Mayo 5, 09
Tres cosas han quedado claras de esta experiencia:
1) En Argentina, a los cubrebocas, les llaman barbijos
2) La salud pública en México es una vergüenza mundial
3) La mayoría de la población no cree en la gravedad del asunto.
Ocupémonos, por lo pronto, de los dos últimos.
Los medios han puesto un énfasis demasiado sospechoso en lo que insisten en denominar “racismo” y “xenofobia” por parte de los países que han extremado sus precauciones respecto a los turistas mexicanos recién llegados. Como la influenza ha dejado de ser noticia, era necesario fabricar otra, a como diera lugar, que mantuviera al pueblo enganchado… algo que encendiera los ánimos, que provocara una indignación que no nos permitiera pensar en la verdadera ofensa, la cual, presiento, no viene de fuera –como la tan cantada crisis”- sino de adentro.
Ante el mundo entero, ha quedado en evidencia la vulnerabilidad de la mayoría de los mexicanos, ante una salud pública no solo ineficaz. Lo grave no es tanto la carencia del material básico –inyecciones, algodón, medicamentos, etc- sino la total ausencia de vocación de servicio y esencial respeto a los derechos humanos de los pacientes, por parte de médicos y enfermeras indignos de llevar la bata blanca.
Para los voceros del gobierno ha venido como anillo al dedo “denunciar” la lamentable práctica entre los mexicanos de auto-medicarse. Ergo: el pueblo y sus hábitos son los culpables de lo que está sucediendo, el Gobierno de lava las manos. Crucifiquemos al pueblo. Quienes hemos tenido la desgracia de acercarnos a la salud pública, podríamos relatar historias terroríficas que incluyen, como el caso de quien esto escribe, una vejiga perforada por una zonda mal aplicada. Cualquier cosa es preferible antes de tener que pasar por el calvario en estos seudo hospitales, donde los mexicanos hemos conocido la auténtica discriminación –y lo demás son chingaderas-; pasar por manos que no te auscultan, sino que te lastiman, te invaden, te abren de piernas a la fuerza, pasando por encima de tu elemental pudor… escuchar chistes misóginos entre los medicuchos y las enfermerillas amenazándote con inyectarte un sedante si no te callas. Todo esto por no contar los espantosos aromas, los baños a la fuerza, los vomitivos alimentos, la nula higiene y muchas, muchas anomalías más (que yo ya inmortalicé en la novela Cenotafio de Beatriz)
Existe otra posibilidad: recurrir a la salud privada y, a cambio de un trato algo más humano, dejar tu quincena en una sola consulta… sin contar el monto de los medicamentos, cada día más caros –y encima de todo, el Gobierno pretende “castigar” a quienes no recurren a la salud social, aplicándoles el IVA.
Ha quedado en evidencia, también, algo todavía más alarmante: la mayoría de la gente no cree en nada que venga de la Presidencia.
He de reconocer que no salgo a la calle sin cubrebocas. Nadie de mi familia lo hace. Más vale prevenir qué lamentar, decía algún sabio árabe. Pero en cierto modo comprendo que allá afuera los mexicanos nos dividamos en dos bandos: los que usan cubrebocas y los que no usan, 50 y 50, y entre quienes los usan lo han ido suprimiendo poco a poco, o de plano lo traen de collarín, quizá porque los obligan a llevarlo en sus centros de trabajo pero, una vez afuera, carece de sentido para ellos.
Por cada mexicano que prescinde del cubrebocas, hay un ciudadano que no cree en su presidente. Y entre quienes insistimos en llevarlo, la mayoría lo empleamos pero mera precaución pero temiendo, en el fondo, ser parte de la parafernalia (o que los demás crean que lo somos).
Barbijo le llaman los argentinos al cubrebocas, decía al principio. Esos argentinos tan vapuleados en los últimos días por los locutores mexicanos y de los cuales, por cierto, he recibido los más enternecedores y solidarios mensajes por correo electrónico. ¿Cómo llamarle a lo que este gobierno ha hecho con nosotros? ¿Qué nombre darle a un gobierno que solo causa risa y hasta un poquito de compasión en quienes somos más o menos pensantes?
