De legitimaciones, combates y enamoramientos

Por Fernando Reyes

Todos buscamos legitimarnos: los presidentes espurios o no espurios, las prostitutas que crean sindicatos, los ambulantes que se convierten en diputados o los escritores que buscamos un huequito en la historia de la literatura mexicana. Por eso estamos aquí, en un recinto histórico, científico y académico, en una Feria publicitada en todos los medios escritos y electrónicos, avalada y legitimada por todas las instituciones culturales y literarias.
En días pasados fuimos testigos del circo de dos pistas que dio la llamada crítica literaria de nuestro país en sempiternas vías de desarrollo. Christopher Domínguez inventó su propio diccionario de escritores y lo adjetivó como “crítico”. Se pegó el grito en el cielo, quizá con justa razón, pues Christo no incluyó a todos los que debía ser y les dedicó más espacio a unos que otros. Esto viene a colación, porque dos de los escritores que criticaron acérrimamente a Domínguez son autores incluidos en la antología que hoy nos congrega. Me refiero a Guillermo Samperio y a Eve Gil, autor y autora que se caracterizan por tener una pluma, además de talentosa y prolífica, combativa y contestataria. Samperio (1948), con más de 20 libros publicados que abarcan distintos géneros, Eve Gil (1968), autora de varios libros, ganadora de distintos premios e incansable estudiosa de la literatura escrita por mujeres, tienen algo en común: escriben desaforada y amorosamente, y combaten con la tinta, el papel y la imaginación. ¿Dónde quedó el postulado de Sartre “la imaginación al poder”?
En Fantasiofrenia. Antología del cuento dañado, para fortuna del editor, también participaron autores del calibre de Gonzalo Martré (1928) y Gerardo de la Torre (1938), dos de los escritores de más férreo carácter y actitud de lucha, social y literaria. Protagonistas de movimientos estudiantiles y sindicales, Gonzalo y Gerardo jamás han pactado canonjías o convenios oportunistas. Acostumbrados al desaire institucional y académico, ambos autores han aprendido a sacarle la miel al sarcasmo, a la ironía y a la crítica despiadada del establishment literario.
Sin embargo, los tiempos cambian y se nos enseña a saber negociar. Así lo han aprendido otros de los escritores fanatasiofrénicos aquí incluidos. A través de la fantasía, que no deja de poseer su carga social, y el realismo urbano, dotado de un erotismo velado, Alberto Chimal (1970) y Ernesto Murguía (1972), ambos ganadores de premios nacionales, expresan su joven postura conciliatoria, por medio no del pacto institucional y sí del trabajo diario, en distintos medios y como maestros de la Escuela de Escritores de SOGEM, en donde comparte sus técnicas narrativas con más jóvenes e incipientes escritores, como los que también colaboraron con sus cuentos dañados.
Antes de referirme a estos novísimos autores, comentaré unas palabras sobre otros escritores amigos, con quienes he librado batallas literarias y etílicas. Arturo Trejo Villafuerte (1953), quien con más de 30 libros publicados, sigue escuchando e impulsando a sus alumnos bachilleres de las clases más olvidadas de la periferia. Mauricio Carrera (1959), quien, a pesar de haber ganado cinco premios nacionales y haber entrevistado y estudiado a todos los escritores de su generación, es un narrador y periodista cultural excluido de los diccionarios, antologías y revistas oficiales. Ignacio Trejo Fuentes (1953), ha sabido conjugar la crítica periodística y académica con una narrativa fresca, inteligente y descaradamente humana. Marcial Fernández (1965), uno de los mejores cronistas taurinos, microrrelatista, es uno de los pocos editores en el país que apuesta por nuevos y desconocidos talentos dentro de la esfera oficial. Salud a todos ellos.
Dentro de los colegas, egresados de la escuela de Escritores, bautizados como “sogemitas”, se encuentran dos narradores que han sido incluidos en las antologías de Los mejores cuentos mexicanos: Guillermo Vega Zaragoza, incansable luchador de las letras mexicanas a través del periodismo cultural, la docencia y la difusión, y Edgar Omar Avilés, cuentista desaforado de los temas fantásticos. Ambos se han atrevido a colaborar en casi todas mis compilaciones. Les agradezco públicamente. Los demás autores sogemitas se caracterizan por ser entusiastas escritores nacidos a finales de los sesenta y principios de los setenta: el enigmático y polifacético Sergio Loo, la guionista talibana Myrna Díaz, el obsesivo y aficionado a la farsa Fernando Flores, el observador novelista Jesús Vicente García, el biólogo poeta Mario Jaime, el periodista viajero Mario Rodríguez Leija, el guerrerense y guerrero existencial Edgar Pérez Pineda , la sensual y sensible Rocío Noblecilla, quien ha dejado su natal Ecuador para apostar por la gente y la literatura en México, qué gigante osadía. El caballero de la misantropía, Mauricio Absalón; el valiente Andrei Vásquez, y la bella y electrónica Jessica de la Portilla me han acompañado ya varias veces a leer sus cuentos dañados ante públicos difíciles, y han salido muy bien librados. Ésta última pertenece a la generación de los nacidos en la década de los ochenta; lo mismo que el músico y literato que no le tiene miedo a las palabrotas y al inframundo de nuestra ciudad, Jesús Francisco Conde de Arriaga. Otro conocedor de las entrañas de la noche es Rogelio Flores, quien creyó en mí para editar su primer libro de cuentos Adiós, princesa.
Me resta mencionar a dos narradores que descubrieron su pasión por la escritura gracias a la Especialización de Literatura Mexicana, impartida en la UAM Azcapotzalco , en donde comparto la profesión docente con Vicente Francisco Torres, Francisco Conde Ortega y Sandro Cohen, entre otros: me refiero a Adolfo Vergara Trujillo y Keshava Quintanar, quienes iniciaron estudiando Economía y Administración respectivamente en dicha universidad y acabaron, para su fortuna o infortunio, en el mundo de las letras.
El último autor al que aludo, y no por eso menos importante -todo lo contrario-, es Espartaco Rosales, alumno de Cohen y editor de Colibrí, con quien me confabulo para hacer leer a los alumnos del CCH Vallejo estos cuentos perversos, que encantan a las púberes canéfora y a los artistas adolescentes, para quienes, dicho sea de paso, he venido realizando este trabajo de antologador desde hace varios años. Finalmente ellos son los futuros lectores, escritores y críticos de lo que se esté escribiendo hoy.
Sólo me basta decir a los colaboradores de esta antología que he visto temblar, reír y rabiar a mis alumnos cuando leen sus textos. Me han confesado sus filias y fobias descubiertas a partir de algún cuento. Los he escuchado dramatizar alguna historia que parte el cráneo y el corazón. Me han dicho, desilusionados de su entorno y su sociedad, que ellos también quieren ser escritores y hacer cimbra al mundo. Los he visto escribir y leer un poema a sus novias. Las he visto enamorarse de alguno de ustedes.
Una cosa más quiero decirles: conmigo nunca encontrarán ninguna clase de legitimación, así que mejor, es tan sólo una sugerencia, háganse amigos de Christopher Domínguez. Mil gracias.

Texto leído el 22 de febrero de 2008 en la XXIX Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería durante la presentación de Fantasiofrenia. Antología del cuento dañado, compilado por Fernando Reyes, Ediciones Libera, México, 2007. 126 pp