Eve Gil: La niña que jugaba con letras

Foto: Rafael Landeros
Eve Gil: Escritora. Periodista. Eve Gil: unos ojos moros que observan con ternura, con avidez, casi acariciando lo que le rodea. Unas manos expresivas que mueve constantemente mientras habla. Una voz suave. Una franqueza enorme, como buena norteña. Sencilla. Sorjuanófila al punto de titular 'Hombres necios' su ópera prima, en clara alusión al más célebre poema de la Décima Musa; asimismo, su blog La Trenza de Sor Juana [Nota 2] hace referencia a lo relatado por la madre jerónima en su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, donde ésta confiesa que se cortaba el cabello cuando no lograba aprender pronto alguna lección de gramática: “(...) No me parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias (...)” [Nota 3]



Eve Gil nació en Hermosillo, Sonora, en 1968. Es fundamentalmente narradora, aunque también ha incursionado en la poesía, la dramaturgia y el ensayo. Es autora de cuatro novelas: la ya citada (ganadora del premio de novela en el Concurso del Libro Sonorense, en 1994) y ‘El suplicio de Adán’ (ganadora del premio La Gran Novela Sonorense, en 1996), ambas publicadas por el Instituto Sonorense de Cultura en 1996 y 1997, respectivamente; ‘Réquiem por una muñeca rota’ (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2000) y ‘Cenotafio de Beatriz’ (RD Editores, 2005).
Ha obtenido el Premio Nacional de Periodismo Juvenil Fernando Benítez, en 1994, por el reportaje ‘La fortificación del ámbar maldito’, así como dos menciones honoríficas: una en el Certamen Nacional de Poesía Anita Pompa de Trujillo, en 1993, ‘Transitar por la inocencia’ y otra en el Concurso del Libro Sonorense 1994, género dramaturgia, con el monólogo ‘Electra masacrada; otra de sus obras teatrales es la farsa ‘Retrato de una pareja perfecta’ (Casa de la Cultura, 1990), que escribió a los 18 años y obtuvo el Premio Lecturas Teatrales 1990. Coautora de los libros ‘Los cantos de Minerva’ (antología de escritoras sonorenses, Instituto Sonorense de Cultura, 1993) y ‘Raíz y canto’ (poemas ganadores del Anita Pompa de Trujillo, Instituto Sonorense de Cultura, 1993). Ha sido becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sonora (1993-1994; 2004-05) y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en la categoría de Jóvenes Creadores (1995-1996). Acaba de obtener el Premio Nacional Efraín Huerta, en la categoría de Cuento, con el libro (inédito)’ Sueños de Lot’.
En la obra de Eve Gil se halla una perpetua obsesión por el erotismo, la locura, la muerte, la soledad. Hay, asimismo, una crítica social muy fuerte, llevada a cabo con sutil ironía. Entrevisto a Eve por internet, medio por el cual nos conocimos. Leía el blog de cierto joven escritor y ahí aparecía recomendado uno de los dos que ella tiene, All about Eve. Le dejé un comentario; ella respondió en mi blog y desde entonces nos hemos vuelto buenas amigas. En marzo del presente año, vino a Culiacán a dictar su conferencia El segundo oficio más antiguo del mundo: La escritura femenina, y por fin pudimos abrazarnos. La dejo revelarse mediante las palabras.



