"Sueños de Lot", entre lo mejor del 2007

Recuento de narrativa en 2007
Siempre ! Número: 2847
Autor: Trejo Fuentes Ignacio
Fecha Publicacion:
09/01/2008

Todo recuento literario que se haga en estas fechas resultará incompleto por dos razones: primera, es imposible leer toda la producción de libros que se hace en México, sobre todo en provincia, y segunda porque gran parte de ésta aparece en los últimos meses del año. Por lo mismo, libros que se publican en este lapso caen en una especie de limbo: los reseñistas no los recibimos a tiempo y cuando llega el otro año nos parecen viejísimos y nos olvidamos de ellos. De todos modos, ofrezco un repaso de mis lecturas en los doce meses anteriores.
Sin ser la mejor de sus novelas, David Martín del Campo dio a conocer Mátalo (Alfaguara), que tiene mucho de thriller y acusa las ya muy bien dominadas armas narrativas del autor. Entrelaza varias historias truculentas de manera correcta y por eso mantienen el interés del lector.
Rosa Beltrán se consolida entre las mejores narradoras con Alta infidelidad (Alfaguara), donde los celos juegan un papel determinante. Las pasiones se concatenan en un entramado bien urdido y mejor conducido con las armas narrativas adecuadas.
Armando Ramírez había anunciado que La tepiteada (Océano) sería su obra maestra, pero aunque es sin duda uno de sus mayores trabajos le falta mucho para considerarlo como el mejor. Lo que no cabe duda es que Armando maneja como pocas veces la técnica, sobre todo los diálogos. La novela es una suerte de Iliada, pero en Tepito.
Agustín Ramos publicó La noche (Tusquets), cuya trama es de lo más inquietante: presupone la devastación de las ciudades y sus habitantes. Agustín es hoy por hoy uno de los novelistas mejor calificados de cuantos hay en Latinoamérica, y debe leérsele con sobrada atención.
Eraclio Zepeda entregó el libro Tocar el fuego (FCE), la segunda parte de su anunciada tetralogía. Creo que no es mejor que la primera (Las grandes aguas), y confío en que el resto recuperará la extraordinaria fuerza narrativa de este cuentista que incursiona en la novela.
Con Las Violetas son flores del deseo (Alfaguara), Ana Clavel estuvo a punto de conseguir una de las mejores novelas mexicanas en mucho tiempo, porque además de la bella prosa utilizada para escribirla, toca una serie de asuntos que rayan en la locura, como El túnel, de Ernesto Sabato; sin embargo, todo se le fue de las manos en la última parte y la resolución fue desastrosa. Sin embargo, Ana se mantiene como una de las figuras notables de nuestras letras.
Cristina Rivera Garza, con todo y ser una prosista de grandes alturas, sigue sin encontrar los temas apropiados, y por eso se queda en las florituras verbales. Eso ocurre en La muerte me da (Tusquets), que se anuncia como thriller y no cumple las reglas del género: le falta acción, todo se queda en detalles, en ideas que si bien son atractivas merecen estar en otro lado. Ojalá Cristina encuentre algo que nos apasione, porque escribe magníficamente.
Otro que se regodea con el lenguaje sin que sus historias quiten el sueño es Alberto Ruy Sánchez. Su nuevo libro sobre Mogador, La mano del fuego (Alfaguara) confirma que cada vez escribe mejor pero de cosas que no interesan: son mero regodeo verbal, y para eso mejor ir directo a la poesía.
Guillermo Fadanelli ha encontrado la fórmula para complacer a sus lectores: la violencia y el erotismo. Y lo hace muy bien, sólo que en Malacara (Anagrama) se excede con circunloquios que quieren ser filosóficos, se ve que se ha indigestado con las lecturas de esa especie. No obstante, su novela es de las mejores para quienes gusten de lo no light, de lo auténticamente novelesco.
Luego de un gran silencio, Ethel Krauze publicó La hora de la decisión (Jus), que como su subtítulo indica, es una novela sobre el aborto. La autora sabe narrar, y aborda un tópico que suele quebrar la cabeza a las buenas conciencias. Me parece que le hace falta vigor, se queda sin confesar una postura sobre el asunto y deja que los lectores tomen la suya.
Álvaro Uribe publicó El atentado (Tusquets), donde recrea los crímenes que sucedieron al atentado inocuo del presidente Porfirio Díaz. Pese a que se ubica en un momento histórico preciso, lo trascendente son las miradas a las pasiones humanas, conducidas con una prosa de alto quilataje. La novela no debe dejar de atenderse.
En cuento, José de la Colina dio a conocer Portarrelatos (Ficticia), que lo confirma como uno de los mayores prosistas de habla hispana, con la ventaja de que él sí sabe contar historias interesantes, deslumbrantes. Es de lo mejor en muchos años.
Ángeles Mastretta, quizá la narradora mejor dotada de México y de otras partes, entregó Maridos (Seix Barral), conjunto de cuentos sobre la vida doméstica, conyugal, íntima. Es la contraparte de Mujeres de ojos grandes, sí, pero me parece que es mucho menos intensa. Vale la pena leerla.
Eve Gil, otra escritora más que notable, publicó Sueños de Lot (Miguel Ángel Porrúa), conjunto de relatos de enorme violencia, que recuerdan la literatura de Rubem Fonseca. Apuesto a que muy pronto Eve dejará sin habla a muchas de sus contemporáneas: este libro lo anuncia.
René Avilés Fabila ofreció El bosque de los prodigios (Nueva Imagen), un delicioso libro de literatura fantástica, un bestiario totalmente mexicano e hispanoamericano sobre todo de tiempos precortesianos. Es una de las mejores obras de este prolífico autor.
En Verano en la ciudad (Aldus), el poeta y ensayista José Homero debuta en el cuento y lo hace de la mejor manera. Además de que controla con suma eficacia sus textos, los nutre de atractivas historias intimistas, ocurridas en Xalapa, ciudad que se convierte en protagonista principal. Hay que esperar más de la narrativa de este autor.
No estamos para nadie (Cal y Arena), de Rafael Pérez Gay, contiene textos que son crónicas, pero también cuentos, y viñetas, y postales, y que mantienen una unidad más que atractiva, al grado de que puede incluso leerse como una novela por entregas. La Ciudad de México es sin lugar a dudas uno de los personajes principales, porque le da vida a los demás.
El ya muy experimentado Gonzalo Martré volvió a la carga con Los líquidos rubíes (Universidad Autónoma de Chapingo), donde reúne piezas con su indudable sello: el erotismo que se convierte con toda facilidad en pornografía, la violencia en todos sus aspectos y sobre todo el humor magnífico. Gonzalo debe ser atendido por la crítica.
Ignacio Solares, quien es esencialmente novelista, se da tiempo para escribir cuentos. En La instrucción (Alfaguara) retoma algunos de los asuntos que siempre lo han inquietado, esos que tienen que ver con lo sobrenatural, con lo fantástico, y ya he dicho que en esta última especie es uno de los mejores.
Por razones evidentes de espacio, y por falta de tiempo para hacer las lecturas, he dejado fuera de este sucinto repaso novelas de Héctor Aguilar Camín, Luis Arturo Ramos, Paco Ignacio Taibo II, Homero Aridjis, Jordi Soler, J.M. Servín, Eulalio Ferrer, Esthela Bennetts, y muchos más. Y libros de cuentos como los de Will Rodríguez, Vicente Alfonso, Édgar Omar Avilés y Rogelio Guedea. Espero reseñarlos en entregas subsiguientes.

