El coloquio de las perras

EVE GIL

Sí: juré que nunca más presentaría un libro. Pero negarme a presentar un libro que sin duda trascenderá al tiempo como El coloquio de las perras, de uno de mis más queridos amigos, Antonio Marquet....y perderme la oportuniad de convivir con artstas a las que admiro como las Hermanas Vampiro, ameritaba romper la promesa: finalmente no es la clase de presentación en que me toparé con la clase de personas que no caben en mi mundo.

Desde niña he experimentado una atracción irresistible hacia las Drag Queens –o “dragas”, como se las denomina en su propio contexto; pero no solo por lo que a simple vista representan: sueño, color, espectáculo. Abolimiento de lo imposible y de lo mustio. También lo que hay detrás de esta expresión artística. Las historias individuales de cada ser que decide convertir el escenario en epicentro de la máxima subversión que pueda existir dentro de la sociedad heteronormada, y que –he ahí lo más fascinante del asunto- no por ello deja de ser considerado arte.
Luego de leer el absorbente libro de Antonio Marquet, El coloquio de las perras –en clara alusión cervantina…pero también mucho más- me encuentro con que Las Hermanas Vampiro –de quienes he escuchado hablar como una leyenda urbana, e incluso poseo una maravillosa fotografía enmarcada de Osvaldo Calderón que me fue obsequiada por el autor de este libro– son mucho más que la idealización que se tiene de las drag queens como espectáculo y despliegue de colores. Mucho, pero mucho más. No se trata solo de ver a artistas, biológicamente varones, transformados en hermosas y extravagantes mujeres que invierten el aburrido orden de las cosas por un par de horas. No. A las Hermanas Vampiro, la belleza no les preocupa. O por lo menos, les preocupa mucho menos que recrear la situación sociopolítica de nuestro país a través de parodias donde el aislado, el vejado, la víctima por excelencia –el homosexual, el travestido- toma el mando y coloca a los dominadores en un plano de inferioridad que, en el fondo, no les es tan ajeno. Ante la vejación continua de la que somos objeto los ciudadanos-con excepción de políticos y empresarios, y aquí poco cuentan género, orientación sexual, color o procedencia- los entusiastas asiduos –súbditos, diríase por momentos- al show de las Hermanas Vampiro apenas se percatan de que, una vez más, están siendo humillados…con la diferencia de que, quien los humilla, son los humillados allá afuera. E ingenuamente creen participar de un juego, de un show, sin entender que esta misma dinámica se perpetuará en sus centros de trabajo; en su ejercicio del voto; cuando la desgracia los orille a solicitar los servicios del Seguro Social….solo que en vez de las Hermanas Vampiro serán personas disfrazadas de gente decente las que los obligarán a encuerarse y prestarse al ridículo a cambio de un dildo: “…En Joteando por un sueño –explica el doctor Marquet- el latigazo verbal produce risa, promueve la carcajada: esto sería impensable si en la sociedad mexicana hubiera un asomo de equidad: si la comunidad gay no validara, no tuviera estos principios en la base de su subjetividad (…) El espectador también para distanciarse, para ponerse a salvo de los mecanismos de estigmatización.” (p 277)
En lo personal dudo bastante que una gran mayoría de quienes religiosamente acuden a los shows de las Hermanas Vampiro adquieran conciencia de lo que está sucediendo. Tan habituados están a la humillación –basta ver los programas de TV como los que parodiados en este mismo show para estar seguros de ello-que se divierten con ella, la propia y la ajena –porque la práctica del perreo es una competencia entre “perras” de ver quien sobaja más a la otra- no importando ser el blanco de las risitas prepotentes de quienes ingenuamente piensan “eso no me sucederá a mí”, aunque les suceda todo el tiempo. Aunque no dudo tampoco que alguno de los asistentes, como el propio Antonio Marquet que ha prefigurado toda una teoría freudiana en torno a la naturaleza de este espectáculo y sus asiduos, sin preocuparse demasiado por nimiedades tales como si la mayoría son homosexuales o no, deje de ver el mundo como lo veía hasta antes de presenciar uno de estos delirantes shows donde las dragas no solo no reniegan de su condición biológica, como pudiera pensarse –ninguno de ellos se ha sometido a cirugías de cambio de sexo, cosa que en su momento amenazó seriamente sus convicciones y su fuente de trabajo….tampoco se molestan por esconder sus rasgos masculinos secundarios, como el vello excesivo- sino que ejercen en forma absolutamente calculada el machismo, la misoginia, el racismo y hasta la homofobia como una manera de representar a una sociedad hipócrita que maquilla densamente sus fobias y pretende pasarlas de contrabando con frases tan sobadas como “no tengo nada en contra de los homosexuales, pero me parece una falta de respeto (a nosotros, los heterosexuales, los dueños del mundo, muchas veces bugas a la fuerza) que se besen en público y en frente de los niños”. O esta de heteros “alivianados” que en lo personal detesto: “Ay, tengo muchos amigos gay…son tan simpáticos y ocurrentes. Ya ves, soy bien open-mind”, como si el homosexual fuera un perrito de raza exótica o, peor aún, una posesión del generoso buga que se jacta de su tercermundista mente abierta. Tener un amigo o amiga ya está tan de última como acarrear un perrito chihuahua. Seguimos, pues, sin entender que son exactamente iguales a nosotros; que no están hechos como los bolsos Prada, para lucimiento de los bugas open-mind.