- ¿Cómo surge su vocación literaria?
A veces siento que es algo que nació junto conmigo, porque no recuerdo un solo momento de mi vida en que no haya estado acompañada de un libro o de un cuaderno. Cuando era muy chiquita, recuerdo, tres años a lo sumo, hacía rabiar a mi mamá porque bajaba todos los libros del librero por el mero hecho de rodearme de ellos. Mi papá decía, en tono bromista, que de seguro sería bibliotecaria de grande. Un poco más grandecita, forraba esos mismos libros con papel blanco y le rehacía una portada donde escribía un nuevo título y me atribuía la autoría de la historia. Sin embargo, no fue sino hasta los catorce años que escribí mi primera novela. Mientras otras niñas decían que de grandes querían ser doctoras o abogadas, yo siempre respondí sin lugar a dudas escritora.
- ¿Por qué escribir novela?
Desde siempre ha sido mi género favorito, y desde mi primer intento de escribir un texto literario, lo primero que se me ocurrió fue que sería una novela. Creo que lo prefiero porque es el único género en el que caben todos los demás. Una novela puede contener poesía, cuento, ensayo y reportaje. Por desgracia, y como bien decía Roberto Bolaño, empieza a diluirse la ambición literaria en quienes incursionan en el género novelístico que, siento, cada día va perdiendo un trozo de su grandeza. Empieza a convertirse en el género más fácil, y eso no me gusta. Quizá por ello ahora me estoy yendo un poco más por el ensayo.
- ¿A qué atribuye usted la evidente preeminencia y vitalidad de la novela respecto a los demás géneros literarios a lo largo de la historia?
A esa cualidad que yo denomino elástica, porque le cabe de todo, y de verdad me preocupa que empiece a adelgazarse, como si de algún modo la hubieran condenado a la anorexia, y no me refiero únicamente al volumen, sino sobre todo, y tristemente, a los contenidos. En ese sentido me declaro fanática de lo retro.
- ¿A qué se debe el afán transgresor presente en su obra? (citemos a Felipe, protagonista de su ópera prima ‘El suplicio de Adán’: un sacerdote sin fe, irreverente, mal hablado e, incluso, gigoló por azares del destino... )
Creo que lo que más me duele, lo que más me enfurece en la vida, es la hipocresía. El machismo ha sido el máximo promotor de la misma ya que en su afán de doblegar a las mujeres y negar a los homosexuales, ha propiciado que tanto unos como otros cultiven el arte de fingir y de perpetuar, de este modo, ese amordazamiento de la sexualidad. Una sociedad reprimida y mentirosa nunca será una sociedad próspera ni feliz. Te pongo un ejemplo: todo mundo puso el grito en el cielo con esa joya cinematográfica que es Secreto en la montaña... ¡cómo, dos hombres besándose, qué horror!.... ¿Y quien se molestó en decir una palabra acerca de ese engendro de película de Quentin Tarantino, Hostal, donde se viola y tortura a la gente, y hasta infartados hubo debido al realismo que maneja?, esto es, a la gente le asusta más que dos hombres se amen que, por ejemplo, las matanzas en Irak, o los feminicidios en Ciudad Juárez. Eso es producto de la hipocresía, que condena la sexualidad y justifica el horror, la violencia, la guerra, el homicidio, y creo que en cierto modo eso reflejan mis novelas: mientras algunos curas violan niños y descuartizan a sus amantes embarazadas, otros, como Felipe, se prostituyen para fundar orfanatorios y rescatar niños de la calle. Por supuesto, el Vaticano condenaría con mayor energía al gigoló.
- ¿Cómo ingresa al periodismo y en qué forma dicha experiencia ha contribuido en su narrativa?
Al periodismo ingresé por invitación. Yo era estudiante de Letras y un amigo mío de nombre Manuel Murrieta me invitó a reseñar una obra de teatro dirigida por Ángel Norzagaray para una revista llamada Así. Nunca había hecho nada de eso, ni sabía nada de teatro, a pesar de que acababa de ganar un premio estatal de dramaturgia, pero yo necesitaba dinero y decidí intentarlo. Creo que me quedó mejor de lo que creí. No he parado desde entonces. Dos semanas después de aquella reseñita, el mismo Murrieta me pidió entrevistar a un actor sonorense que era, ni más ni menos, Jesús Ochoa, que por entonces no era famoso. Él fue mi primer entrevistado y me cayó tan pero tan bien, pero supuse que siempre sería así y, afortunadamente, salvo Cristina Pacheco que terminó gritoneándome y arrebatándome la grabadora, siempre ha habido una bonita química entre mis entrevistados y yo, aún los más difíciles. En cuanto a la contribución del periodismo en la narrativa, debo confesar que siempre he mantenido distanciados uno de la otra. El periodismo es lo que me da para comer. Antes sentía tanta pasión por el periodismo como por la literatura, cuando realizaba mis reportajes polémicos, pero decidí abandonarlo porque ahora que soy mamá no puedo continuar arriesgando el pellejo y me dedico exclusivamente al periodismo cultural.
- Háblenos un poco acerca de su autoexilio: por qué salió de Sonora para radicar en el DF.
En 1998, año en que decido salir de Hermosillo después de leer ‘El arte de la fuga de Sergio Pitol’ (ese libro me ayudó a tomar la decisión de salir a explorar el mundo), vivía una situación insostenible. No fui la primera escritora de Sonora, mentiría si dijera semejante cosa, pero sí fui la primera que se rehusó a escribir sobre florecitas, y eso desató la ira de un par de funcionarios culturales, por no hablar de algunos profesores de la escuela de Letras. Para acabarla de amolar, mi primera novela, ‘Hombres necios’, que aborda un tema bastante escabroso (un movimiento estudiantil de 1971 que desembocó en una verdadera masacre de jóvenes y del cual se derivó la liga 23 de septiembre) que nadie en Sonora, de los que verdaderamente había vivido ese episodio, se había atrevido a tocar (yo tenía tres años cuando eso ocurrió), ganó en 1993 un concurso convocado por el Instituto Sonorense de Cultura pomposamente llamado La Gran Novela Sonorense, al que, se suponía, sólo podías concursar si se te invitaba expresamente para ello, pues el entonces director del ISC, Carlos Moncada, quería que se la rifaran entre los que él consideraba ‘los titanes de la literatura sonorense’. Yo supe del concursito porque le llegó la invitación a mi jefa de entonces, y decidí mandar la novelita antes citada en el entendido de que iría firmada con seudónimo y nadie podía impedirme, por tanto, inscribirla en el concurso. Cuando la llevé todo mundo creyó que era de mi jefa. Para asegurar la legalidad del mentado concurso, Moncada se cercioró de reunir a un jurado foráneo, todos ellos oriundos de La Paz y de Puebla, pero doctorados por la Sorbona de París. Lo último que imaginé fue que resultaría ganadora, y siempre imaginé que si por algún azar del destino ganaba me echaría de enemigos a todos mis maestros de letras (la mayoría inscribieron un trabajo al concurso) y de paso a mi jefa, que terminó corriéndome. Pero todavía me esperaba lo peor: en 1996 inscribí otra novela en el tradicional concurso del Libro Sonorense, y volví a ganar, y el director que entró en lugar de Moncada, Juan Antonio Ruibal Corella, que es del Opus Dei o algo así, puso el grito en el cielo al ver que la dichosa novela hablaba sobre la revuelta cristera, sobre los caudillos sonorenses y de paso estaba protagonizada por un cura gigoló, y no se le ocurrió mejor cosa que embodegarla durante todo un sexenio. Textualmente dijo: ‘Este libro no sale de aquí’. Esa fue la gota que colmó el vaso.
- ¿Qué perspectiva tiene actualmente acerca de la situación cultural en Sonora?
Por fortuna ha dado un giro radical. Parece que la escuela de letras permanece estancada en la revolución cubana, pero lo que es la cultura oficial ha avanzado considerablemente gracias a que su nuevo titular, Fernando Tapia, es el primer director del ISC que no es ni abogado ni contador privado, sino doctor en literatura. Tapia además uno de los pocos maestros que tuve en Letras que aplaudía mis gracias. Un gran profesor, además. Es un hombre culto, sin telarañas mentales, que lejos de marginar a las mujeres, a los homosexuales y a los indígenas como hicieran sus predecesores, los ha incorporado a su equipo de trabajo. Actualmente hay escritoras jóvenes en Sonora como Sylvia Aguilar Zeleny y Cristina Rascón, y jóvenes poetas vanguardistas como Iván Figueroa que hubieran sido vistos con desprecio por Moncada o por Ruibal Corella. Por otro lado, ésta es la primera administración que ha reconocido, homenajeado y reeditado la obra de Abigael Bohórquez.
- ¿Por qué la fascinación ante la escritura biográfica -tanto propia como ajena- ?
Lo más atrayente de mi narrativa, pienso yo, son los personajes. Para mí una obra narrativa sin personajes que te conmuevan no cumple a cabalidad su función. ¿Qué sería de ‘Ulises’ sin Stephen Dedalus, por ejemplo? Pienso en la novela rusa, que es la más grande de todos los tiempos: ¿qué sería de ella sin Ana Karenina, sin Alexei Karamazov, sin Natasha Nicolaevna, sin el maravilloso Levine, que es mi consentido? De ahí mi fascinación por la biografía, que no la autobiografía, porque he sido bastante parca para referirme a mi persona, no obstante que siempre habrá algo del autor en sus personajes. Salvo Moramay de ‘Réquiem por una muñeca rota’ hay muy poco de mi vida en mi narrativa. En ‘Cenotafio de Beatriz’, por ejemplo, hay un solo capítulo autobiográfico, que es el del parto de Beatriz. Yo empecé a escribir esa novela cuando, estando embarazada de mi hija pequeña, me anunciaron con una frialdad impresionante que tenía preclampsia y que o me sacaban a la criatura o yo me moría, y como no dejé que me la sacaran di por sentado que me iba a morir y ‘Cenotafio’ es, por ello, una novela mortuoria, desde el título. Pero fuera de ese detalle poco tengo que ver con la protagonista, una Beatriz coja, corrompida, prostituida, amargada y sin embargo perseguida por un Dante que añora lo que ella fue y ya no es.
- ¿Cómo impulsa la carrera de un escritor el obtener un premio literario –como en su caso, que acaba de llevarse el Efraín Huerta, en Cuento, con la obra ‘Sueños de Lot’- ?
No sabría responder esa pregunta. Debo confesar que he participado en algunos concursos; que casi siempre me gano mención honorífica pero muy pocas veces he ganado. Curiosamente, poco antes de que me avisaran que había ganado el Efraín Huerta de cuento yo estaba a punto de abandonar el género cuentístico para siempre porque consideraba que no tenía madera para eso; que me era imposible escribir textos cortos... de hecho muchos amigos míos me habían hecho el comentario de que les gustaba mucho más como novelista que como cuentista. Gracias a este premio descubro que no soy tan mala después de todo y he resuelto continuar haciéndole la lucha al relato, aunque mi género favorito es y seguirá siendo la novela.
- El narrador sinaloense César López Cuadras [Nota 4] declaró hace poco [Nota 5] que los grandes genios de la literatura han sido misóginos, y que los que se autoproclaman feministas son demagogos. Citó alusiones misóginas, por ejemplo, en Don Quijote. ¿Qué declararía usted al respecto?
Independientemente de que admiro a César y me cae muy bien, debo señalar que está equivocado y que su actitud resulta incomprensible en estos tiempos. Posiblemente los autores a los que hace referencia pertenecen a una época en que las mujeres no tenían acceso al estudio ni a los libros, pero como en todo existen las excepciones... y para muestra ahí está nuestra incomparable Sor Juana. Habría que recomendarle a César que leyera a grandes genios como Oscar Wilde, Truman Capote, E.M. Forster, Julio Cortázar, Sergio Pitol, entre otros, que lejos de denostar a las mujeres reconocían incluso influencia de escritoras en su propia escritura. Cortázar fue el único escritor del boom que exigió la inclusión dentro del mismo de mujeres como Luisa Valenzuela. De misógino, nada. No dudo que haya grandes genios misóginos, del mismo modo que hay mujeres geniales que son abiertamente androfóbicas, como Elfriede Jelinek, pero eso no repercute para nada en la demostrada realidad del talento femenino. Habría que recomendarle a César que leyera La trenza de Sor Juana, ¿no crees?
(Entrevista efectuada el 14 de mayo del 2006)
Fotografía: Esmeralda Méndez