Publicado en Siempre!

Simone de Beauvoir, 100 años: Amante de toda libertad

Por Diana Gutiérrez


En el cementerio de
Montparnasse, el cineasta francés Claude Lanzmann le recitaba un fragmento de La fuerza de las cosas (1963) mientras las jóvenes, bajo la consigna de no despertarla, entonaban el himno del Movimiento de Liberación de la Mujer. La que yacía en el interior del féretro, colocado a un costado de donde se hallaba el del escritor Jean Paul Sartre, era Simone de Beauvoir (París 1908-1986) quien portaba el anillo de compromiso obsequiado por Nelson Algren, uno de sus amantes. El 15 de abril de 1986, la prensa mundial informó sobre la muerte de quien fuera considerada la pionera del feminismo francés. Y la filósofa Élisabeth Badinter declaró al semanario Le Nouvel Observateur: Mujeres, se lo deben todo.A un centenario de su nacimiento, el legado feminista de la autora de El segundo sexo (1949) supera el literario y las interrogantes sobre su vida persisten, según la opinión de algunas escritoras mexicanas y galas. A De Beauvoir le debo sus visitas a la biblioteca para investigar, convencida de su derecho a disfrutar lo que los gringos llaman a life of the mind. También el recuerdo de sus turbulentas emociones y sobresaltos eróticos, convencida de su derecho a disfrutar lo que los gringos no llaman a life of the body, dice Cristina Rivera Garza.


Nacida en una familia burguesa venida a menos, de madre católica y padre agnóstico, Simone Lucie Ernestine Marie Bertrand de Beauvoir acogió el ateísmo a los 14 años, y a los 21, alejada del seno familiar, inició su vida en pareja con el filósofo y escritor existencialista Jean Paul Sartre. Fue una burguesa bohemia, califica la investigadora francesa Karine Tinat. De largos ojos azules y cabello recogido en un eterno chongo rodeado por turbantes, De Beauvoir hizo caso a la sugerencia insistente de Sartre al incursionar en la literatura, a través de La invitada, su primera obra publicada en 1943. La leí hacia los veinte años. Tanto ésta como Los mandarines me mostraron una serie de vidas complejas y solitarias en las que el papel del intelectual francés era relevante. Son buenas novelas, pero no tienen la singularidad literaria de (Virginia) Woolf, comenta Ana Clavel. Aunque la fundadora del Movimiento de Liberación de la Mujer (MLF) escribió cinco novelas, una obra de teatro y dos libros de cuentos, sólo recibió un reconocimiento a favor de su trayectoria literaria: el Premio Goncourt por su obra Los Mandarines (1954). Sin mujeres como ella, como Rosario Castellanos, como Judith Butler; lo mismo sin Emily Brönte y Elena Garro, una no podría ser y escribir de la misma manera, afirma Clavel la autora de Las violetas son flores del deseo.


Al aparecer en Francia su ensayo más reconocido, El segundo sexo, la sensibilidad vaginal, el espasmo del clítoris y el orgasmo masculino escandalizaron a los lectores de la época. Sin embargo, la obra vendió 22 mil ejemplares en una semana.En el texto, De Beauvoir suscribió el feminismo a la doctrina existencialista y, como también lo haría Sartre, defendió su gusto por la libertad y la inexistencia del destino, a través de la frase que la consagró: La mujer no nace, se hace.Previo a su publicación, De Beauvoir visitó México en compañía de Algren y volvió sola 23 años después, en 1971. Nunca se consideró una víctima del hombre. Fue una conquistadora de la libertad de la mujer. Abrió las rejas de la cárcel que apresaban al género femenino en un esquema naturalista de madre, esposa y ama de casa, apunta Tinat, coordinadora de la Cátedra Simone de Beauvoir de El Colegio de México.


