Dos artículos sobre la anual farsa del SNCA que pagan nuestros impuestos


En la foto: Francisco Hernández susurra al oído de José de la Colina: "No seas gacho, una bequita para Leoncito que siempre que lo visito en su pueblo me trata a cuerpo de rey...y a cambio yo le doy mi voto a Homerito, ¿zaz?"

La danza de las becas, la ausencia de libros
Becar a gente porque trabaja escribiendo es un despropósito.
Por: Braulio Peralta

Me da gusto que algunos amigos reciban becas y resuelvan, en parte, su vida económica. No sé si su vida creativa. No me gusta el tema de los regalos del Estado a sus artistas e intelectuales que sabrá Dios si la van a hacer con sus trabajos tirados al mar. Yo lo plantearía al revés: becaría aquellos libros que el tiempo les ha dado un lugar en la biblioteca del futuro. Sería más fácil, útil y lógico. Piénselo un poquito y verá que tengo razón.

Becar a gente porque trabaja escribiendo, es un despropósito. Hacerlo por un libro, por una pieza, por una investigación, es lo más sano. El autor entrega un libro con la referencia del tiempo. El Estado podría hacer muchas cosas por ese libro: llevarlo a bibliotecas, regalarlo a estudiantes, hacer coloquios en torno, abrir debates sobre las nuevas tendencias escriturales.

Hay libros que merecen ser premiados no con un reconocimiento o galardón literario. Eso sería aparte. Libros que por su importancia, su trascendencia, la prueba del tiempo, merecerían la atención de parte del Estado para hacer con ellos la gran biblioteca imprescindible, de papel, o con las nuevas tecnologías. Esto sin duda parece loco pero en poco tiempo veremos que es una mejor idea que becar a jóvenes —y ni tanto—, que llevan años en el medio cultural y no tienen siquiera un libro que valga tanto como para que reciban un salario-beca por parte del Estado.

Conozco escritores que con o sin beca trabajan y realizan una obra de trascendencia. No al revés. Hay un montón de escritores que han recibido las becas, han escrito sus libros y no ha pasado absolutamente nada con ellos ni con sus libros. Duro pero cierto. Sé que escribir esto es impopular. O mejor, poco populista.

Repito: qué bueno que algunos amigos tienen su beca. Van a poder ir a Europa. Van a comer mejor. Podrán dedicarse de tiempo completo a su creatividad (aunque no estoy muy seguro). De lo que estoy cierto es que una beca no los hará más escritores. Porque una beca, hoy, no es sinónimo de prestigio. Pero si no la tuvieran, acuérdense que está el trabajo de dar clases, hacer cuidado de edición, múltiples oficios relacionados con el quehacer literario. Es duro, se paga mal, pero la satisfacción de salir por sí mismos nadie se los va a quitar.

Hay gente así. No quiero dar ejemplos porque son muchos. Por sus libros los conoceréis. Creo que son un buen ejemplo a seguir. Las becas déjenlas a los estudiantes de escasos recursos, a los pobres de las rancherías que no tienen para llevar a sus hijos a la escuela, a los indígenas que quieren superarse y esperan el apoyo para poder aprender a leer y escribir. Esos sí que necesitan becas.

No creo que un leído y escribido necesite de becas para salir adelante, ¿o sí? Se supone que estudiamos para eso: para hacerla sin necesidad de dádivas. ¿Quién nos dijo que escribir no es un sacrificio de todo tipo, incluso la inseguridad del futuro? Y ya. Me callo. Más enemigos a mi saldo a punto de extinguirse.

Los que no ganaron beca ni lloren. Quizá puedan demostrar que sin beca hacen mejores libros, contra los que la ganaron. Y los que la tienen: buen viaje y, espero, buen futuro. Todos nos encontramos al final de nuestras vidas porque somos el resultado de una carrera sin rumbo.

Coda

¿A ver, quiénes son los agraciados con el mayor número de becas proporcionadas por el Estado? Son más conocidos por eso, que por sus obras, ¿o no? Nombres, nombres, nombres.

