Alguna vez dije que el sonorense Carlos Sánchez era un escritor de culto, y hoy lo he confirmado: se presentó su libro más reciente, Señales versos (cuentos) en la sala Fernando Wagner de la Facultad de Filosofía y Letras, y puedo asegurar que es una de las presentaciones más emotivas y sinceras a las que he asistido. Sus presentadores, el periodista José Luis Martínez (editor del suplemento Laberinto de Milenio) y el también periodista Arturo Conde Ortega (de La Jornada), se refieron al joven escritor con franca admiración. José Luis no es, definitivamente, una persona lisonjera. Diría más bien que lo contrario: es exigente y hasta rudo en materia de crítica literaria. A Conde Ortega no lo conozco pero escuchándolo se advertía que había devorado el trabajo literario de Carlos, al que incluso entrevistó para su medio, La Jornada, considerando que su libro de crónicas, D.F, contenía el mejor reportaje que se había escrito en México sobre el ambiente pre y post electoral.
Lo más digno de señalar, es que Carlos ha publicado sus libros en su propia editorial, La Cábula, la cual instaló hace ya diez años, o más, en uno de los barrios más inseguros de Hermosillo y que carece de aparato publicitario y de relaciones públicas para establecer vínculos con personas influyentes. El simple hecho de mantener una editorial, en condiciones tan precarias, es en sí mismo un milagro. A Carlos jamás le ha interesado darse a conocer fuera de su circuito: sin mover un dedo se ha acarreado la amistad y la admiración de personajes como los arriba mencionados (José Luis lo conoció en el ya clásico encuentro anual de escritores en Sonora, Horas de junio)y del escritor Eusebio Ruvalcaba, que ha manifestado un cierto enamoramiento por la obra de Carlos. Este escritor de inegable talento, de treinta y pocos años, que también es un espléndido fotógrafo (fue el fotógrafo de cabecera de Abigael Bohórquez), carece de formación teórica y academica; no tiene empacho en reconocer que solo llegó hasta la secundaria y que proviene de una familia muy pobre, hasta pareciera que lo asume con orgullo y es que, como Juan José Arreola y Juan Rulfo, Carlos es un escritor eminentemente autodidacta, devorador de libros, abierto a la crítica y a escuchar sugerencias; es, como dice Martínez, un hombre profundamente callado, pero basta leerlo para saber que ha agotado las palabras y el dolor en la escritura. Agregaría que nunca he conocido alguien más digno (que no soberbio, favor de no confundir) que Carlos Sánchez, que jamás ha mendigado ni chantajeado: lo poco que tiene lo ha conseguido a fuerza de trabajo y del reconocimiento de las autoridades culturales de su estado para las que no ha pasado desapercibido su excelente y desinteresado trabajo. Carlos es un artista nato, lo que explicaría su actitud digna y su afán por dignificar el trabajo artístico. Lo que verdaderamente le interesa es retratar a aquellos de quienes nadie se ocupa, los que parecen no existir y muy pocos conocen realmente: los reos. Él mismo coordina un taller literario dentro del CERESO y a través de su trato cotidiano ha escrito relatos y obras teatrales inspiradas en las experiencias de sus alumnos, aunque también de amigos y viejos conocidos que se mueven dentro del hampa como peces en el agua, y de él mismo, que si bien trabaja honradamentesabe ponerse en los zapatos de quien elige el camino opuesto y rinde culto a las drogas. Toda su vida ha vivido rodeado del lúmpen. El lumpen no lo asusta: lo conmueve. De alguna manera, Carlos desentraña la poesía que existe en la sordidez, la promiscuidad y la crueldad. Es un escritor que ensalsa a la mujer involucrada en un mundo que la ultraja, la agrede, la paraliza y la mata; la mujer del barrio, para quien el ejercicio de su sexualidad es más un medio para lograr el afecto de quienes han demostrado ser sus peores enemigos: los hombres. En su escritura se percibe una sensibilidad extraordinaria que necesariamente toca la fibra exacta. Los asistentes a la presentación, que incluyó una dramatización de fragmentos teatrales y de un relato incluido en Señales versos a cargo de los estudiantes de arte dramático, en su mayoría alumnos de la misma facultad, aplaudieron a morir las líneas de Carlos y también al propio autor cuando tomó el micrófono y se manifestó tal cual es... tal como lo conozco desde hace varios años: hombre sencillo, dolorosamente franco, curtido en el dolor, nada ingenuo pero lleno de generosidad, capaz de entregarse a manos llenas. Carlos Sánchez está destinado a ser el gran renegado de la literatura de la frontera norte. Su paso por el mundo, lo aseguro desde ya, no pasará desapercibido para quienes saben reconocer el genio y la sensibilidad literarios.
Detalle curioso sobre este escritor/ periodista que es asimismo un joven papá: sus dos hijos se llaman Abigael (como el poeta sonorense) y Maqroll (como el entrañable personaje de Álvaro Mutis)