Entre destruir y crear


Ayer, escuchando una entrevista radiofónica con mi admirada Ana Clavel, esta se rebeló contra la tácita imposición de "modestia" a los artistas (léase escritor, pintor, actor, etc). Modestia mal entendida, es decir. Si uno declara estar orgulloso de su trabajo, los demás voltearán a verte con malos ojos. Me encantó que finalmente, Ana exclamara: "Pero bueno, no me lo voy a callar: estoy orgullosa de mi trabajo". Y eso me encantó.
Siguiendo un poco la línea de Ana, me atreveré a decir, por primera vez en veintiún años -cuento mi trayectoria como escritora desde el primer libro publicado, a los 20 años-que me siento infinitamente orgullosa de mi trabajo, refiriéndome concretamente a "Sho-shan y la dama oscura".
Las razones son muchas. La más obvia sería la expectación que ha despertado en diversos sectores sociales -el literario, el académico, el juvenil, el especializado en manga y anime-, pero no, yo no soy obvia: soy neurótica, necia, temperamental, exigente (conmigo mucho más que con los demás), criticona... bueno, una típica hija de mi signo -Virgo- pero obvia, jamás. Aunque reconozco que este elemento ha sido trascendental.
El primer motivo de mi orgullo, es haber hecho un equipo interdisciplinario con mi hija mayor, cuyo pseudónimo es Murasaki Fujita, una jovencita de 15 años que sin estudios formales de dibujo aportó su "don natural" a la novela, haciéndose cargo de las viñetas. Después de todo, "Sho-shan y la dama oscura" es, hasta cierto punto, su historia: la de una jovencita tenida por excéntrica, "rarita" en su escuela por declararse Otaku.
Lo habitual es que las hijas aprenden de las madres. Aún si la relación entre ellas no es buena, una se deja formar de manera casi imperceptible por la madre, aunque la reacción de algunas sea precisamente tomar el camino opuesto al planteado por esta. Yo soy una madre formada por su hija y a ella le debo haberme atrevido no solo a incursionar en un terreno riesgoso, sino a crear una manera propia de abordarlo.
A esa manera la nombramos "realismo mángiko", un poco en broma... y un mucho en serio. Naturalmente, tal y como lo esperaba, ha sido el mote la principal fuente de críticas. No hace mucho, en el blog de un buen amigo que reseñó espléndidamente la novela -y no lo digo porque su comentario haya sido positivo, sino porque captó a la perfección en que consistía lo "mángiko"-alguien dejó el siguiente comentario: "Seguramente dicen que es "mángiko" nomás porque aparecen personajes japoneses. Yo no he leído la novela, pero juraría que de eso se trata"
En eso estriban muchos de los comentarios mal encausados que he leído: en el desconocimiento total del contenido de la novela. En la ausencia de imaginación...por supuesto, los deseos de chingar -con perdón del lector, lectora- se anteponen al prejuicio. Lo más chistoso del asunto, es que en esta novela solo aparecen dos personajes japoneses. Cuesta mucho trabajo entender en qué consiste el "realismo mángiko" si no te tomas la molestia de leer la novela, y no voy a extenderme demasiado aquí. Tan solo diré que es una forma distinta de narrar y que la justificación para ello, es que está narrada a través de la mirada y el punto de vista de una creadora de mangas y animes. Naturalmente, la influencia de lo japonés (la literatura, la filosofía, los ritos, la mentalidad en una palabra) tiene mucho que ver en esta elaboración narrativa.
