Otto-Raúl González: poeta doctorado de juglar

Este texto de mi autoría se leyó durante la presentación del más reciente poemario del poeta guatemalteco Otto-Raúl González, adoptado por el Estado de México, La vuelta al mundo el 80 poemas (Instituto Mexiquense de Cultura, 2006)



El adolescente Pondexteur Williams
fue llamado a filas.
-Negro, tú te vas a Vietnam
toma tu fusil, tu metralleta, tus granadas
aprende a sembrar la muerte
en los arrozales del Viet-Cong,
aplícate con el napalm
instrúyete en herbicidas y desfoliadores
tómate tu tiempo, no te faltarán tus drogas
ni tu coca-cola te hará falta,
muchacho, tienes que ir a defender la democracia.

Después de algún tiempo,
llamaron a su madre: -Señora Campbell,
tome usted este cadáver con medallas.
Congratulations.
A nosotros ya no nos sirve
ni podemos enterrarlo
ni podemos enterrarlo
en el cementerio de los blancos.
Mire usted dónde lo pone,
¡Viva la democracia!

Dos razones me impulsan a abrir con este poema, “Vietnam”, mi comentario sobre La vuelta al mundo en 80 poemas, el más reciente libro del poeta de origen guatemalteco, Otto-Raúl González: la menos importante, que me pareció tan insoportablemente hermoso que la simple relectura no me bastó y quise escribirlo y sentirlo bajo los dedos (reescribir el poema es la única forma de poder tocarlo).
La segunda, más digna de mención, porque consideré oportuno que los potenciales lectores de este poemario no se fueran con la finta de que el poeta restringe su campo de acción a una especie de postales poéticas, que también las escribe, y muy hermosas. Pero él va mucho más allá de plasmar hermosos paisajes: Otto-Raúl se mimetiza en los paisajes que recrea, adquiriendo así la capacidad de mirar más allá de los árboles, de los edificios, de las estatuas, de los obeliscos que caracterizan turísticamente a una ciudad: percibe las heridas de sus batallas, las huellas de sus saqueadores, las estrías de sus embarazos y los gritos de sus partos. Las postales tradicionales aportan solo imágenes hermosas… las de Otto Raúl González no excluyen el horror y la tristeza que en cierta forma modelan la particular hermosura de cada sitio que visitan sus palabras, del mismo modo que las experiencias traza las líneas de nuestro rostro:

Siberia ayer dolor y rebeldía
mujik descostillado, sangre, sangre, sangre;
galería de huesos, nieve y nieve;
muerta amapola, vértigo de trapos,
espumas sucias y doblados lirios,
ayer la sangre, ayer la nieve, ayer dolor.

¿Alguien que no haya leído autores rusos posteriores a Tolstoi o Dovstoievsky tenía idea de lo hermosa que es Siberia? El mismo lugar donde enviarían a morir a Marina Tsviétaeiva y a Ossip Mendelstam, por citar solo a dos de los grandes poetas que padecieron el régimen de Stalin. La Siberia de las pesadillas de Ana Ajmátova, cuyo hijo fue condenado también a padecer esta Siberia que Otto Raúl nos revela, en el año de 1952, como “océano de nieve sin orillas,/ achatado cristal,/inmensurable mármol”. (“Siberia ayer”) Otto Raúl hace que nos imaginemos al poeta cincelando sus versos sobre un inmenso bloque de hielo; el poeta nos hace sentir nieve, su nieve, en la piel aunque estemos en una habitación intensamente soleada. Del mismo modo que antes nos ha hecho sentir el ardor del napalm incendiando nuestros vellos, y nos ha hecho sentir negros e indignados contra la imposición idiota del blanco que nos vuelve carne de cañón porque cree que carecemos de espíritu... cuando nuestro espíritu de negros está por encima de tanta vanidad, de tanta miserable codicia.
Hay casos en que los paisajes le son tan entrañables y próximas, que privilegia por sobre la belleza del paisaje la belleza de su sufrimiento ancestral, como serían los casos específicos de Chiapas y su natal Guatemala.
De San Cristóbal de las Casas escribe:

Los aires están raros, descompuestos:
hay millonarios árboles funestos,
flacos arbustos pobres y descalzos