La escritora Eve Gil elogia la vigencia de la obra beauvoiriana.Fue la primera intelectual en proponer que el feminismo debía relacionarse con los conflictos de otros sectores oprimidos y las minorías. Aunque posee algunos puntos ya rebasados, sigue siendo un portento de la racionalización de los mitos que afectan a ambos sexos.Pero entre sus estudiosos y lectores, De Beauvoir aún despierta algunas interrogantes. Y es que hacia el final de sus días, la activista que se negó al matrimonio y la maternidad, adoptó a Sylvie Le Bon.La ternura y la necesidad de compartir son de todos. Esto explica el porqué de la adopción de Sylvie, así como su entrega a Algren con quien aceptó vivir y le confesó su gusto por servirle en todos sentidos, explica Tinat.


En Cartas a Sartre, compilación de escritos publicada tras su muerte, la escritora confesó la bisexualidad que ejerció con algunas de sus alumnas, condición de la que no habló en vida.No es ella quien explica sus personajes, expresa Tinat, sino estos los que la revelan.Llamada afectuosamente con el sobrenombre de Castor, dado por su amigo René Maheu, De Beauvoir murió el 14 de abril de 1986, concluyendo así el amor necesario profesado a Sartre que ningún amor contingente hizo sucumbir.
Fuente: Reforma / México


Miércoles, 09 de enero de 2008

La dulce hiel de la seducción, reseña

(Primera de dos partes)
Por: Ignacio Trejo Fuentes

Publicado en Siempre!
La editorial Cal y Arena tiene la sana costumbre de publicar selecciones de cuentos sobre pedido de autores mexicanos, que encarga a un escritor especialista. Entre los títulos se cuenta La lujuria perpetua, Almohada para diez, Camas separadas, Madres e hijas, Un hombre a la medida, El gringo a través del espejo y Cuentos violentos. Me parece una labor magnífica, porque es un buen termómetro para conocer la salud de la narrativa nacional. El volumen más reciente se titula La dulce hiel de la seducción, encargado a la novelista Ana Clavel.Detesto que quienes se encargan de hacer la selección y/o el prólogo, se incluyan en la primera, me parece una falta absoluta de pudor, y sin embargo en este caso hago la vista gorda porque el cuento/prólogo de Ana es sin duda de los mejores. Luego, a petición expresa, trece escritores colaboran con materiales que tienen que ver con el título del libro, la seducción, aunque muchos de ellos se van por las ramas del erotismo sin detenerse demasiado en aquel arte maravilloso. La reunión incluye hombres y mujeres, algunos más conocidos que otros y asimismo con distintos niveles de calidad. Por ejemplo, sé poco de Brenda Lozano, Luis Felipe Lomelí y Rowena Bali, y aunque las muestras de su trabajo no me entusiasman demasiado, e incluso me parecen los más flojos y hasta prescindibles, me remitirán al grueso de su obra para no juzgarlos precipitadamente.“Hay cosas que las manos nuca olvidan”, de Cristina Rivera-Garza me reconcilia con esta narradora, quien se había olvidado de que no basta escribir “muy bonito” sino que es necesario contar cosas interesantes, y ella había caído en la escritura de textos soporíferos. El que aquí ofrece es atractivo por todos lados, aunque parece parte de una novela.Guillermo Samperio, en “Joven dragón verde”, demuestra por qué se le considera uno de los mejores cuentistas hispanoamericanos; esta pieza no tiene pierde, sobre todo en su arquitectura. “Something Stupid”, de Iván Ríos Gascón es de los cuentos más notables de la selección, y anuncia sus enormes posibilidades en el género, porque es mejor conocido por sus muy buenas novelas.“Arsénico y caramelos”, de Eve Gil, es asimismo una pieza poderosa, porque hurga en un asunto tan candente como el lesbianismo entre una maestra madura y su pupila adolescente. La transgresión distingue a esta escritora en sus novelas, y quien la conozca a través de este relato irá sin duda en busca de aquéllas, con absoluta ganancia.“Cartas para la alfombra”, de Brenda Lozano, es pura divagación, resulta plano y no tiene factura de cuento: es de los materiales prescindibles.Luis Felipe Lomelí tiene cualidades, pero también cae en la dispersión, le falta punch, y por eso el lector se exaspera: se le promete más de lo que se le entrega. “La perfecta”, de Mónica Lavín, es en cambio un alarde de lo que este género es y debe ser: un mundo de locura concentrado en pocas páginas y resuelto con la intensidad y la sorpresa necesarios, además de la prosa correcta, justa. Debe considerarse entre lo mejor del volumen.Guillermo Fadanelli se desenvuelve con la misma soltura y eficacia tanto en la novela como en el cuento, y “La siesta” es prueba fehaciente de ello. Ya conocemos los asuntos truculentos que el autor suele frecuentar, y para quien aún no lo haya leído, este cuento será un motivador preciso.
“Tan bello y tan malo”, de Rowena Bali, es un buen desdoblamiento de caracteres de alguien que escribe y los personajes, se da el proceso de seducción de manera distinta al resto de los cuentos de La dulce hiel…, y tal vez por eso me queda la sensación de no haber entendido del todo en qué demonios termina todo el lío. Juan Hernández Luna, conocido por su literatura de corte policial, escribe “Irene”, una pieza en la que la seducción y la locura se dan la mano, y que resulta interesante porque a estas alturas el autor sabe arreglárselas más que bien con la intriga. Los celos juegan un papel determinante.“Las Violetas de Afranio”, colaboración de Josefina Estrada, es uno de los más inquietantes del volumen. Muestra los medios por los cuales un narcotraficante colombiano seduce mujeres y luego las involucra en el delito: las pobres terminan en la cárcel sin entender bien a bien cómo cayeron en las redes de aquél. Supongo que la autora parte de hechos reales, magníficamente literaturizados.Otro de los escritores con sobrada experiencia en este libro es Ricardo Chávez Castañeda, y su cuento “Contrafuga a sesenta kilómetros por hora” es, junto con el de Samperio, uno de los más arriesgados y bien resueltos en cuanto a técnica: ¿qué tanto de lo que se cuenta ocurre realmente y cuánto sucede en la mente de los personajes que se encuentran en un automóvil? Aquí, contenido y continente se conjugan de la mejor manera, como señalan los cánones del género y el lugar común.La selección cierra con “Isla en el lago”, de Rosa Beltrán, sin duda una de las narradoras más interesantes de cuantas hay en México. Aquí la seducción se da de manera no calculada, y por eso resulta candente y llena de intriga. Tiene como escenario las calles del centro de la Ciudad de México, lugar preciso para este tipo de historias. Y la autora cada vez escribe con mayor categoría.Como dije en la primera parte, las selecciones de cuento que periódicamente publica Cal y Arena, como este, La dulce hiel de la seducción, encomendado a Ana Clavel, son magníficos termómetros para medir la salud de la narrativa mexicana, porque en ellos conviven escritores con prestigio demostrado y otros sin tanta trayectoria. Sirven, también, para que quienes no conocemos a los convocados podamos hacerlo y caer en esa otra seducción y vayamos directamente al grueso de su obra. Es bueno, además, que la compiladora no se haya dejado atrapar por el fácil y con frecuencia estéril señuelo de los géneros y en cambio haya sabido equilibrar la presencia de hombres y mujeres: como se sabe, la literatura no tiene sexo, es buena o mala, regular o excelente, hágala quien la haga. Y aquí eso se demuestra sobradamente.
Varios autores, La dulce hiel de la seducción(compilación y prólogo de Ana Clavel). Cal y Arena,México, 2007; 211pp.