Nota 1: Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, en Sor Juana Inés de la Cruz, Obras Completas, Col. Sepan Cuantos, no. 100, Editorial Porrúa, México, 2000, p. 830..
Nota 2: Ídem, p. 831.
Nota 3: En dicho blog se publicaban reseñas periodísticas aparecidas en la columna del mismo nombre, perteneciente al Suplemento Arena del diario capitalino Excélsior, de circulación nacional. Desde marzo, el suplemento fue retirado; aún así, Eve continúa con sus Trenzas (por las cuales jamás ha percibido salario alguno). La Trenza de Sor Juana, en palabras de su autora, tiene el fin de exaltar el genio literario femenino.
Nota 4: Autor de La primera vez que vi a Kim Novak (cuento), La novela inconclusa de Bernardino Casablanca, Macho profundo y Cástulo Bojórquez (novelas).
Nota 5: Declaraciones dadas el 27 de enero, durante su intervención titulada 'El Quijote: Los textos en el texto', como parte del Seminario sobre El Ingenioso Don Quijote de la Mancha , en la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Sinaloa.
DATOS DE LA AUTORA:
Elena Méndez (Culiacán, Sinaloa, México, 1981).- Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Ha participado en los talleres literarios de los escritores mexicanos María Baranda, David Toscana y Cristina Rivera Garza. Escribe cuento. Ha publicado parte de su material en la revista TEXTOS, de su Universidad (no. 14, abril/julio 2004) y La Pluma del Ganso (no. 42, marzo/mayo 2006) y en las páginas literarias
http://www.aviondepapel.com/ , http://www.letras.s5.com/ y http://www.homines.com/.