Engarzar la riqueza con la miseria y crear un contraste que pudiera calificarse de calidoscopio, es algo que solo puede obtenerse de una pluma como la de Otto-Raúl. Porque, insisto, en este poeta lo terrible es bello, pero no porque se le observe a través de un vidrio ahumado, o porque se privilegie la palabra por encima de su significado, simplemente porque el poeta no conoce otra vía de expresión que no sea la belleza. Hay poetas de lo horrible que emergen grandiosos por encima de su propio dolor y asco y no cortejan a la belleza como Rimbaud o Baudelaire. Pero otros no logran desprenderse la belleza por más que tratan pues ya la traen prendida como lapa, caso de Otto Raúl. Ahora bien: hacernos sentir la miseria… hacernos ver la miseria y maravillarnos sin embargo, es hazaña que pocos han logrado y que, curiosamente, se les da mejor a los hispanos… y pienso en Miguel Ángel Asturias, en Augusto Roa Bastos, en Juan Rulfo, en Inés Arredondo, en Julia de Burgos, en Raúl Zurita, en Andrés Sorel, en Rafael Alberti… y por supuesto, en Otto-Raúl, que nos hace escuchar el llanto de los Andes, queja milenaria.
De Guatemala 1954 nos dice:
Escribo este soneto con la pala
que no llegó a estrenar el campesino;
escribo este poema con el vino
que no llegó a beberse en Guatemala.

Escribo este soneto con el ala
herida del quetzal; con el destino
de mi patria golpeada en el camino;
escribo con la flor y con la bala.

Guatemala, palabra escrita con rudas manos proletarias. Otto-Raúl está convencido de ello y sin embargo sus manos tiemblan de dulzura y hasta de cierto virginal temor al deletrearla: GUA-TE-MA-LA.
Xelajú. Komsomolsk. Lumumba. Fiordos. Fredrikstad. Ciudad Rubí. Nombres de ciudades que parecen invención del propio Otto-Raúl; que parecen nombres de ciudades maravillosas y surgidas del mapa de Homero. Ciudades de algún modo conquistadas por el Poeta; recreadas palmo a palmo por el Poeta. De tal modo que Otto-Raúl es arquitecto también. Arquitecto y albañil de sus propias catedrales, de sus propios monolitos, de sus propias escuelas… de sus propias maestras.
Bajo el cielo de Santa Tecla, azuleando seguramente de ternura, un Otto-Raúl casi adolescente nos confiesa: “Estoy en una ciudad extraña/ que se llama Santa Tecla/ tengo veinte años/ y estoy enamorado.” Y el amor, está convencido el jovencito Otto-Raúl, como lo estamos todos a esa edad, puede crecer entre las rocas y ser fuerte, fuerte, fuerte como la propia sed. Ese mismo joven se traslada a Ecuador para descubrir, no sin temblor, que las lágrimas le queman la cara:

Me rodean las lágrimas quemadas
los fantasmas de los espejos empañados
y entre tanta desolación
siento, sentimos como si el paisaje se quejara.

El joven sigue de largo su itinerario. Ha incendiado ya su rostro con el llanto; ha escuchado el quejido del paisaje de los Andes y contemplado el pájaro de leyenda cuyas alas reflejan los colores del universo que son también los que tiñen la guerra, termina mecido por los brazos de una dulce maestra china de kindergarten a la que pregunta no sin inocencia: “Señorita, ¿la letra i de la palabra “China”/ se escribe con tilde o con estrella?”, y prosigue:

Señorita, quisiera decirle
que usted es como un delgado arroyo de ternura
que atraviesa el vasto corazón del pueblo
y por lo tanto al verla entre sus niños
se me figura un pequeño remanso del Hoang Ho
besando largamente el rostro de la patria.


Escritos en distintas épocas, y no distribuidos cronológicamente, los poemas están escritos por diversos Ottos que bien pudieran estar partidos en infinidad de heterónimos y cuyo único hilo conductor es la asombrosa capacidad de hacer cantar al paisaje de un poeta que nació poeta y cuya pluma ha crecido junto con él hasta alcanzar la madurez del juglar, es decir, poeta doctorado.