Por: Judith Castañeda Suarí
El 23 de mayo se celebró el Tercer Encuentro de Mujeres que Escriben; el escenario, la Casa Amarilla, instalación de la Universidad Autónoma de Puebla ubicada en el Centro Histórico de esta ciudad, bajo un doble techo amarillo, de lona y acrílico. Cada año se teje una atmósfera de amistad: intercambio de correos electrónicos, de libros y comentarios sobre lo que cada quién está escribiendo o planea escribir, comida a las dos, textos con estructuras, atmósferas e historias diferentes, tramadas según la visión de la literatura, las experiencias, las lecturas, la vida.Esta es la primera vez que se hace en mayo, en plena primavera, el otoño es la costumbre. Estuvieron presentes Isabel González, ganadora de la última edición de concurso de cuento Mujeres en Vida, con sus textos cargados de imágenes eróticas, los cuentos inéditos de Betty Meyer y Eve Gil, Lina Zerón, primeriza, nos hizo reír con varias minicrónicas, Rosa Nissán, una servidora y su “Cerrando puertas” (que suena a canción de Robi Draco Rosa).Hubo también una invitada que llegó tarde pero a tiempo, que no leyó ningún cuento y tampoco tuvo un espacio en el intercambio de correos electrónicos. Eso sí, recibió su reconocimiento: las carreras, los gritos, una herida. La lluvia, al principio no muy fuerte, dejó terminar una lectura sembrada de pausas a Eve Gil. El Maligno, el Diablo, fue nombrado en más de una ocasión a lo largo de ese divertido texto. Y justo al terminar, como si las palabras se hubieran vestido de invocación y ganado peso, mezcla de vudú y santería, el golpeteo de las gotas redobló esfuerzos hasta acumularse en el techo y romper el acrílico. Al principio fueron tronidos lejanos, difíciles de ubicar; luego, en vez de agua o granizo, llovieron algunos trozos puntiagudos, transparentes. Uno de ellos lesionó a Maricarmen García, una de las organizadoras, quien tendría una intervención en la última lectura. Ese golpe terminó en un viaje al hospital que, esperamos, no haya sido muy largo. Más de una pensó que el agua acumulada caería en pleno, que las bocinas y micrófonos descargarían electricidad en esa cascada, que...Para mi fortuna estaba en la orilla, unos pasos y mi cabeza quedó fuera del alcance del acrílico. Organizadoras, escritoras y público terminaron debajo de los pasillos del segundo piso, alrededor del patio donde se leía, hasta el momento, sin novedad. Lecturas y asistentes se trasladaron a un salón pequeño, lejos de la zona de desastre en que se convirtió el lugar.Por mi parte estoy lista para otra lectura en el patio de la casa antigua que es el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Puebla, con todo y granizo y lluvia de acrílico, no importa. Sólo espero estar sentada en la orilla para correr a tiempo.
El 23 de mayo se celebró el Tercer Encuentro de Mujeres que Escriben; el escenario, la Casa Amarilla, instalación de la Universidad Autónoma de Puebla ubicada en el Centro Histórico de esta ciudad, bajo un doble techo amarillo, de lona y acrílico. Cada año se teje una atmósfera de amistad: intercambio de correos electrónicos, de libros y comentarios sobre lo que cada quién está escribiendo o planea escribir, comida a las dos, textos con estructuras, atmósferas e historias diferentes, tramadas según la visión de la literatura, las experiencias, las lecturas, la vida.Esta es la primera vez que se hace en mayo, en plena primavera, el otoño es la costumbre. Estuvieron presentes Isabel González, ganadora de la última edición de concurso de cuento Mujeres en Vida, con sus textos cargados de imágenes eróticas, los cuentos inéditos de Betty Meyer y Eve Gil, Lina Zerón, primeriza, nos hizo reír con varias minicrónicas, Rosa Nissán, una servidora y su “Cerrando puertas” (que suena a canción de Robi Draco Rosa).Hubo también una invitada que llegó tarde pero a tiempo, que no leyó ningún cuento y tampoco tuvo un espacio en el intercambio de correos electrónicos. Eso sí, recibió su reconocimiento: las carreras, los gritos, una herida. La lluvia, al principio no muy fuerte, dejó terminar una lectura sembrada de pausas a Eve Gil. El Maligno, el Diablo, fue nombrado en más de una ocasión a lo largo de ese divertido texto. Y justo al terminar, como si las palabras se hubieran vestido de invocación y ganado peso, mezcla de vudú y santería, el golpeteo de las gotas redobló esfuerzos hasta acumularse en el techo y romper el acrílico. Al principio fueron tronidos lejanos, difíciles de ubicar; luego, en vez de agua o granizo, llovieron algunos trozos puntiagudos, transparentes. Uno de ellos lesionó a Maricarmen García, una de las organizadoras, quien tendría una intervención en la última lectura. Ese golpe terminó en un viaje al hospital que, esperamos, no haya sido muy largo. Más de una pensó que el agua acumulada caería en pleno, que las bocinas y micrófonos descargarían electricidad en esa cascada, que...Para mi fortuna estaba en la orilla, unos pasos y mi cabeza quedó fuera del alcance del acrílico. Organizadoras, escritoras y público terminaron debajo de los pasillos del segundo piso, alrededor del patio donde se leía, hasta el momento, sin novedad. Lecturas y asistentes se trasladaron a un salón pequeño, lejos de la zona de desastre en que se convirtió el lugar.Por mi parte estoy lista para otra lectura en el patio de la casa antigua que es el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Puebla, con todo y granizo y lluvia de acrílico, no importa. Sólo espero estar sentada en la orilla para correr a tiempo.