"La reina baila hasta morir" entre lo mejor del género cuentístico producido en 2008

Por: Ignacio Trejo Fuentes

Aunque Gente así, de Vicente Leñero, contiene crónicas y “falsas biografías”, puedo considerarlo un redondo y excelente libro de cuentos. El autor va con toda tranquilidad de la realidad a la fantasía, y el lector no sabe qué es cada cuál. Con toda la experiencia del mundo, Vicente consigue uno de los grandes libros de este año, y de otros. (Alfaguara.)
Luis Bernardo Pérez, a quien considero uno de los mayores cuentistas de México, ofrece Fin de fiesta y otras celebraciones, piezas breves donde la magia y lo concreto se dan la mano para hacer una fiesta de palabras, de imágenes, de ideas. Muy pronto el autor dará mucho de que hablar y celebrar. (Ficticia.)
Quien me impactó con su libro Entre acacias, verbenas y arrayanes fue el debutante en el género cuento Izrael Trujillo. Las suyas son historias perturbadoras, plagadas de locura y de pasiones. Y qué decir del manejo técnico y verbal. Espero leer, muy pronto, nuevos trabajos narrativos de este autor, originalmente poeta. (Ficticia.)
Armando Alanís cultiva con esmero y de manera brillante las llamadas minificciones. Fosa común (ficciones súbitas) cumple más que bien con las reglas de esa especie, pues no son viñetas insulsas, ni chistes, sino cuentos breves y contundentes. Hay que leerlo. (Ediciones Fósforo.)
Eve Gil, conocida por los lectores de Siempre!, publica La reina baila hasta morir, donde reúne piezas cinceladas con sus ya características mordacidad e irreverencia. En las historias de la sonorense lo “normal”, lo ortodoxo, lo light, nada tienen que hacer: imperan la violencia, la insania, las más bajas y celebrables pasiones. Y cada día su fuerza narrativa crece. (Ediciones Fósforo.)
Otro autor de historias irreverentes y pornográficas y demenciales es Óscar Cossío. Su libro más reciente, Viva el suicidio (y otras muertes) sigue a cabalidad la línea “transgresora” que el autor se ha impuesto. Las “buenas conciencias” nada tienen que hacer aquí: ¡huyan! Quédense quienes estén dispuestos al sonrojo, a la risa. (Mandala Editores.)
Vicente Alfonso (quien ha debutado como novelista) inició como autor de cuentos, y créanme que deslumbra la facilidad con que se mueve en los espacios breves. Ubicados en el norte de México, los textos de El síndrome de Esquilo van de lo cotidiano a lo extraordinario siguiendo la sorpresa permanente, el sobresalto. Y todo mediante una prosa muy bien calibrada.
Héctor Anuar Mafud es un político oaxaqueño que de un tiempo acá ha decidido entregarse a la literatura narrativa, y lo hace más que bien. Cronista, cuentista, encuentra en este último ámbito sus mejores herramientas. Frutas verdes contiene historias hilarantes, unas, y otras terribles. Héctor sabe combinar la risa con las lágrimas. Ojalá lo conozcamos en empresas editoriales de mayor alcance. (Maya Editores.)
Aunque tengo noticia de que ha publicado varios libros, para mí fue una auténtica sorpresa agradable toparme con el acapulqueño Carlos Alberto Ricárdez. Su breve libro de cuentos Ladrar encadenado impacta por las dosis de violencia que contiene, y eso se refuerza porque las historias que cuenta ocurren en Acapulco y sitios aledaños: uno descubre que ese Paraíso no siempre es tal. Espero leer más textos de Ricárdez, porque tiene un poder narrativo excepcional. (Cul-turAcapulco.)
Convocados por editores y promotores de la cultura urbana, un grupo nutrido de escritores conformaron el libro Estación Central, para dar testimonio de su paso y de sus experiencias o visiones del Centro Histórico de la capital del país. Rosa Beltrán, Eusebio Ruvalcaba, Arturo Trejo Villafuerte, Leo Mendoza, Alejandro Estívil, Luis Bernardo Pérez y varios autores más, de mayor o menor renombre, pasean por el Centro y luego nos cuentan sus vivencias, reales o imaginarias. El de Leo Mendoza es uno de los mejores del volumen, y se mueve entre lo ordinario y lo sobrenatural: así de rico es ese espacio maravilloso. (Ficticia.)
El espejo de Beatriz es asimismo un volumen antológico; reúne cuentos escritos por narradores yucatecos coordinados por su paisana Beatriz Espejo. Hay piezas titubeantes y otras muy bien logradas. Lo interesante es que el libro nos da idea más o menos clara de lo que hacen los escritores de aquella lejana y bellísima región. Sería bueno que se hicieran trabajos como ese a lo largo y ancho del país. (Ficticia.)
Entre otros títulos que no he tenido tiempo de leer puedo mencionar El mago natural (abracadabras), de Rafael García Z.; Números para contar, de Manuel Lino; Las pesadillas de Lumiére, de Ernesto Murguía; Boxeo de sombra, de Rodrigo Díez Gargari; Los oníricos y otros cuentos del sueño de la vida, de Ciprián Cabrera Jasso; Las antíporas de anoche, de Juan Felipe Barbosa; Sinfonía para un planeta azul, de Valentín Corona; La batalla de las luciérnagas, de Diego Castillo Quintero; El recorrido por la mansión del Conde, de Ilallalí Hernández; y Estados de sitio, de Jesús Navarrete Lezama.
Como es obvio, resulta imposible leer la producción narrativa anual del país, a veces por la nada sencilla razón de que gran parte de los libros se publica en los dos últimos meses del año, precisamente cuando uno debe hacer el balance, o porque los editores no se ocupan de enviar las novedades a los críticos. En mi caso, tras más de treinta años de dedicarme a la reseña literaria, he determinado, hace mucho, no ocuparme de libros que no me hayan sido entregados por los editores o por los autores mismos. Y eso no es una reclamación, sino, supongo, un acto de sentido común.
De los libros —novelas y cuento— que leí el año que termina, puedo decir que ofrecen un panorama más que saludable de la literatura mexicana, pese a lo que digan quienes siguen dejándose deslumbrar por espejitos y cuentas que nos hacen llegar los europeos y los estadounidenses: la literatura mexicana tiene para dar y prestar a aquéllos. ¿O tienen algo similar a, por ejemplo, Las tinieblas de corazón, novela de Manuel Echeverría?