Suplemento Perfiles de Sonora, Noviembre 25, 2007

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¡Y pensar que mi papá no quería ponerme nombre de revista!

Uno de los episodios legendarios de mi familia, es el mega pleito que sostuvieron mis padres cuando llegó el momento de bautizarme... era tal el conflicto, que no recibí las aguas bautismales hasta pasados los seis meses de edad (y eso, en una familia tan católica, es algo así como una anormalidad, cuando no una herejía)
¿Y en qué consistía el dilema? Pues que mi mamá quería ponerme "Claudia" y ya desde que estaba yo en el vientre, sin lugar a dudas de que sería del sexo femenino, solía referirse a mí con ese nombre... y ya desde entonces mi papá protestaba airado: "No se llama Claudia, se llama Carolina", y mi mamá: "¡No, se llama Claudia!", y así se la llevaron meses y meses en los que incluso hubo peleas y hasta portazos, porque mi papá sencillamente no podía concebir que mi mamá quisiera ponerme nombre de revista, "de una vez pónle Kena o Buenhogar", se burlaba, mientras que a mi mamá le parecía cursi el nombre de "Carolina" Al momento de llevarme a registrar por la ley de los hombres, no habían terminado de ponerse de acuerdo: "que Claudia... que Carolina... ¡No, Claudia!... ¡Claudia es nombre de revista, chingao...!", hasta que la jueza (porque era mujer) les sugirió nombrarme de otra manera que no fuera ni una ni la otra... tras tanto borlote, terminé llamándome igual que mi mamá, "Evelina", y mi papá, que sufría mamitis, se apresuró a agregar: "¡María!", porque su mami no podía quedar al margen del asunto. Todavía al salir del juzgado, papá, no del todo satisfecho, le advirtió a mi mamá: "Para mí siempre será Carolina".


Casi nadie, excepto mi abuela materna, que empleaba los dos nombres para referirse a mí y no confundirme con mi mamá, me llamaban por mi nombre legal y siempre fui "Eve"... solo papá insistió en llamarme "Carolina": Jamás se refirió a mí como "Evelina" ni "Eve" y como homenaje a aquel, llamemos, sobrenombre, yo misma le puse Carolina como segundo nombre a mi hija mayor.


Presiento que ahora que apareció en el mercado mexicado la revista eve (muy famosa en Europa) mi papá, donde quiera que esté, estará lamentándose: después de todo...¡su hija terminaría llevando nombre de revista!

