obras y vidas que insisten en extender un llamado hacia el futuro.

La particularidad de lo femenino en lo literario y vital, cuando se recorren escalas de tiempo tan amplias como las que nos presenta Eve Gil, me parece que son fundamentalmente el objeto de una sociología y una historia de la literatura.

Volcar sobre ellos una mirada crítica implica desmontar operaciones complejas sobre los procedimientos artísticos, que constituyen una especie de historia íntima de la literatura, distinta pienso, a la historia de los hechos literarios que involucran al conjunto de la época.

La historia de los recursos literarios descubiertos, intervenidos, modificados, el enfrentamiento del autor con la palabra, el manejo del tiempo, la invención, construcción del espacio exige la convergencia de un conjunto de ópticas (¿herramientas?) complementarias como la filosofía, la psicología profunda, la antropología y una forma particular, tan cerca de los franceses, que da cuenta del desarrollo de las subjetividades.

La nueva ciudad de las damas es un prontuario de la diversidad. El recuento de autoras que se extinguieron en la memoria de finales del siglo XX y principios del presente siglo es meritorio. Sobre todo por la riqueza de asociaciones, analogías y comparaciones con escritores y obras que se resisten al olvido.

Eve Gil, le ha jugado una mala pasada al tiempo al rehusarse a cumplir sus designios de olvido y desmemoria. El tiempo, que ni cura ni mata, sólo verifica, glosando al gran poeta Gerardo Deniz, nos entrega un mapa literario en hebras que angustian a nuestra ensayista que insiste con ánimo justiciero en borrar los olvido aludiendo a múltiples recursos: por ejemplo, señalando falta de reconocimiento a múltiples méritos atribuibles a muchas de estas ciudadanas de la letra; o indicando si fue la primera en tocar tal o cual tema, o si utilizó primero que nadie determinado recurso, o por su capacidad o inteligencia.

Me parece que detrás de esta vocación espartana está la temida pregunta sobre las razones del olvido, que sin duda podrían incluirnos a todos nosotros y, sin posibilidad de oponer la menor resistencia a nuestra voluntad trascendente, quedar sepultados en un océano de datos, referencias que ya no significarán nada en cuarenta o cincuenta años más.

¿Que será de nosotros, de nuestro presente y nuestro deseo de inmortalidad? Es una pregunta que se convierte en el negativo de este enjundioso trabajo periodístico, ensayístico, de investigación y crítica literaria.

La ciudad de las damas se inscribe en una rica tradición de divulgación y reflexión literaria tal como lo ha hecho José Emilio Pacheco desde su Inventario, por ejemplo, ese faro que orienta a través de dos siglos de literatura mexicana; el trabajo crítico y de divulgación de Emmanuel Carballo; de Carlos Monsiváis, de José Luis Martínez, Juan García Ponce, Salvador Elizondo, Sergio Pitol, Inés Arredondo, Alfonso Reyes, Huberto Bátiz, José Joaquín Blanco, Luis Miguel Aguilar, Guillermo Sheridan, Mauricio Molina, entre los más descollantes y preocupados por dibujar un mapa de las literaturas ajenas y propias.

Como Eve Gil, algunos de los escritores mencionados han indagado en literaturas que responden a sus afinidades electivas en términos de una tradición a la cual afiliarse y encontrar/ofrecer las respuestas, inconscientes o no, a sus propios deseos, intereses e indagaciones literarias.

Es el caso de Pitol que se encuentra en las literaturas del Este y en el mundo anglosajón, Elizondo en el francés y García Ponce en el alemán. Eve Gil lo hace ahora con diversas tradiciones pero con una pasión evidente por la literatura japonesa y medieval.

En los tres primeros ensayos del libro está escrita su carta de creencia y sus afinidades con una tradición que intenta construirse a partir de un pasado lejano en el tiempo, pero cercano en sus guiños y ofertas innovadoras (para los lectores de hoy) que no encontraron eco en el pasado (Hildegard, Pizán, Murasaki) o al menos no se le impusieron a la influencia abrumadora y permanente de Cervantes y Shakespeare .

La ciudad de las damas es un libro que permite varias posibilidades de lectura al modo de un diccionario de escritores, de un breve diccionario enciclopédico donde encontrarán temas fundamentales de la literaturas del siglo XX; como una novela por entrega en la que transcurren varias vidas tanto luminosas como desgraciadas, como un recuento de obras de obligada lectura para quien quiera entender nuestro pasado literario mediato e inmediato y reflexionar sobre las posibilidades temáticas y técnicas que aguardan en este nuevo siglo. En fin, es un libro que suscita también un espíritu polémico por su concepción de lo femenino, tanto en sus correspondencias éticas, políticas y artísticas.

Es un libro que aguardará a Eve Gil en lo relacionado a su propio futuro literario y a sus indagaciones artísticas. Este libro estará pasado mañana para verificar, decir y desdecir sobre el desarrollo de un pensamiento in progress, inacabado, infinito, pleno de curiosidad y fuerza indagatoria.

El lector podrá advertir que tiene en sus manos un libro valiente y arriesgado que ensaya el comentario breve sobre verdaderos movimientos de la literatura del siglo XX, que han sido explorados por grandes académicos, sabios fundamentales y artistas de diversos géneros. Eve no sólo se da a la tarea de llenar los huecos de nuestra vasta ignorancia sino también de trazar opiniones audaces y desafiantes sobre autores tan conocidos como Lagerlof, Virginia Woolf, Gabriela Mistral y toda la cauda de premios Nobel, reconocidos y olvidados.

Hay que decir que hay aspectos que seguramente serán señalados por un amplio conjunto de lectores: el trazo de una historia por armar a partir de las múltiples referencias cruzadas que recorren el libro; la preocupación por consignar a varias autoras que parecen justificar su presencia por haber obtenido el Premio Nobel y un aspecto que me parece se le exigirá en futuras ediciones: un apartado referencial que dé cuenta del trabajo de investigación documental y bibliográfico que se extraña, sobre todo por la posibilidad que tendrá el lector de ampliar los temas que más le interesan.

Muchos de nuestros grandes escritores, al menos en la tradición que conocemos como occidental, se han preocupado por dejar la huella de sus lecturas, pasiones e influencias literarias. Eve Gil no es una excepción. Son pistas que ofrece para los lectores interesados en sus ficciones, señales de gran riqueza conceptual y literaria, Pero hay que tener cuidado de reconocerlas y diferenciarlas de aquellas que profesan admiración y al mismo tiempo distancia frente a otras búsquedas artísticas.

El conjunto de ensayos emprendidos dará más libros, configuran ya más de 300, colocados en una abigarrada y compleja ciudad donde muchas calles, como la de Amsterdam, en la colonia Roma de la ciudad de México, se despliegan en círculo y un paseante distraído puede dejar de notar que ha pasado dos veces por el mismo lugar. Es una ciudad nueva, efectivamente, pero sus trazos hacen reconocibles y retransitables viejos y andados caminos.