1) En Argentina, a los cubrebocas, les llaman barbijos
2) La salud pública en México es una vergüenza mundial
3) La mayoría de la población no cree en la gravedad del asunto.
Ocupémonos, por lo pronto, de los dos últimos.
Los medios han puesto un énfasis demasiado sospechoso en lo que insisten en denominar “racismo” y “xenofobia” por parte de los países que han extremado sus precauciones respecto a los turistas mexicanos recién llegados. Como la influenza ha dejado de ser noticia, era necesario fabricar otra, a como diera lugar, que mantuviera al pueblo enganchado… algo que encendiera los ánimos, que provocara una indignación que no nos permitiera pensar en la verdadera ofensa, la cual, presiento, no viene de fuera –como la tan cantada crisis”- sino de adentro.
Ante el mundo entero, ha quedado en evidencia la vulnerabilidad de la mayoría de los mexicanos, ante una salud pública no solo ineficaz. Lo grave no es tanto la carencia del material básico –inyecciones, algodón, medicamentos, etc- sino la total ausencia de vocación de servicio y esencial respeto a los derechos humanos de los pacientes, por parte de médicos y enfermeras indignos de llevar la bata blanca.
Para los voceros del gobierno ha venido como anillo al dedo “denunciar” la lamentable práctica entre los mexicanos de auto-medicarse. Ergo: el pueblo y sus hábitos son los culpables de lo que está sucediendo, el Gobierno de lava las manos. Crucifiquemos al pueblo. Quienes hemos tenido la desgracia de acercarnos a la salud pública, podríamos relatar historias terroríficas que incluyen, como el caso de quien esto escribe, una vejiga perforada por una zonda mal aplicada. Cualquier cosa es preferible antes de tener que pasar por el calvario en estos seudo hospitales, donde los mexicanos hemos conocido la auténtica discriminación –y lo demás son chingaderas-; pasar por manos que no te auscultan, sino que te lastiman, te invaden, te abren de piernas a la fuerza, pasando por encima de tu elemental pudor… escuchar chistes misóginos entre los medicuchos y las enfermerillas amenazándote con inyectarte un sedante si no te callas. Todo esto por no contar los espantosos aromas, los baños a la fuerza, los vomitivos alimentos, la nula higiene y muchas, muchas anomalías más (que yo ya inmortalicé en la novela Cenotafio de Beatriz)
Existe otra posibilidad: recurrir a la salud privada y, a cambio de un trato algo más humano, dejar tu quincena en una sola consulta… sin contar el monto de los medicamentos, cada día más caros –y encima de todo, el Gobierno pretende “castigar” a quienes no recurren a la salud social, aplicándoles el IVA.
Ha quedado en evidencia, también, algo todavía más alarmante: la mayoría de la gente no cree en nada que venga de la Presidencia.
He de reconocer que no salgo a la calle sin cubrebocas. Nadie de mi familia lo hace. Más vale prevenir qué lamentar, decía algún sabio árabe. Pero en cierto modo comprendo que allá afuera los mexicanos nos dividamos en dos bandos: los que usan cubrebocas y los que no usan, 50 y 50, y entre quienes los usan lo han ido suprimiendo poco a poco, o de plano lo traen de collarín, quizá porque los obligan a llevarlo en sus centros de trabajo pero, una vez afuera, carece de sentido para ellos.
Por cada mexicano que prescinde del cubrebocas, hay un ciudadano que no cree en su presidente. Y entre quienes insistimos en llevarlo, la mayoría lo empleamos pero mera precaución pero temiendo, en el fondo, ser parte de la parafernalia (o que los demás crean que lo somos).
Barbijo le llaman los argentinos al cubrebocas, decía al principio. Esos argentinos tan vapuleados en los últimos días por los locutores mexicanos y de los cuales, por cierto, he recibido los más enternecedores y solidarios mensajes por correo electrónico. ¿Cómo llamarle a lo que este gobierno ha hecho con nosotros? ¿Qué nombre darle a un gobierno que solo causa risa y hasta un poquito de compasión en quienes somos más o menos pensantes?
P.D: Me escribe mi querida amiga María Marta Bruno para aclararme que "barbijo" le llaman los argentinos al cubrebocas porque cubre la barbilla.