La novela rosa está de luto: murió Mamá Corín

Este 11 de abril de 2009 murió la asturiana María del Socorro Tellado López, mejor conocida como “Corín”
Me atrevo a escribir estas líneas después de haber escuchado algunos comentarios despectivos en torno a su persona, por parte de una locutora de radio que, presiento, jamás leyó una de las novelitas de Corín. Ese es el problema con nuestros “comunicólogos”, no leen nada, ni siquiera a Corín Tellado.
Odiada a muerte por los ignorantes -¡Nunca he leído una novela suya!, claman sus detractores-, lo fue también por las clases letradas, que consideraban sus novelas un divertimento barato sin méritos literarios. Podrá no faltarles razón, pero a esta dama se le ha escatimado un mérito, en el cual muy pocos han reparado, Antonio Alatorre entre ellos. El literato mexicano escribió en el prólogo a las Cartas de Frida Kahlo, compiladas por Raquel Tibol, que cuando era un joven que viajaba en tranvía y se topaba con una señorita con finta secretaria absorta en una novelita de Corín, pensaba: “He ahí una futura lectora de Flaubert y de Proust”. Las novelitas de Corín, y digo novelitas no en términos cualitativos sino cuantitativos, sirvieron de puente a muchas jovencitas –y, me atrevería afirmar, a uno que otro jovencito- para llegar a la gran literatura. Yo fui una de esas jovencitas y he de reconocer, cediendo a los rubores, que contando unos once, doce años, cuando empecé a devorar no solo a Corín, sino también a Bárbara Cartland, María Luisa Linares, Danielle Steel y otras por el estilo, que mi mamá leía con fruición mientras se pintaba las uñas, tirada de pecho sobre la cama -¿cómo olvidarlo?- soñaba con ser como ellas: hacerme rica escribiendo historias de amor. De hecho, mis primeras novelitas –estás sí en términos peyorativos- las escribí para hacerles la competencia ante mi mamá que se convirtió en mi primera emocionada lectora y nunca me regañó por mi precocidad al describir besos apasionados (como la propia Corín, yo aprendí a besar describiendo besos en aquellas novelitas).
Cada una de las autoras de novela rosa tenía su sello particular, mienten los que dicen que todas las novelas rosa son iguales, pero como nos referimos concretamente a Corín, les diré algo que sin duda los sorprenderá: sus protagonistas siempre fueron personas comunes y corrientes. Ni duques o condes como en el caso de Cartland… ni aburridas señoritas del jet set, como en el de Steel. Secretarias, contables, enfermeras, ingenieros, taxistas, abogados, empleados, etcétera. Físicamente tampoco eran nada espectaculares, de hecho, los “galanes” corintelladeanos, sin excepción, eran hombres “no guapos pero varoniles”, mientras que ellas eran, cuando mucho, guapas. Corín, además, evolucionó con los años. A mí me tocó leer textos de su época rebelde, cuando las heroínas desdeñaban la feminidad, fumaban como chimeneas, eran expertas en plomería y albañilería y hasta ejercían oficios tenidos por masculinos. Me tocaron varias taxistas, camioneras, médicas y arquitectas. Otra cosa que la diferenciaba, por ejemplo, de su mayor competidora a nivel mundial, la Cartland, era que mientras las heroínas decimonónicas de esta conservaban intacta la virginidad hasta el final de la novela, varias de las corintelladeanas se presentaban ante sus pretendientes como mujeres que “habían vivido” y esto, en clave corintelladeana significaba haber perdido la virginidad. Aunque no lo crean, leí novelitas de doña Corín que flirteaban con el lenguaje pornográfico, lo cual no era para menos, dado el auge en los ochenta de las novelitas inglesas Harlequín, que en México conocimos como Jazmín, Julia, Bianca y Deseo (esta última la versión gringa de la misma editorial) y se caracterizaban por sus escenas eróticas subiditas de color que tantos sueños húmedos produjeron en las niñas de mi generación. Ninguna de estas, sin embargo, presentó el drama de una joven ninfomaníaca… ¡Corín Tellado se atrevió!
Algunos de sus lectores, claro, se quedaron en su primera etapa, de la que yo leí algunas novelitas que me provocaban más risa que suspiros, cuando un beso entre los protagonistas equivalía a “sellar un pacto eterno”, o la heroína consideraba que le había sido arrebatado el honor cuando lo que le habían robado era un beso en la boca, aunque escribir con la dictadura franquista por trasfondo, supongo, no permitía llegar a las masas de otro modo. Según ella misma ha dicho, “la censura me enseñó a insinuar”.Pero lo mejor de su literatura, insisto, es que sus personajes eran clasemedieros, como la inmensa mayoría de sus lectores. Famosa es la caballeresca defensa que de esta escritora realizó nada menos que Guillermo Cabrera Infante quien al referirse a ella como “la inocente pornógrafa”, denota haberla leído a conciencia. En alguna entrevista, Corín manifiesta su sentimiento de culpa al descubrir que le estaban pagando más por sus novelas –unas 1500 pesetas mensuales- que lo que ganaba su padre, que ejercía como ingeniero naval.
Dicen que es la autora española más leída después de Cervantes. Desde su primera novelita, publicada el 12 de octubre de 1946, contando Corín 19 años –nació el 25 de abril de 1927- acumuló 4000 títulos, lo que la sitúa hoy en el Libro Record de Guiness. En 2007 fue objeto de un homenaje en su natal Asturias…homenaje, creo yo, muy merecido pues, insisto, ella sirvió para muchos –y me incluyo- de impulso para asomarnos a la verdadera literatura. En mi caso, salté directo de Corín a Oscar Wilde y Emily Brontë.
Por cierto: “Corina Gil” era mi apodo cuando asistía a los talleres de la Casa de la Cultura de Hermosillo, entre 1989 y 1991, donde trabajé la que sería mi primera novela publicada, “Hombres necios”. Yo me encabronaba, pues, obviamente, no podía asumirlo como un halago. En mi defensa, el maestro Antonio Villa, coordinador del taller entonces, les contestaba que por lo mismo sería la única que saldría de pobre. Cuando se publicó la antedicha novela, el periodista Manuel Murrieta escribió que yo escribía novelas "rosa-maldito".
Otra cosa: una novela de Corín Tellado, cualquiera, siempre será superior a cualquier telenovela mexicana de las que actualmente se transmiten sin manifestar pudor por la más elemental inteligencia.