Decepción patológica

¿Es posible confundir un estado de profunda decepción con depresión?
Nunca sino hasta ahora me había preguntado esto. El recuento de los síntomas de mi actual estado de ánimo, podrían hacer que cualquiera me diagnostique una depresión marca diablo. El problema conmigo es que el síntoma más significativo de este cuadro está ausente en mí: trabajo sin cuartel y lo disfruto muchísimo. De hecho, es este mundo creado por mí lo que en cierto modo juega el papel de búnker contra el bombardeo de afuera, ese lugar que me es cada vez más ajeno, más ingrato.
Esto, por supuesto, abarca la situación política que afecta a nuestro país, convertido en tierra de nadie, cada día más próximo a la anarquía y más lejos de la tan cacareada Democracia que ha terminado por convertirse en la palabra más detestada, por lo que a mí respecta. Pero también está lo otro. Lo que indirectamente se relaciona con lo que soy, con lo que hago y con mi vida en general.
No, creo que no estoy enferma de depresión, sino de decepción. Al menos en mi caso, la decepción se ha tornado patológica. Tiene sus ventajas. La decepción es como la varicela. Cuando te decepcionas de algo o de alguien, y tras convalecer largamente a consecuencia de la trastada y arrancarte las costras -que sin duda dejan cicatrices, souvenirs-difícilmente volverás a decepcionarte porque dejas de creer. El esceptisismo, mucho más sabio que la esperanza, se instala en tu sistema inmune y te vacuna contra otro posible golpazo de la vida que te haga tambalear como me he tambaleado yo. Quiero creer, o al menos así lo siento y creo, que estoy vacunada
Y estar vacunado contra la confianza puede ser, cierto, motivo de depresión. Pero en mi caso particular no es tristeza ni desesperanza lo que experimento, sino un profundo cansancio, una flojera infinita que solo el trabajo consigue aliviar.
Estos síntomas los vengo experimentando desde hace buen rato. No es nada nuevo. Pero, siguiendo con los símiles patológicos, la decepción no se manifiesta apenas instalarse. Se trata de un proceso largo, un tumor que empieza a crecer, a nutrirse de diversas circunstancias, hasta que estalla y te invade de una imperiosa necesidad -y ustedes perdonen que se tan enfática-de mandar al mundo entero a chingar a su madre
He aquí los síntomas de mi decepción patológica. Si alguien más los comparte, mucho les agradeceré compartirlo conmigo para no sentirme sola en el mundo.

Fobias.- Le he agarrado manía a cosas que antes me apasionaban o, mínimo, me divertían. En primer lugar las presentaciones de libros. Ante estos espectáculos -no sé como llamarlos- he terminado por sentirme como un cura apóstata. Alguna vez escribí sobre un cura apóstata, mucho antes de experimentar esa emoción, y lo describí de la siguiente manera: una mañana cualquiera se despierta y cuando acude a oficiar a misa descubre, no sin angustia, que lo que está diciendo ha perdido sentido; que el fervor ha cedido lugar a la duda y que las palabras brotan mecanicamente de su garganta, sin rozar siquiera su corazón. Pues bueno, no recuerdo en qué momento, en qué lugar, frente a qué autor, me percaté de que no quería más estar allí, de que no tenía deseos de volver a participar de farsa semejante, aunque fuera en plan de espectador (nunca he sido hipócrita al presentar un libro. La vida ha sido generosa conmigo en ese sentido porque nunca me he visto obligar a presentar un libro que no me guste aunque sea un poquito). Lo que sí tengo presentísimo es el momento en que estando yo en el lugar que típicamente ocupan los autores de los libros presentados -en medio de la mesa- escuché a uno de mis presentadores proferir una sarta de incoherencias que me hicieron ver que no había leído el libro, y que llenaba el hueco de su absoluta ignorancia respecto a mi novela con sesudas explicaciones respecto a la estética del cómic y otras cosas que no tenían nada que ver con la novela en cuestión. Si no fuera porque ese mismo día se me acercó una querida amiga llamada Lupita a obsequiarme un CD de Patricia Kass, habría montado en cólera ahí mismo. Mi frase al salir de allí en compañía de mi esposo, mi hija y algunos amigos, fue: "Nunca...Jamás en la vida volveré a permitir que presenten un libro mío. Yo les presento a ustedes lo que quieran, pero mis libros no vuelven a ser objeto de una falta de respeto semejante."