Novísimos autores sonorenses I

De mi reciente paso, fugaz pero intenso, por mi natal Hermosillo, me he traído una serie de libros de nuevos escritores sonorenses y otros que, si bien no tan nuevos, son ya jóvenes clásicos, como el poeta Iván Figueroa. Entre estos pequeños tesoros que pretendo ir comentando sobre la marcha, se encuentra el primer libro de Josué Barrera titulado Conducta amorosa (Instituto Sonorense de Cultura, Programa Editorial de Sonora 2007).
Josué Barrera pertenece a la generación emergente de escritores sonorenses que, acaso por su íntima relación con las nuevas tecnologías, sin contar el apoyo del que gozan actualmente los jóvenes artistas por parte de la actual administración cultural, ha rescatado a la literatura regional, valga la redundancia, del regionalismo, más aún, del localismo del que autores de generaciones anteriores, que escribían para su gente y nadie más –quiero suponer que era esto y no mediocridad pueblerina-, llegaron a abusar (aunque, hay que aclarar, varios de ellos han salido triunfantes de este marasmo, sumándose con dignidad a esta nueva corriente que no necesariamente alberga recién llegados).
Nacido en Torreón, Coahuila, en 1982, Josué Barrera, hijo adoptivo de Sonora, pertenece a esta nueva e interesante camada de plumas que persiguen no solo calidad, sino remover las entrañas del lenguaje para aportar un grano de arena al vasto Desierto Literario que no es más desierto en un sentido textual sino en otro, geográfico. Decía Ítalo Calvino: “La levedad para mí se asocia con la precisión y la determinación, no con la vaguedad y el abandonarse al azar”. Supongo, aunque no le he preguntado, que Josué estaría más que de acuerdo con esta sentencia. Los cuentos que integran su primer libro, Conducta amorosa, que “si todo resulta bien, publicará otro”, se ajustan al concepto de levedad que tenía Calvino, y que Kundera comparte con él.
Por un lado, tenemos textos que indagan escrupulosamente en el verdadero fondo de las alianzas erótico-amorosas. Psicólogo de profesión, aunque sin alardear de sus conocimientos, Josué se luce, no obstante, exponiendo las recónditas emociones, intenciones, propósitos y anhelos de sus personajes cuyas edades fluctúan de un texto a otro: se introduce lo mismo en la psique de un adolescente que en la de un cuarentón, o en la de un hombre, una mujer, un homosexual, etcétera, e invariablemente resulta coherente y verosímil en todas ellas. Asimismo, distrae su interés de las hazañas y/o acrobacias sexuales de los personajes para centrarse en las angustias que el aspecto psico-emocional de dicha relación ejerce sobre el narrador o los personajes. Otra constante de estos relatos, es el conflicto que involucra a tres personajes sin referirse necesariamente a una rivalidad amorosa o a un menaje a tríos. Los actores son esencialmente inteligentes, indagan en sí mismos, si no es que se conocen a profundidad, y enarbolan un lenguaje simple y llano para explicarse a sí mismos, no tanto al lector, el origen de sus miedos, pasiones, rencores, complejos.
Resalta por ser un híbrido de relato y crítica cinematográfica el espléndido texto “Pequeño espectador del mundo”, donde la vida del narrador gira en torno a las películas de Pedro Almodóvar que, más que influenciarlo en el aspecto artístico y/o psicológico, modifican sensiblemente su manera de ver el mundo. De entrada, resulta un tanto desconcertante que este narrador, cuya orientación es claramente heterosexual, se regodee en la descripción del cuerpo de Javier Bardem y señale estar enamorado de Antonio Banderas, por ejemplo. Se identifica, por otro lado, con las llamadas “Chicas Almodóvar”: “(…) Recuerdo que Sonia me dijo sorprendida: ese Almodóvar ha explorado el alma femenina, y ha demostrado la forma en que amamos, odiamos, damos cariño, alegría y nos volvemos cómplices con nosotras mismas (…)” Al margen de la desenvoltura con que el narrador se reconoce seducido por el mundo almodovoriano y el estupendo desenlace, se encuentra una crítica que, sin ser erudita (por fortuna), expone en forma lúcida y sin complacencias una visión del arte de este maravilloso cineasta manchego.
Habría que aplaudir, por otro lado, el tino con que, al igual que Almodóvar, Josué consigue darle voz y presencia a la Mireya de “La ciudad grande, inmensa e infinita”, al que bien podríamos calificar de relato feminista (¿por qué no?, pregúntome. El feminismo no está vedado a los varones). En dicho texto, una joven madre de familia para quien la vida ha perdido alicientes externos a su vida conyugal, se descubre deseada de pronto por un extraño. A partir del impacto de descubrirse todavía joven, hermosa y deseable, Mireya se encuentra en la disyuntiva de asirse a una ilusión platónica que le permita sobrellevar su existencia aburrida, o cometer adulterio. La forma en que son llevados los pasos de la protagonista de quien no se sabe a bien si se dirige hacia un precipicio o hacia el inicio de una vida interior plena, con una suerte de misterio, aderezada de flash-backs y focos rojos de la conciencia, la autoestima y la sensatez, logran un texto redondo que deja plenamente satisfecho al lector que busca sorprenderse (y yo soy de estas).
En general podríamos decir lo mismo de los relatos reunidos en Conducta amorosa, incluyendo el primero, “Conversación”, escrito en 2001, cuando el autor contaba 21 años. Todos ellos se caracterizan por la inmadurez de sus personajes, en contraste con la madurez de una voz narrativa sólida que, me atrevería a afirmar, está a punto de encontrar una personalidad propia, que es lo más difícil de obtener para un escritor. Contrario al escritor frustrado de “Cada uno de nosotros, todos”, intuyo que Josué sabe exactamente lo que quiere y lo que busca; que cuando se embarca en la escritura de un texto lo deja fluir sin imponerle una meta o una intención… aunque, claro, él podría desmentirme…
Josué Barrera es asimismo editor de una de las revistas literarias más interesantes que han surgido en territorio Sonorense: La línea del cosmonauta, y cabeza de un loable proyecto que se propone difundir el arte literario de Sonora en el ciberespacio: Proyecto Faz.

Los sueños de Eve

Por: Liliana Chávez
Foto cortesía de Facundo E. Ibarra, reportero gráfico de El Imparcial
De izquierda a derecha: Liliana, Eve y Josué Barrera.



