La escritura como show


Hay quienes consideran -y me incluyo- que la escritura es un acto tan íntimo, valga la escatología, como la masturbación o la evacuación.
Con esto no trato de decir que sea requisito encerrarse a cal y canto en una habitación durante horas, días enteros -como dicen hacía Cortázar, que se olvidaba hasta de comer-. Hay quienes encontramos grata la atmósfera de los cafés, por ejemplo. Pero eso no significa, en estricto sentido, escribir en público. Yo suelo encontrar una magnífica atmósfera de intimidad en ciertos cafés. Me vuelvo invisible entre tantas charlas distintas que producen cierto eco musical, acentuado por la tintineante actividad de los cubiertos. Generalmente nadie me molesta -cuando resulta que los meseros (as) son demasiado entrometidos, simplemente no regreso a ese establecimiento -y, en realidad, a prácticamente nadie le interesa lo que uno está haciendo: lo mismo da que sean números que letras. Lo que intento decir con esto, es que la escritura no deja de ser un acto de intimidad aunque se practique en un lugar público.
Pero...¿Qué pasa cuando se organizan "shows" donde la máxima atracción son dos escritores trabajando en vivo y a la vista de un público que contempla en una pantalla el proceso de escritura?
No lo concibo...no me cabe en la cabeza. Condicionar la creación literaria al capricho de un público que, dudo bastante, pueda aprender a escribir solo contemplando la amplificación del ejercicio forzado de un par de escritores que, para colmo, parecieran competir por el más veloz para concluir un cuentito improvisado y, por ende, mediocre. Esto reduce a los escritores a ejemplares exóticos de Animal Planet o National Geographic.  Lo más insólito es que los escritores...¡aceptan!
No tengo la menor idea de quién fue el genio -o la genia -que inventó esto de los JAM de escritura, improvisación de escritura en vivo. A lo mejor se trata de algún querido amigo (a), en cuyo caso me disculpo por externar mi opinión, pero yo no puedo imaginarme en una situación semejante, observada por varios pares de ojos mientras intento estructurar una frase. Vamos: cuando me encuentro escribiendo y alguien se asoma por encima de mi hombro, se corta el sagrado vínculo entre mi mente y la pluma o la pantalla. Se me pone la mente en blanco. En un sentido práctico, estos JAM (por favor, alguien me explique este terminajo, reconozco mi ignorancia al respecto) tendrían que resultar un fracaso si los escritores exhibidos (porque son exhibidos) fueran la cuarta parte de quisquillosos que yo...o si se tomaran su oficio lo bastante en serio para prestarse a algo cercano a la humillación. Pero al parecer, a los escritores mexicanos les encanta el exhibicionismo e ingenuamente creen que están siendo admirados, cuando en realidad juegan el triste papel de conejillos de indias (por no decir "ratón de laboratorio"). Intento imaginarme, por ejemplo, un duelo de pintores: Cuevas versus Toledo, pintando en vivo para un grupo de curiosos que quiere comprobar si los dioses también se manchan la ropa de pintura. Cuevas, pese a su fama de exhibicionista, difícilmente permitría que lo vieran en una situación tan vulnerable como lo es el instante de la creación, en que -se supone- el escritor se encierra en la burbuja de su mundo personal para encontrarse con sus fantasmas y con sus personajes...y a este encuentro no puede tener acceso nadie mientras el trabajo no sea concluido.
¿Qué tan bajo piensan caer los escritores mexicanos en su afán por atraer los reflectores? ¿En serio son lo bastante ingenuos para creer que abrir las puertas de su intimidad creadora les acarreará simpatías y lectores? Más bien creo que lo contrario: el potencial lector -morboso, en este caso- se percatará de que al escritor que admira no le salen maravillosos párrafos a la primera; que la etapa primaria del trabajo literario puede ser un cúmulo de desatinos, errores de dedo, incongruencias y, supongo que en la mayoría de los casos, yerros producto del nerviosismo de ser el centro de la atención (a menos, insisto, que se sea como el prototipo del exhibicionista: el señor de la gabardina negra que se planta en las entradas de las escuelas, y lo que quiere es que lo vean)
De una vez les digo: el día que me inviten a un circo de estos, mejor les hago cosplay, con mucho gusto. Ese sí es espectáculo. Lo otro es tan patético como el torpe strip tease de una persona reumática y entrada en carnes.