Más testimonios sobre la lectura que desató el diluvio universal


¡ÁNGEL DE LA GUARDA, DULCE COMPAÑÍA!

Virginia Hernández Enríquez
Después de la agradable jornada que vivimos en el III Encuentro de Mujeres que escriben, de repente, el diablo hizo su aparición, nunca sabremos si la Alicia del cuento de Eve Gil, lo trajo arrastrando desde tan lejos. De repente, entendí lo lenta que soy para reaccionar ante el peligro, aunque un reflejo instintivo me llevó a refugiarme contra el vidrio de la biblioteca, lugar atinadísimo para que caiga una esquirla y lo rompa. Me vi después junto con Raquel y Maricarmen Jiménez convertidas en cedazos bermellón. Mi ángel de la guarda que siempre ha sido un ángel musculoso e inteligente me condujo hacia el refugio al que acudieron todos, e invocando la jaculatoria infantil: ¡Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me dejes sola ni de noche ni de día! calmé mi miedo. El estruendo que hacía el techo me parecía realmente demoníaco, pero la convención de ángeles de la guarda que se llevaba de forma alternativa y subrepticia junto con el encuentro de escritoras, fue lo que permitió desbaratar los poderes malignos que pretendían destruirnos.
Las mujeres somos fuertes, los ángeles que son andróginos, también. Después de acompañar a Maricarmen García al médico y de charlar y comentar con ella sin parar el incidente, ambas hicimos catarsis y nos sentimos más tranquilas. Lamentamos no poder regresar al Encuentro que por lo que me enteró continuó y fue de lo mejor, siento haberme perdido el comentario de Victoria, la presentación de Lina y de Rosa. A pesar de ello, sé que nuestros encuentros continuarán, ya que nuestro femenino y feminista poder ha exorcizado al diablo.

¡SÁLVESE QUIEN PUEDA!
Isabel González
La mayoría del tiempo logro marear mis miedos, los escondo en un cajón bajo llave o me la paso haciendo mil actividades para hacerme "coco wash" de que la vida es eterna. El miércoles, el cajón se abrió y pareciera como si el cerrojo se botara para escupir las palabras que tanto temo: no seas imbécil, si tu vida y la de los demás pende de un hilito que no puedes controlar. Estabamos enmedio de la presentación de la super escritora Eve Gil, un aguacerazo marca "diablo" hacía difícil su lectura. Eve, como invocando a un dios benévolo, miraba al cielo implorando misericordia con una sonrisa pícara en los labios. Yo no dejaba de mirar el techo, una burbuja que crecía cada vez más, se instalaba en el techo y la lona cedía ante el peso. "Nos vamos a empapar, donde esto caiga", pensé. "Bueno, una mojadita no cae mal a nadie. Ya que deje de llover pues la crítica del cuento está super buena". De pronto un tronido me puso alerta, sentí como un trueno susurrándome al oído. Mis piernas corrieron sin mi permiso, en segundos estaba a salvo, apiñada con muchas mujers que asombradas no daban crédito a lo que pasaba. Los gritos femeninos ahogaban el desplome, todos teníamos cara de desamparo, como de niños cuando la maestra les descubre una acordeón. Parecía una orquesta en la que el director se ha quedado dormido: corazones, crujidos y gritos formaban un coro desacompasado. Ante el desconcierto tomé la mano de Mary Carmen, veía sus dedos sangrando, una burbuja morada como si del techo se hubiera trasladado ahí, a ese espacio reducido de carne. Le tomé la mano y le dije, parece que no es muy grave. Ella me dijo auuuch, me duele. "Soy una metiche, pensé". Pues el caso es que ya no volví a ver a la herida. Salté el patio corriendo mientras me encaminaba al coche y el cielo me bautizaba con gotas gigantescas. llegué a mi casa y me comí un tazón repleto de palomitas con varias salsas, una quesadilla de pan árabe y una lechita sabor vaililla. Abracé a mis hijos como si fuera la última vez. Total ¿alguien me asegura que mañana estaré despierta para saber si subí un poco de peso?