"Hay que modificar el lenguaje para que el engaño se convierta en otra verdad": la última entrevista con Rafael Ramírez Heredia

Rafael Ramírez Heredia (1942-2006) era mi maestro. He tenido muchos, pero ninguno dejó una huella tan profunda en mí. Nunca me había topado con alguien tan profundamente interesado en el trabajo de los jóvenes escritores (“jóvenes” en relación a su inexperiencia, no a su edad, hay que aclarar); tan apasionado para comentar los textos. No faltó quien se sintiera ofendido con su crítica tan directa, tan descarnada, pero fue justamente él quien me enseñó a tolerar y a aprender de los comentarios no demasiado favorables a mi trabajo. Su muerte que nadie esperaba (ignoraba por completo que sufriera cáncer, no lo hubiera ni imaginado, parecía tan lleno de vida y de pasión por vivir) me ha dolido más de lo que el lector pueda imaginar, y por ahora mi única manera de rendirle tributo es reproducir, sin mayores comentarios y casi a la letra, la última entrevista que le hice con motivo de su más reciente (que resultó ser la última) novela La esquina de los ojos rojos, el pasado mes de abril, en su casa de Coyoacán. Esta charla es especialmente conmovedora porque Rafael se dirige a mí como el maestro que siempre fue:

EVE GIL ¿Por qué, después de La Mara, decide escribir una novela sobre las mafias de Tepito?
RAFAEL RAMIREZ HEREDIA: Se trata de un proyecto a largo plazo que he establecido para escribir tres novelas, a lo mejor cuatro o cinco, en las que toque aspectos de este México oscuro, profundo, duro, que no es el México folclórico de los coches grandotes de los narcos, que si bien refleja una realidad no es el que me interesa: a mí me interesa el otro, el oscuro, el que no está a la vista, el que no se festina con los Tucanes de Tijuana o los Tigres del Norte. La Mara Salvatrucha adquiere notoriedad pero después de que escribo La Mara, es decir, no decido escribir a raíz de su auge en la nota roja y estos barrios de la Ciudad de México ofrecen la opción de lo que creo estamos viviendo, pero viviendo como una exaltación del miedo a la violencia. Aquí la violencia está soterrada, es una violencia interna que refleja sin duda alguna lo que es México… entonces viene siendo el segundo libro de esta trilogía y por supuesto que la tercera vendrá dentro de poco, que no tengo muy definido sobre qué escribirlo porque se me han atravesado otros proyectos, de hecho, entre La Mara y este hay otros dos (un libro de cuentos y la novela El mestizo de Salgari) y posiblemente haya uno más y el siguiente ya sería el tercero de la trilogía. Los personajes, creo yo, están bien armados y ha estado empezando a gustar mucho. Hay comentaristas que han señalado que les parece mejor que La Mara, yo no creo que sea mejor, sólo que son diferentes.

E.G.- ¿El hecho de mirar esta realidad cotidiana con ojos de hombre del norte, es la causa de que nos parezcan más próximos a la ficción?
RRH.- Pudiera ser, no lo he puesto en una tela de comentario. Soy un hombre desde el norte pero un hombre muy extrañamente del norte porque soy tampiqueño, es decir, un sureño del norte, porque en realidad el norte es Tijuana, es Sonora, eso sí es el norte. Los de Tampico no somos del norte, aunque lo seamos desde un punto de vista geográfico, pero además yo he vivido en muchas partes del mundo, en el D.F y en Madrid, de tal manera que mi norteñez no es muy clara pero sí me siento norteño y tamaulipeco y yo miro quizá las cosas con la visión de un hombre que ha nacido absolutamente en el norte. No creo que la visión de la geografía incida en la mirada, yo creo que incide en la mirada más abierta, más universal. No pretendo que mi literatura se sitúe en ninguna parte del país. No miro la geografía como el sitio propicio para caminar: yo miro el tema y el sitio donde se origine, y con esos ojos es como debo ver la literatura.

