Mayo 4 de 2009
¿Por qué asumimos que hemos sido objeto de una discriminación a nivel internacional? “Somos el patito feo del mundo”, dijo un político, uno de tantos. Me reservo el partido al que pertenece porque, en el fondo, son lo mismo. El propio presidente, que por cierto nunca ganaría un Oscar, interrumpió la programación para manifestar su indignación respecto al "trato vejatorio" que reciben los compatriotas en el mundo, y para variar, todo quedó en palabras pues no dijo qué planeaba hacer al respecto. Increíble que ninguno de estos señores, encargados de hacer las leyes que nos rigen, se haya detenido a pensar que a ninguno de estos países le conviene arruinar su relación comercial con México. Estamos midiendo a los demás con nuestra misma vara. Estamos convencidos de que nuestro gobierno no actuaría igual que el de China o el de Argentina, por poner los ejemplos más sonados. No consigo imaginarme a un escuadrón de diligentes médicos y enfermeras interceptando a turistas sospechosos de portar un virus altamente contagioso que podría atentar contra la seguridad nacional… tampoco que, ante tamaña amenaza, se opte por cancelar los vuelos al país afectado, por una sencilla razón: porque nosotros no le importamos a nuestro gobierno. No le hemos importado nunca.
Esta insistencia machacona en los “bloqueos”, el “abandono”, la “humillación” que hemos padecido a manos de “los hermanos de América Latina”, resulta tan sospechosa que solo debiera dar lugar a dos hipótesis: a) que nuestros comunicadores no tienen cerebro. No tuvieron empacho en cambiar el término “restrictivo”, del discurso de la Secretaria de Relaciones Exteriores, por “discriminatorio”. La dichosa afrenta, supongo, no es mayor que la de nuestros amigos y conocidos que evitan acercársenos demasiado, y viceversa, porque todos estamos expuestos al virus, no somos Supermán ni la Mujer Maravilla, 2) si se pretende inocular en las masas la idea de que ¡otra vez! somos víctimas de los “malditos extranjeros”... que mientras nosotros, tan cristianos, les damos todo y ellos no nos dan nada, esto es: a cambio de toooodo lo que hemos hecho por ellos, lo mínimo es que se dejaran contagiar un poquitito, ¿no? Desde mi punto de vista, el verdadero discurso xenofóbico es el que escucho a diario en el radio (no veo televisión)
Estamos prestos a asimilar las drásticas medidas sanitarias de los demás países como “discriminación”. Nos encanta el drama, sentirnos víctimas y autoconmiserarnos. Cada uno de nosotros lleva en su interior, perdonando la expresión, un indito patarrajada… al que por supuesto rechazamos. Vamos por el mundo acumulando resentimiento y frustración porque, estamos convencidos, nos ven con el mismo desprecio con que nos vemos a nosotros mismos. Y al Gobierno le conviene que nos sintamos poca cosa… más aún, que nos sintamos agradecidos por el presidente que nos defiende y se indigna porque han ofendido a nuestro sacrosanto indito interior. Por el estilo anda el Jefe de Gobierno del DF –aquí, insisto, no es cuestión de tomar partido- cuando manifiesta su indignación ante la lapidación por parte de los acapulqueños a los autos con placas de esta ciudad… cuando lo que se esperaba de él, era que llamara la atención de aquellos que NO están acatando las instrucciones.
“El respeto al derecho ajeno es la paz”, decía alguien cuyo nombre ha quedado en el olvido… o si no el nombre, sí su pensamiento. Al menos en el caso local, no podemos exigir respeto si nosotros no respetamos a los demás.
Y respecto a lo otro… ¿por qué esa condenada necesidad de gustar a los demás? ¿Por qué fingimos que nos encanta reírnos de nosotros mismos, cuando todo este discurso revanchista está teñido de una ridícula e “indubitable” –por imitar la palabrita del Secretario de Salud- aura de solemnidad?
La solemnidad y la ausencia de autocrítica son virus más contagiosos y letales que el de la gripe porcina (ya le quitaron lo “porcina” porque este mundo se rige por el capital, no por la realidad).
Esta insistencia machacona en los “bloqueos”, el “abandono”, la “humillación” que hemos padecido a manos de “los hermanos de América Latina”, resulta tan sospechosa que solo debiera dar lugar a dos hipótesis: a) que nuestros comunicadores no tienen cerebro. No tuvieron empacho en cambiar el término “restrictivo”, del discurso de la Secretaria de Relaciones Exteriores, por “discriminatorio”. La dichosa afrenta, supongo, no es mayor que la de nuestros amigos y conocidos que evitan acercársenos demasiado, y viceversa, porque todos estamos expuestos al virus, no somos Supermán ni la Mujer Maravilla, 2) si se pretende inocular en las masas la idea de que ¡otra vez! somos víctimas de los “malditos extranjeros”... que mientras nosotros, tan cristianos, les damos todo y ellos no nos dan nada, esto es: a cambio de toooodo lo que hemos hecho por ellos, lo mínimo es que se dejaran contagiar un poquitito, ¿no? Desde mi punto de vista, el verdadero discurso xenofóbico es el que escucho a diario en el radio (no veo televisión)
Estamos prestos a asimilar las drásticas medidas sanitarias de los demás países como “discriminación”. Nos encanta el drama, sentirnos víctimas y autoconmiserarnos. Cada uno de nosotros lleva en su interior, perdonando la expresión, un indito patarrajada… al que por supuesto rechazamos. Vamos por el mundo acumulando resentimiento y frustración porque, estamos convencidos, nos ven con el mismo desprecio con que nos vemos a nosotros mismos. Y al Gobierno le conviene que nos sintamos poca cosa… más aún, que nos sintamos agradecidos por el presidente que nos defiende y se indigna porque han ofendido a nuestro sacrosanto indito interior. Por el estilo anda el Jefe de Gobierno del DF –aquí, insisto, no es cuestión de tomar partido- cuando manifiesta su indignación ante la lapidación por parte de los acapulqueños a los autos con placas de esta ciudad… cuando lo que se esperaba de él, era que llamara la atención de aquellos que NO están acatando las instrucciones.
“El respeto al derecho ajeno es la paz”, decía alguien cuyo nombre ha quedado en el olvido… o si no el nombre, sí su pensamiento. Al menos en el caso local, no podemos exigir respeto si nosotros no respetamos a los demás.
Y respecto a lo otro… ¿por qué esa condenada necesidad de gustar a los demás? ¿Por qué fingimos que nos encanta reírnos de nosotros mismos, cuando todo este discurso revanchista está teñido de una ridícula e “indubitable” –por imitar la palabrita del Secretario de Salud- aura de solemnidad?
La solemnidad y la ausencia de autocrítica son virus más contagiosos y letales que el de la gripe porcina (ya le quitaron lo “porcina” porque este mundo se rige por el capital, no por la realidad).