Texto leído durante la presentación del libro Sueños de Lot en el marco de la VIII Feria del Libro de Hermosillo dedicada a Laura Delia Quintero, el 14 de noviembre de 2007. Liliana Chávez es licenciada en Letras Hispánicas por la UNISON, reportera y co-editora de la sección cultural del periódico El Imparcial


Contar es una actividad tan inherente al ser humano como comer o amar, tan antigua como pintar en cuevas sus aventuras de cazador, y tan vital, quizá, como respirar. En Sueños de Lot, la escritora y periodista sonorense Eve Gil asume su vocación de Scherezada para contar la historia de tres mujeres que tambien cuentan.
Como el bíblico Lot que fue tomado por sorpresa, engañado por sus hijas para que éstas pudieran concebir de él, el lector también puede ser tomado por sorpresa, engañado desde el título, evocador sin duda del Lot del Génesis, pero desmitificador también de éste y otros mitos de la literatura.
Gracias al talento de Eve para tejer y destejer historias, este libro, ganador del Premio Nacional Efraín Huerta 2006 y presentado el pasado miércoles en la Feria del Libro Hermosillo 2007, se vuelve una metáfora de un infinito sueño, de un aleph que al contarse desprende de sí múltiples imágenes, colores y aromas.
Sueños de Lot ofrece una madeja de historias que al desenmarañarse van dejando ver el sueño original de la autora, o sus múltiples sueños, sus búsquedas literarias, influencias artísticas, su intención de exponer los sueños de los otros, pero sobre todo el juego reconfortante con la palabra siempre habitada de significados previos.
El libro está compuesto por tres relatos: “Vocación de Electra”, “Last tango reloaded” y “Kundera dixit”. Evocadores cada uno desde su mismo título de la obra que lo genera o activa, los cuentos tienen como hilos conductores los temas universales que hacen a una obra precisamamente universal: amor, vida y muerte, y entre ellos, hilos más finos: la soledad, el erotismo, la venganza, la violencia, y el sueño como atmósfera que evade el tiempo.
Los relatos tienen también una voz en común, la mujer como narradora y protagonista, que se desdobla no obstante en tres voces diversas, en tres diferentes formas de enfrentar el destino, en tres disfraces para subir al escenario que es el mundo narrativo que la autora crea en este libro.
La palabra –nítida, cotidiana, casi tangible- se rinde ante el relato, pero no ante ese espacio habitado por múltiples referentes: desde el título del propio libro, los títulos de cada cuento, la configuración de los personajes, la trama, las atmósferas, acciones y diálogos, obedecen a una intertextualidad generadora de múltiples significados más allá de la historia misma y entonces los tres relatos son una conversación sin fronteras de tiempo y espacio con la Electra del mito griego y del artífice de Sófocles o Eurípides, con un “último tango en París” a la vez que con las ficciones tan creíbles de Borges y las verdades increíbles de Kundera, bajo la luna y las estrellas del jazz de la Krall, el cigarro de una tarde de domingo, el filo de la navaja a medio transitar por la piel, la voz atrapada en una grabadora y una pizza de mariscos.
El libro se vuelve diálogo entre autora y lector, entre personajes y su pasado, entre las tres mujeres que cobran forma para expresar su búsqueda –de compañía, de identidad, de simplemente estar en el mundo- a través de una actitud particular ante la muerte, la palabra y el amor.

La mujer y la muerte
En el primer cuento, “Vocación de Electra”, el complejo de Electra se convierte en habilidad otorgada, una “inspiración con que Dios llama a algún estado”, según la definición de “vocación” de la Real Academia. Jenny no tiene ningún complejo, ningún conflicto moral asoma al narrar su propia historia en relación con la muerte, ni el asesinato ni los sucesivos intentos de suicidio.
Esta nueva Electra encerrada no en una habitación de un antiguo palacio sino en la de un decadente hotel sólo espera, mientras dialoga con la muerte que a cada minuto desliza por sus manos. A diferencia de la griega, esta Electra mata por elección y no por destino, esta Electra representa el papel previamente estudiado, mientras espera que, al otro lado de la puerta, estallen los aplausos.

La mujer y la palabra
Si en “El último tango en París”, Marlon Brando no esperaba nada de la mujer desconocida con la que hizo el amor en una habitación que los ocultaba del mundo, en “Last tango reloaded”, Gabriela esperaba saberlo todo de aquel desconocido que contrató una noche de navidad bajo la justificación de un trabajo escolar.
Un prostituto en decadencia a merced de una virginal niña rica que compra más que su cuerpo, sus palabras: un cuento donde el narrador es un simple testigo de los verdaderos narradores, personajes que terminan por trastocar sus roles, por invertir sus papeles de entrevistadora-entrevistado, hasta desnudarse ante una grabadora y varias copas, mientras la conversación se prolonga al agrado de acabar con las palabras como medio de comunicación entre dos personas solas.

La mujer y el amor
En el cuento “Kundera dixit” no hay más explicación para el destino de una pareja que el saberse coincidir como delineados por el narrador de La extraña levedad del ser, así, sin más, porque Kundera ya lo había dicho; o en todo caso por dejarse seducir por el modelo borgiano Maga-Oliveira.
En el mundo real, sin embargo, la literatura es la única unión de Aquamarina y Cronopio –nicks de chat antes que personajes literarios- , la rayuela no es un juego que pueda jugarse para siempre, cuando la coincidencia sólo está en encuentros sexuales fugaces de un fin de semana, y aún así, la historia resulta la más parecida a una historia de amor que se puede encontrar en el libro.
Con Sueños de Lot, Eve Gil demuestra que las historias son del lector una vez contadas, que la literatura universal puede ser refuncionalizada a la luz de nuevas lecturas y apropiada de manera que sus posibilidades de significación se expandan y actualicen.
Si en el Génesis, el inicio del mundo conocido por la palabra, las hijas de Lot se rebelan ante su destino y eligen lo que desean y realizan ese deseo, ¿por qué no pueden hacerlo también una joven actriz, una estudiante y una periodista de este siglo?
En lo íntimo de un departamento o de una habitación de hotel, las tres mujeres de Sueños de Lot exponen sus palabras, su soledad y su erotismo, sus deseos y ese sueño en el que sus historias quedan suspendidas, listas para demostrar que los encuentros literarios son posibles sólo en medida que el lector los haga reales, por medio, claro, de un viaje hacia las historias que hacen de la literatura un refugio memorable.