Ese es el origen de las famosas presentaciones cosplay de Sho-shan y la dama oscura. Solo yo y el amigo que quiera disfrazarse. No importa que no sea el escritor del momento....vaya, ni siquiera que sea escritor (mis presentadores han sido en su mayoría actores) y con ello atraigo al público que realmente me interesa (aunque en la Feria del Palacio de Minería fueron sacrificados muchos jovencitos que sinceramente deseaban estar allí, para darle prioridad a algunos adultos cara dura que hace mucho se olvidaron de los Caballeros del Zodiaco y no tenían por qué diablos estar ahí)
Mi fobia ha alcanzado niveles críticos: no acudí a la presentación del más reciente -y él afirma que último, no le creo-libro de mi autor favorito, Sergio Pitol. Esto significa que estoy grave. Y lo peor es que todavía no se inventa una palabreja -que no sea agarofobia- para clasificar a los fóbicos a las presentaciones de libros. Lo peor es que ni siquiera puedo explicar con coherencia por qué ya no soporto este tipo de eventos (quería evitar la palabra "eventos" porque dicen que la empleamos mal, pero "show" puede sonar ofensiva). Hipocresía y zalamería la hay en todos lados, así que no, no es por eso....
Otra fobia que he desarrollado, más grave aún porque tiene relación directa con la parte técnica de mi trabajo (sí, hasta mi maravilloso trabajo tiene su parte técnica y burocrática) es, en orden de importancia, al ridículo twitter, al veleidoso facebook...¡y al correo electrónico!
Olvidé mencionar los teléfonos, pero a esos se les silencia y se acabó. Los otros -al menos el facebook y el correo electrónico- son de a huevis.
Sobre el twitter solo puedo decir que es el invento más inútil de lo que va del siglo; que no le veo la menor gracia a estar leyendo letreros, anuncios y confesiones que no me incumben.
El facebook parecía interesante. No solo eso: me volví adicta a él -a mi favor solo puedo decir que contestaba cuestionarios para ver a qué personaje histórico me parecía más y ese tipo de mamarrachadas, pero nunca jugué Mafia wars ni abrí una granjita-; pasaba largas horas enterándome de la vida y milagros de un montón de gente (los escritores somos chismosos por naturaleza, lo cual queda plenamente justificado pues son los chismes nuestra principal fuente de creación), pero de pronto este paraíso se volvió más poblado que el infierno y empezaron los problemas. Mis amigos iniciales fueron quedando resagados -quién sabe si por culpa suya o mía, pero es lo de menos -y varios nuevos empezaron a requerir mi amistad, y de cada cincuenta solicitudes a veces no conozco a ninguno o, si bien me va, a uno o dos. No entiendo, no me cabe en la cabeza cómo es posible que alguien pida -exija en casos extremos- tu amistad sin siquiera mandarte un mensajito para explicarte qué busca de ti. Cuando al principio yo solicitaba la amistad de mis escritores favoritos, particularmente los españoles, les hacía saber que era su lectora y los admiraba, y no hubo uno que no me diera de alta. Pero yo debo estar revisando uno por uno a l@as individu@s perfectamente desconocidos que se aparecen de pronto....y tras haber lidiado con una respetable cantidad de psicópatas he tenido que extremar mis precauciones, por lo que recientemente, y a falta de tiempo, he tomado la firme decisión de dar de alta solo a aquellos que acompañen a su petición un mensaje explicándome por qué quieren mi amistad y, por supuesto, a aquellos que conozco bien.
Pero eso no es lo peor...lo peor es que siempre que intento iniciar un diálogo en mi estado, nunca falta alguien que realice un comentario idiota, ofensivo, proselitita o que ni al caso. ¿Por qué ese empeño de opinar sobre lo que no se sabe? ¿Por qué he de permitir que mi mural se convierta en vertedero de frustracones, propaganda política, calumnias contra terceras personas y cosas por el estilo? ¿Por qué solicita mi amistad gente que no sabe un carajo quién soy y por qué digo lo que digo? No lo entiendo, por Dios que no...y lo peor es que esas personas a las que ni siquiera conozco -ni me conocen -sacan la peor parte de mí que es la intolerancia. Son más los contactos que borro que los que doy de alta.