Regresando al punto anterior: dudo mucho –y de corazón espero estar equivocada –que los asistentes al show de Las Vampiro capten que es mucho más que diversión extrema, ligeramente más sádica que la que se presenta en televisión donde los programas de mayor rating son aquellos donde los clasemedieros o gente de clase baja, se prestan a ser humillados hasta la ignominia con tal de obtener un premio que resulta insignificante en comparación con la dignidad humana, que de hecho no debería tener precio…y sin embargo la tiene… y muy bajo en este país donde se cortan cabezas a destajo y aquellos consagrados a la misión de darle pan y circo a una población incapaz –gracias a un sistema escolarizado deficiente, heteronormado y albaesterciano- de ejercer la crítica y la reflexión, indignarse y romper sus cadenas (la esclavitud ideológica es tan o más perniciosa como la que ingenuamente creímos abolida en el siglo XIX)
Ver con mis propios ojos –el libro está lleno de láminas dignas de contemplarse- de lo que son capaces algunos con tal de ganarse un dildo, por ejemplo –ya no digamos otras tantas chucherías que las Vampiros obsequian a manos llenas –me hace pensar –y perdón por tan atrevida comparación- en las presentaciones de libros de Bellas Artes donde la gente, en su mayoría, no acude a ver a Juan Villoro o a Elena Poniatowska (y dudo que estos genios de la literatura sean tan ingenuos para suponer que, en un país de analfabetas funcionales, un escritor acarreé tantísimos fans), sino a tomar por asalto la mesa de los bocadillos y las bebidas. Y no, no me estoy refiriendo a gente pobremente vestida, sino a señoras enjoyadas y peinadas de salón y caballeros de sombrero y levita que de ninguna manera se pararían en alguno de los shows de las Hermanas Vampiro. Todo esto es para llorar…y las Hermanas Vampiro, más que ponerlo en evidencia, lo realzan de manera que las carcajadas sustituyan a las lágrimas. En un mundo donde todos quieren parecer lo que no son…lo que no pueden ser…donde las chicas se esfuerzan por ser rubias y anoréxicas como las estrellitas extranjeras de las telenovelas mexicanas, y las duquesas venidas a menos dan rienda suelta su bulimia en la terraza de Bellas Artes….el cruel ingenio de las Hermanas Vampiro, según la describe el doctor Marquet, es una sacudida brutal pero necesaria que puede generar una genuina catarsis. Y esto tiene mucho que ver con lo que Marquet denomina “el arte del perreo” que, agrega, es un equivalente del “albur” manejado mayormente en el ámbito heterosexual-falocéntrico. Según explica el autor, el perreo es el arma defensiva del discriminado vuelto discriminador, “…Si el sujeto gay fue objeto de risa por parte de la masa, el empoderamiento reactivo debe dirigirse a ese poder gaycida, a sus emblemas, sus valores, hacia todo lo que da sentido y lo representa. La anarjota es ante todo anarquista (p. 75)
Y agrega: “…La técnica de la perrreada no sólo es agredir y descalificar. Hay que asestar el veneno como lo hace una víbora, inyectando una dosis letal. Una víbora no baila frente a su presa. Por pequeña que sea, se lanza e inocula el veneno, antes de que aquélla pueda ponerse a salvo o defenderse.” (p. 135)
Pero el doctor Marquet se sumerge a fondo en este, llamémosle, “fenómeno”. Realiza todo un estudio psicosociológico en torno a sus protagonistas y sus estilos de vida. Los vemos sin maquillaje, abajo del escenario, despojados de su armadura y expuestos a la kriptonita de una sociedad que no los reconoce. Y entonces descubrimos que detrás de las lentejuelas, las largas pestañas, las joyas de fantasía, hay artistas que han sido no solo adorados, sino también –y sobre todo- ferozmente vilipendiados, sin que por ello experimenten un mínimo de autocompasión. La reacción de Calderón el grande, como lo nombra el autor, en alusión a la existencia de un Calderón pequeño- es pelear, denunciar….perrear en su significado, digamos, más extendido. Detrás de Oswaldo Calderón, seropositivo pese a que sus fotos reflejan un volcán de sangre y vísceras con ojos relumbrantes como los de un tigre (o tigresa), hay una historia donde las protagonistas poseen una vocación artística a prueba de balas, aunada a una fortalecida conciencia social y una solidaridad a toda prueba entre ellas. Esta reina de la noche…la reina de las perras, pareciera, de pronto, poseer un corazón de oro, pero sobretodo, digno es de destacarse, una inteligencia apabullante, una vastísima cultura y una conciencia política que lacera, remuerde, cimbra…como la voz ronca de la conciencia de un país sumido en las tinieblas.