Pero nunca faltan las mentes estrechas. Vamos, el hecho de descalificar una obra que no ha sido hojeada si quiera es bastante sintomático de cómo se las gastan quienes bregan por el mundillo literario en calidad de rémoras más que como genuinos creadores. Durante algún tiempo estuve recibiendo mensajes insultantes en la página de fans de Sho-shan de un individuo que calificaba la novela -que naturalmente no ha leído, ni leerá- de "panocherías", que es el "descalificativo", he de admitir, más divertido con el que me he topado. Al menos se sabe sacar neologismos de la manga este escritorcete afectado por la inmovilidad creativa propia de quienes no son escuchados por las musas ni con aparatitos para la sordera. No cuentan con un argumento coherente para descalificar la obra, recurren, pues, a la exhibición de su misoginia y estrechez mental...porque según este "fan" que como tal se apuntó en la página con el único fin de bañarme de adjetivos insultantes, es imposible crear nuevos géneros. Cuando un poco más tarde puse su nombrecito en Google para ver qué resultados arrojaba la búsqueda, me topé con dos resultados harto interesantes (los únicos, por cierto): 1) el sujeto en cuestión es paisano de la Escritora Retirada por Amor, incluso, al parecer, han transitado los mismos caminos, 2)se le cita anteponiendo el título "profesor" a su nombre. Ergo: se trata de un académico, lo que la mayoría de las veces equivale a "escritor frustrado". Resulta alarmante el hecho de que un profesor -que por cierto se permite emplear un lenguaje obsceno en una página donde el 75% de los usuarios son jovencitas-se atreva a afirmar en forma tan contudente que "es imposible crear géneros nuevos", a menos que lo suyo sea la química o la astrofísica y no la literatura. Pero no. Se trata de un literato... uno que desconoce absolutamente la historia de la literatura, que ignora que el mismo "realismo mágico" es una corriente creada y no producto del big-bang. Acaso la cosa surja espontáneamente, como fue mi caso (nunca me senté a escribir con la idea de revolucionar la literatura ni ninguna de esas m...), pero todos los géneros nuevos -la novela de caballerías alguna vez fue un género nuevo...la novela policial... la novela misma...) han sido producto de la espontaneidad, de una necesidad de decir las cosas de manera distinta, de buscar nuevas fuentes de expresión. Y eso es perfectamente válido, tan válido como escribir una novela o relato clásicos, a los que también he defendido.
Pero lo que mueve a estas personas no es otra cosa que -adivinaron- la envidia, el rencor social, la necesidad de convertir a alguien en blanco de sus odios más profundos e incompatibles con nuestra época (misoginia y racismo, en primer lugar). Afirmar sin pelos en la lengua que uno pretende volverse rico con esto, en este país donde las JK Rowling son quiméricas gracias al analfabetismo funcional propiciado por doña Elba Esther & CIA, no es otra cosa que ceguera propia de la envidia. Destruir en vez de crear aunque, y esto parecen ignorarlo quienes -darthwadereanamente hablando-eligen el lado oscuro, es mucho más difícil que el otro, el de la creación, porque crear es un gozo, una bendición, una fuente inagotable, una razón para vivir. La destrucción, en cambio, genera una frustración aún mayor, alimenta la impotencia y, en consecuencia, el auto odio que reflejan en el otro; destruye, en primer lugar, a quien se dedica a regar su caminito de cáscaras con la esperanza de que alguien resbale. Sería mucho más sano y provechoso agarrar una almohada y estrellarla contra la pared que pretender destruir la creación de otros. Las obras que han trascendido, son precisamente aquellas que han generado enconos, difamaciones, odios, envidia... incomprensión. Las que se han quemado en las plazas públicas, las prohibidas y vilipendiadas. Así entonces, quien persiste en destruir lo que otros crean no hace sino contribuir a despertar mayor curiosidad en torno a la obra en cuestión. Acaso el mejor publicista sea aquel que se empeña en hacer que los demás desistan de acercarse a tu obra, aunque en el ínter salga bastante embarrado gracias al lenguaje empleado -¿vomitado?- para lograr tal fin. La obra de uno, afortunadamente, no es como los preciosos y antiquísimos palacios avasallados durante las guerras, que ni el más diestro arquitecto es capaz de restituir o reemplazar. La palabra, ciertamente, es un misil, un arma harto peligrosa... pero cuando colisiona contra la palabra -particularmente si ésta tiene a la verdad de su lado-el efecto es muy distinto al de las bombas que arrasan la belleza vulnerable y estática. La obra literaria no se desmorona ni pierde sentido porque unos resentidos dediquen la mayor parte de su tiempo en desacreditarla, antes bien: reafirman su valor. Nadie se ocupa de lo que no vale nada.
Así entonces, y pésele a quien le pese, me declaro profundamente orgullosa de mi obra. La creación generada por la propia obra, es decir, las presentaciones cosplays a la que escritores y dramaturgos prestigiados han acudido dejando fuera del recinto su impresionante currícula para asumirse un personaje de anime, es lo más hermoso de todo. "Sho-shan y la dama oscura" no solo exigió a esta servidora anular el ego, contribuyó a genuinos ejercicios de humildad por parte de quienes se han sumado al "rollo" del realismo mángiko, con el resultado de que quienes han tomado el reto no pueden quejarse de no haberse divertido en grande con cada presentación. Eso es lo que vale. Eso, y no la mala leche, la saña de quienes no pudiendo participar de este maravilloso banquete optan por emular a Savonarola... con la diferencia de que estos son más dignos de compasión que de curiosidad.