Reacciones.- Desconfianza. Y no hablo solo de la natural desconfianza de quien no permite el paso a su sacrosanto hogar a los encuestadores acreditados del INEGI o que prefiere inmolar su celular antes que aportar sus datos personales a Sabe-Dios-Quien. Es algo peor: desconfianza a quienes creías tus amigos.
Por supuesto, soy bendita por amigos de comprobada lealtad a quienes no incluyo en este apartado, y ell@s tienen que saber quiénes son. Me refiero a gente con los que empezaba a profundizar una amistad que aparentaba ser sincera y de pronto...¡pácatelas!...hacen o dicen algo que te hace ver con absoluta claridad que no son....que nunca han sido tus amigos.
Hay gente muy aguantadora, particularmente si el amigo en cuestión es (o empieza a ser) influyente. A muchos podrá parecerle una exageración de mi parte, por ejemplo, que haya borrado (metafóricamente) de mi lista de afectos a un amigo que, en vez de darme las gracias por haber sacado la cara por él, convirtió ese mismo espacio donde lo defendí de un pelagatos que se ensañó con su libro para agarrarse con el susodicho a madrazos virtuales. Y de su ronco pecho nunca escuché un "gracias" por haberme puesto claramente de su lado cuando le llovió caca a raudales.
Por eso digo que soy intolerante: porque basta UN SOLO ACTO de ingratitud para ahuyentarme. Pero en fin, eso me ha enseñado la más importante lección de mi vida: nunca más meter las manos al fuego por alguien cuya amistad no sea un hecho plenamente comprobado. Nunca más dar consejos no solicitados (ese es otro de mis horribles defectos: mi supra desarrollado instinto maternal) y, de plano, coserme el pico cuando experimente la imperiosa necesidad de dar la cara por "un amigo" (o amiga) que se siente tan por encima del resto del mundo que no es capaz de escribirte para darte las Gracias (por amor de Dios, si hasta Ricardo Piglia, Juan Villoro, Enrique Serna y el desaparecido Monsiváis tuvieron la gentileza de escribirme o llamarme para agradecerme reseñas que hice de sus libros, y no tenían obligación de hacerlo porque no se trataba de defenderlos, sino simplemente de comentarlos)
Pero también hay otra clase de decepciones extra literarios: amigos que están metiendo horrible la pata en su vida privada y tú intentas hacerles ver que se están viendo mal, pésimo, y ellos suponen, en el acto, que lo que tú tienes es envidia o deseos de chingar. Y hasta se inventan historias inverosímiles de por qué les estás previniendo cotra determinadas circunstancias, porque muchas veces el orgullo y la vanidad sobrepasan el elemental respeto que debieras tenerle a alguien que te ha brindado más de una muestra de cariño. Es aquí donde cobra sentido la frase "Con estos amigos, para qué quiero enemigos". 
Por consiguiente he decidido que solo aconsejaré a personas que lo soliciten explícitamente...y a mis hijas, mientras sean niñas y me necesiten. Ni modo: hay amistades que no pasan la prueba más barata y elemental. Y uno no tiene por qué tolerar que lo traten como a un tarado que no sabe lo que dice...o que sí lo sabe y lleva una segunda aviesa intención en sus palabras.
Pues bien, estoy decepcionada de la llamada vida cultural; de los amigos que consideran que la amistad de una "grilla" como yo no les conviene y optan por hacer como que no me conocen; de las presentaciones de libros que no están hechas para convencer al público de leer al autor presentado, sino para hacer relaciones públicas y pavonearse entre la crema y nata con intenciones extra literarias; decepcionada de gente que yo creía inteligente y a la hora de la hora, me monta el Cirque du Soleil de la imbecilidad; de perder mi tiempo intentando hacer reaccionar a la gente y recibiendo a cambio majaderías; de que se me exija fingir lo que no soy (y lo que no soy es una escritora mamona); de que insulten mi inteligencia y la de mis verdaderos amigos con exhibiciones de vedetismo intelectualoide; de que gente que no sabe quién diablos soy me busque solo porque ven la foto de una mujer rubia fumando un puro; de que todo el tiempo me pongan al centro de discursiones bizantinas sobre reverendas pendejadas....
La lista de las cosas que me cansan es tan, pero tan extensa, que esa sí prefiero ahorrármela...con su permiso....