VIII Feria del Libro de Hermosillo 2007







Este miércoles 14 de noviembre viví un momento de intensa emotividad durante la presentación de mi libro de relatos "Sueños de Lot", en el marco de la VIII Feria del Libro de Hermosillo 2007.
Para empezar, el hecho de que la Feria lleve el nombre de la poeta Laura Delia Quintero es, en sí mismo, un motivo de satisfacción. Conozco desde hace muchos años a esta distinguida maestra sonorense que ha pretendido pasar inadvertida por la escena literaria sonorense y sin embargo ha impactado las sensibilidades literarias, especialmente la de los muy jóvenes, con su poesía enérgica, sensual y de, si fuera válido el término, ríspida belleza. Noto que en la cultura sonorense empiezan a dispersarse las sombras de la misoginia y, sobre todo, del prejuicio contra los creadores jóvenes que durante muchos años se ostentó como una dudosa joya en la cultura oficial. Empieza a hacérsele justicia a nuestra más grande y querida poeta que sigue siendo la misma señora tímida y encantadora que recuerdo.
Por otra parte, fui presentada por dos jóvenes talentos de la literatura y el periodismo sonorense: Jósué Barrera y Liliana Chávez. El primero, editor de la revista literaria La línea del cosmonauta y promotor de la literatura sonorense, autor asimismo del libro "Conducta amorosa", mencionó la ocasión en que nos conocimos con ocasión de la presentación de la antes citada revista es la Fería del Palacio de Minería, en la que, si bien habíamos mantenido contacto vía mail, nos conocimos personalmente. El trabajo de este muchacho no es, como pudiera esperarse en alguien de su edad (23 años) un experimento alocado, sino un proyecto sumamente profesional que ya deja entrever a un escritor/ editor de enorme talento. Por su parte, Liliana Chávez, también muy jovencita, le ha dado al periodismo cultural del estado un giro fresco e innovador con las amenas entrevistas y reportajes que publica en el diario El Imparcial.
Una de las experiencias más lindas de mi presentación, fue haber tenido entre mi público a dos jóvenes actores que se acercaron para comentarme que actuaron en la puesta teatral del primer texto que publiqué, en 1990, Retrato de una pareja perfecta. El muchacho me dijo lo más lindo que alguien puede decirle a un autor dramático: que el personaje de "Ildefonso", que le tocó representar, lo hizo cambiar su forma de pensar... ¡guauuuu!
Me emocionó enormemente reencontrarme con mis viejos y más queridos amigos: la poeta Gloria del Yaqui, el cronista José Luis Barragán, Nacho Mondaca (alias Humphrey Bloggart), la pintora Marisela Moreno, el poeta Miguel Manríquez, la fotógrafa Edith Cota... naturalmente el joven poeta Iván Figueroa, en gran parte responsable de este giro radical que ha dado la cultura sonorense; la mismísima Laura Delia y mi siempre admirada María Antonieta Mendívil, a quien agradezco haberme hecho una pregunta que me hizo llegar a una interesante conclusión que no vislumbré antes: gracias a mi lectura de cuentos, he aprendido a escribir novela. No fue sino hasta que incursioné con seriedad en el género cunetístico, tanto en la lectura como en la práctica, que adquirí el aliento necesario para expresar muchas cosas en menor espacio.
Conté también con las invaluables presencias entre el público de dos escritores muy admirados por mí, a quienes puedo llamar mis amigos: Agustín Ramos, que vino a presentar su nueva novela, La noche, y la poeta Dana Gelinas, que presentó su poemario Altos hornos.
Reconozco, y lo dije en mi presentación, que yo aprendo de cuanto autor me apasione, no importa si es un clásico como Dante, o jóvenes como los que me hicieron el honor de presentar mi libro. El escritor (y, claro, la escritora) es el eterno aprendiz. Maestro nunca, aunque se nos atribuya el formar a otros escritores: en este oficio el aprendizaje termina con la muerte... esa es una de las enormes virtudes que han forjado a esa enorme poeta que es Laura Delia Quintero, por ejemplo...

Morr@s del CBTIS 24, os saludo desde aquí...