Publicado en MILENIO
************************************************************************

El monstruo innombrable
Por: Marcial Fernández

Año con año sucede lo mismo: cuando aparecen los resultados de los ingresos o reingresos al Sistema Nacional para la Cultura y las Artes (SNCA) se de-satan las alegrías, las felicitaciones, pero, en mayor medida, los agravios, los sentimientos encontrados, las mentadas de madre y los juicios sumarios.

Por supuesto que los jurados son unos corruptos; los nuevos becarios o reincidentes, unos lambiscones, mafiosos, los de siempre; los no beneficiados carecen de talento, de obra importante, de proyectos sólidos.

Hay, incluso, otro grupo: el de los puros: los que no piden el apoyo porque, o bien creen que hacerlo sería prostituirse y no están dispuestos a que el Estado limite sus libertades, o bien no quieren deber favores o que se les asocie con tal o cual padrino.

Yo, que soy un creyente de las teorías de la conspiración, que recibí la beca de Jóvenes Creadores tres veces, que he sido jurado de varias convocatorias en los estados y que llevo una década solicitando mi ingreso al SNCA, estoy seguro de que Salinas de Gortari, en su maldad infinita, engendró este huevo para dividir, a la vez que cooptar, a los artistas del país.

Y tal monstruo (el creado por El Innombrable, no El Innombrable mismo) seguirá alimentándose de usos y abusos de poder, soberbia, rencores, acusaciones, resentimientos y suspicacias hasta que las reglas no sean más claras, es decir, hasta que se ponga por escrito a razón de qué se dan las becas.

Me explico: el ingreso o reingreso temporales al SNCA se ofrece, en teoría, por “calidad de la obra” del solicitante y por su “proyecto” bajo el precepto de fomentar “la creación individual y su ejercicio en condiciones adecuadas”, según las Reglas de Operación del concurso. De esto se puede interpretar que, por una parte se busca reconocer al artista y, por otra, generarle una posición económica estable para que se pueda dedicar a su obra.

Estoy de acuerdo con Braulio Peralta que, en Milenio Diario, la semana pasada escribió: “Una beca, hoy, no es sinónimo de prestigio”.

Y no lo es porque, desde los orígenes del SNCA, los jurados han elegido a dos que tres beneficiados por generación sin una trayectoria que los respalde en el rubro en el que participan.

Y porque hay un buen número de artistas que, sin haber producido piezas importantes como becarios, han encontrado en el SNCA un modus vivendi que poco o nada le sirve al país.

Es un despropósito, además, que el Estado invierta dinero en becar a quienes no lo necesitan; a quienes, por fortuna, viven holgadamente de sus herencias, rentas, trabajos, obras, etcétera. Y con esto no sugiero abolir las becas, sino -si queremos darle la vuelta al monstruo de El Innombrable- que cumplan con una función social al descubrir e impulsar a jóvenes talentos, que les dé un respiro a los artistas que sobreviven de lavar ajeno y a los que no llegan en una situación económica óptima a la vejez.

Que el SNCA no es beneficencia, pues debería serlo para los creadores que, temporalmente, están desprotegidos.

Creo, por otra parte, y en esto vuelvo a coincidir con Braulio Peralta, que una beca no ayuda para realizar una obra trascendente. El que tiene vocación realiza su trabajo con o sin apoyos. ¿Qué debería hacer, entonces, el SNCA para servir tanto a la comunidad cultural como a la sociedad toda? Premiar no al artista, sino a su obra. Becar -por decirlo de alguna manera- no al proyecto, sino a la pieza concluida.

¿Cómo?

Dándola a conocer a los grandes públicos, propiciar su consumo, privilegiarla en los circuitos de estudio, buscar -en el caso de la literatura- su traducción a otras lenguas, crear las condiciones para que el artista pueda vivir y competir -en un mercado equitativo- de su trabajo, y no de proyectos inciertos.

Publicado en EL ECONOMISTA