E.G.- Siempre he admirado su excelente oído, la forma en que recrea literariamente los lenguajes subterráneos…
R.R.H.- Te voy a dar secretos que no debo de dar, pero lo hago con mucho gusto. Tengo como maestro principal a Rulfo, y él me enseñó una cosa (no directamente, la infinidad de ocasiones que tuve oportunidad de hablar con él no hablamos de literatura, él era hermético en ese sentido) pero a través de sus libros me enseñó algo fundamental, que no me explico por qué otros escritores se niegan a hacerlo: mentir. Si nosotros brincáramos tiempo y espacio y tuviéramos una grabadora y se la pusiéramos a las personas en que se inspiró Rulfo, nunca hablarían así. Es decir, la verbalidad de los personajes de Rulfo es inventada, para que al final el resultado es que los lectores creemos que un oriundo de esos lugares en efecto habla así, y entonces como yo supongo que el primer beneficiado o atacado por un libro es el lector, lo que tengo que hacer es inventar un lenguaje que “parezca que” pero al mismo tiempo no lo sea. Cualquier habitante de los barrios que aparece en la novela, si la leyera, diría “yo no hablo así” y una persona como tú diría “así hablan”, pero la verdad es que no hablan así: yo invento el lenguaje. Hay que modificar el lenguaje para que el engaño se convierta en la otra verdad. La investigación del lenguaje es modificada por la mirada del escritor para convertir lo que aparentemente es un caos en una línea conductiva narrativa.

E.G.- A pesar de que su novela se desenvuelve en un ambiente de hombres, nos topamos con que la heroína es la señora Leila
R.R.H.- En efecto, estos barrios duros de la ciudad de México son barrios machos; es mayor el número de hombres que funcionan en estratos de poder que las mujeres, las mujeres son elementos no decorativos, y están muy lejos de serlo; son elementos de batalla de primera línea: las vendedoras, los vendedores, los comerciantes, las comerciantes, son mujeres que van al frente de la batalla y los organizadores son los hombres y alguna que otra mujer, sin duda alguna que también hay mujeres, ahí están las lideresas de los comerciantes. En este caso la figura central del texto es una mujer, una mujer con las consideraciones necesarias para no ser condescendiente ni aplaudidor pero tampoco atacante con ella, como tampoco soy condescendiente ni atacante con ninguno de los personajes de la novela, yo no los juzgo. A estas novelas Gonzalo Velorio las definió como novelas que no pretenden demostrar, sino mostrar.

E.G.- ¿En qué momento esta mujer, que es vengadora de la muerte de su hija, tomó cuerpo en su imaginación?
R.R.H.- Un escritor profesional no tiene muy clara la historia… aunque sí la tenga. Me apoyo mucho en esa idea de que el periodista escribe sobre lo que sabe y el escritor sobre lo que cree que no sabe, pero sabe. Lo que sucede es que tiene que ir escribiendo la historia para volver a recordar lo que sabe pero no sabe. Quienes saben de esto pueden detectar que así como está la novela, como le llega al lector, no es así en realidad: la novela pasó infinidad de procesos, lo que llaman edición, es decir, editar la novela para que se lea conforme el escritor quiere. En realidad no tenía muy claro lo que iba a suceder. El primer capítulo que escribo es el de la violación de la muchacha. Lo escribí primero porque fue el que más me impactó de mis investigaciones. Estoy yendo a estos barrios y de pronto mis informadores, la gente que me lleva y me cuida, me dice: “Aquí está esta acta policíaca”, y se daba santo y seña de la muerte de la muchacha. Pedí que me llegaran al edificio desde donde la habían lanzado por una ventana. Pregunté cómo era la muchacha, donde vivía… no hay mayor ramificación de la historia, pero si la quiero contar debe tener más ramificaciones. Al escribir este texto me doy cuenta de que la muerte de esta muchachita tiene que ser agarrada y aprehendida y manejada para que funcione dentro de un cuerpo novelístico, porque si no, es un cuento. Le comienzo a inventar una vida a partir de la muerte y esa vida implica la posibilidad de que se vaya uniendo con otras cosas, y en ese momento sale la mamá, y el buzo que se ha metido en las cloacas de la ciudad, y comienzo a unir las cosas. Los personajes tienen que ir cambiando de acuerdo a la trama, no al autor, el autor no tiene que decidir nada, solo debe plegarse a los caprichos de la historia. La novela tiene que ser, ante todo, una urdimbre bien amarrada para que resulte lo que yo quiero que sea, y quizá en el momento de empezar a escribir no sabía el desarrollo de la mujer, pero sabía que tenía que avanzar de determinadas maneras y las condiciones de la novela misma me dieron las condiciones para colocarla donde está.