En el CBTIS No. 24 de Ciudad Victoria, Tamaulipas, y como parte de mi función en el festival La palabra infinita, tuve oportunidad de poner en práctica lo aprendido a través de todo este tiempo de enfrentar auditorios estudiantiles. Captar su atención es terriblemente difícil, y no es para menos: la mayoría de nosotros, incluyendo quienes ejercemos el loco oficio de escribir, no teníamos a esa misma edad el menor deseo de atender a un perfecto desconocido que se presentaba con ínfulas de sabelotodo o evangelizador. ¡Bastantes problemas teníamos con nuestras broncas académicas… la transformación no siempre benigna de nuestras fisonomías…! Por eso, desde que empecé mi charla con ellos, les aclaré que no iba a darles una clase, mucho menos una conferencia…. Que solo platicaríamos un rato…
Les hablé de lo que casi siempre me piden que hable: literatura escrita por mujeres (de entrada hice hincapié en que decir literatura femenina poco tiene que ver con mi tema… porque una “literatura femenina”, en el supuesto de que exista, no por fuerza tiene que ser escrita por mujeres), más exactamente, de la aportación de las mujeres a la literatura. La charla se titulaba “Retrospectiva de la historia de la literatura escrita por mujeres”. Empecé por Eukhadiana de Siria, autora probable (no existe un 100% de seguridad… pero casi) de los versos más antiguos de la historia, tallados sobre una piedra sumeria; versos que, por cierto, aludían a Inana, diosa de la Sabiduría… continué con Safo…. Con Murasaki Shikibu… en este punto me detuve para preguntarles si tenían idea de quien había escrito la primera novela de la historia. Esperaba escuchar la respuesta más usual en estos casos: Cervantes. Pero una jovencita, que se hizo escuchar desde una de las filas más retiradas al estrado, exclamó en forma audible: ¡una china!
Me admiré por lo próxima que su respuesta estaba a la verdad, pues aunque la autora de Genji monogatari era japonesa, escribía, en efecto, con caracteres chinos. La respuesta de esta chica me animó a seguir preguntando… no importaba, claro, que las respuestas no fueran las que yo pretendía dar… con que se aproximaran bastaba para considerar que los chicos poseían conocimientos básicos en literatura universal, y varias de ellas fueron contestadas. Un joven tímido, de pelo rizado y rojizo, me dio tres de las respuestas: quién era el precursor “oficial” de la literatura negra (Edgar Allan Poe), qué era el género gótico (una historia en la que intervienen criaturas sobrenaturales) y quién había ganado el Premio Nóbel de Literatura del 2007 (Doris Lessing). Algunos se esforzaron por responder y dieron casi en el blanco… los muchachos resultaron mucho mejor público de lo que hubiera esperado. Por supuesto, juguetearon mucho con ellos y yo con ellos… de eso se trata, de retirarle a la Literatura el sacrosanto celofán que la mantiene intacta y, por decirlo de alguna manera, “a salvo”.
No debiera sorprenderme tanto puesto que su maestra de Lengua y Literatura, Rosa María Castillo, resultó ser un cofre de sorpresas. Lo primero que me sorprendió, fue su amor por le lenguaje… un amor genuino, quiero decir, no de quienes pretenden adorar el Castellano (sin imaginar que precisamente en esa idolatría, en ese respeto excesivo, se localiza la imposibilidad de penetrarlo) y emplean un lenguaje rebuscado y ultracorrectista, no: me refiero a la forma en que saboreaba las palabras. Es esto, y no la rigidez en el habla, lo que denota el amor del que hablo. Cuando más tarde supe que Rosa María había sido alcaldesa, no debí sorprenderme (quizá me pareció demasiado sensible y dulce para intervenir en un terreno tan cruel e ingrato, sobre todo con las mujeres, como es la política) pues una manera de hablar como la suya es capaz de suavizar una piedra. La maestra Castillo me habló con inmenso afecto de sus alumnos, pero también manifestó su preocupación de que nunca lograran hacer de la literatura un hábito. Me atrevo a afirmar que a raíz de la plática que mantuve con ellos, que me sorprendieron muy gratamente, habrá advertido que sería más fácil de lo que imaginaba.
La literatura, insisto, no tiene que ser una materia obligatoria, al menos no en la primaria ni en la secundaria. La literatura debiera ser un recreo, un solaz para la rutina estudiantil. Según me platicó el maestro Felipe Garrido, uno de los más amenos difusores de la lectura de este país, Juan José Arreola se volvió aficionado a la literatura gracias a una maestra que, tras una provechosa jornada de estudios, premiaba a sus alumnos leyéndole fragmentos de La Iliada. Aquellas lecturas eran, leyeron bien, un premio y la mayor motivación del entonces pequeño Juan José quien, al salir de clases, jugaba con sus compañeritos a ser alguno de esos héroes míticos. La literatura debe ser transmitida por un lector de verdad, no un mero aficionado, sino alguien a quien la literatura subyugue y apasione. Por lo general, a los maestros no les apasiona la lectura. Recién tuve una experiencia en ese tenor con Victoria, mi hija mayor, a quien su maestra de quinto los obligó, porque el programa lo exigía, a leer una novela titulada La sirenita sin voz, de Kalman Barsy. Victoria salía de la escuela quejándose amargamente de lo aburridas que eran las lecturas de la maestra, que prácticamente dejaba cabeceando a sus alumnos cuya edad fluctuaba entre los diez y los doce años. Supe entonces que ella no les estaba transmitiendo nada. Le ofrecí a Victoria leerle yo aquella novela… el resultado fue justo el que esperaba, siendo que a mí misma la novela me estaba encantando: conseguí atrapar a Victoria, transmitirle la alegría, el goce y la ternura que aquella historia incitaba en mí.
No todas las escuelas mexicanas, por desgracia, tienen la suerte de tener una maestra de literatura como Rosa María Castillo. La inmensa mayoría nos arrebatan más lectores de los que nos aportan… en primer lugar, como ya dije, por la ausencia de verdadera pasión; en segundo, porque les hacen creer a los muchachos y muchachas; niños y niñas, que la misión de la literatura es transmitir valores y aluden a ella con una pompa y solemnidad tales que hasta yo me desanimo… ¡qué diferente sería si les hicieran ver que la literatura es, ante todo, una provechosa diversión!, ¡el más maravilloso vicio y lícito que puede existir!, ¡una fuente de experiencias y emociones!, que eliminen de su vocabulario los términos valores (¡tan difuso, por Dios!), aprendizaje, obligatorio y cultura. Sustituirlos por libertad, diversión, experiencia y pasión. Qué diferente sería todo si, como en los sistemas escolares de algunos países de Europa, incluido Estados Unidos, las visitas a la biblioteca fueran un paseo y una diversión y no parte obligatoria del Programa.
Estuve muy contenta con estos chicos inteligentes, sagaces y participativos. Ha sido, sin duda, una de las experiencias más memorables de mi vida… por eso les pedí que posaran para estas fotos…